«LAPINEÓN CONEJARTE».-

CATORCEJUNIO

14 de junio………………………….y entonces sucedió que………………………….

……el 14 de junio, de un día como hoy, de 1807, el ejército de Bonaparte derrotaba al imperio ruso en la Batalla de Friedland, cerca de Königsberg, la actual Kaliningrado. Al mes siguiente, mediante la firma de los Tratados de Tilsit, se ponía fin a la participación definitiva de la Rusia del zar Alejandro I y la Prusia del rey Federico II en aquella guerra que se había prolongado casi tres años. Napoleón estaba eufórico, todo le estaba saliendo a pedir de boca, conforme lo tenía previsto.

Para celebrar aquella victoria, Louis Berthier, «Primer Mariscal del Imperio Francés», amigo íntimo y personal, mano derecha de Napoleón, que le había acompañado en las campañas de Austerlitz, Jena y Friedland, recibiendo en todas ellas honores militares, quiso organizarle al emperador una tarde de esparcimiento y diversión mediante la celebración de un almuerzo al aire libre y una sesión de cacería de conejos en una de las fincas de su propiedad que tenía a las afueras de París.

Berthier, viendo la ocasión de poder destacar y lucirse a nivel personal, cursaba invitación a las personalidades más influyentes del momento, que prestos, todos ellos, se brindaron a pasar aquella jornada junto a su general. Allí acudían, los generales de brigada, Pierre Morin Prosper Sibuet y los de división, Louis Schérer, Pascal Paoli y Paul Thiébault, entre otros, que junto a una veintena de miembros de la casa Bonaparte, procedentes desde Saint-Cloud, vestidos con sus correspondientes casacas cortas verdes, adornadas con sus galones de oro y sus sombreros de tres picos, armados con látigos y cuchillos de caza, colgados de sus cinturones anchos, se presentaban aquel día de agosto, dispuestos a disfrutar de un día de caza.

El anfitrión queriendo tenerlo todo bien organizado y no dejar nada al azar, compraba a los granjeros locales y lugareños vecinales unos tres mil conejos que encerrados en sus jaulas aguardaban su señal, para proceder a liberarlos y dar comienzo así la cacería.

Todo parecía discurrir conforme estaba previsto. El homenajeado parecía disfrutar del día que se había organizado en su honor. Comieron, bebieron y rieron, comentaron sus victorias e incluso sus planes inmediatos previstos, como la invasión de una España confiada.

Y a la hora indicada daba comienzo la cacería, de la que el general Thiébault dejaría constancia en su libro, “las memorias del Barón Thiébault”, en el que señalaba, estar todo dispuesto “excepto un pequeño asunto concerniente a los mismos conejos”, para hacerse una pregunta en voz alta que claramente indicaba por donde iban los tiros, cuando cuestionaba, “cómo poder contar aquello y que le creyeran”.

Liberados aquellos miles de conejos, en lugar de escapar o huir, que eso era lo que se esperaba de ellos, dispersándose, tratando de evitar ser alcanzados por los disparos de sus perseguidores, de pronto, se detenían casi al instante, girando sobre sí mismos, hacia aquel grupo de cazadores que, sorprendidos, vieron como comenzaban a organizarse, formando grupos y juntándose en un solo cuerpo para acabar abalanzándose con furia sobre ellos.

La sorpresa fue tal que lejos de parecer aquella escena cómica o divertida llegó a causar cierto pavor entre los presentes, que en cuestión de minutos veían incluso tambalearse a su emperador, rodeado por cientos de aquellos animales, en una maniobra de verdadera estrategia napoleónica con aquel movimiento envolvente que los atacaba frenéticamente.

Un Berthier asustado solicitaba ayuda de los cocheros que látigo en mano trataban de dispersar aquella masa de conejos que lograban hacer huir a quien hasta entonces no había retrocedido jamás en un campo de batalla, “el conquistador de conquistadores”, que despavorido, se veía obligado a correr hacia su carruaje para tratar de ponerse a salvo, de lo que parecían ser más bien las hordas del “señor mariscal conejo”, dando así por finalizada aquella jornada de cacería.

La explicación de aquel suceso vino después, provocado por el despiste del propio primer Mariscal que en lugar de haber adquirido una partida de conejos salvajes se había agenciado de unos criados en granja, los cuales no veían a los seres humanos como una amenaza en su papel de depredadores, sino como el garante de su sustento, el que les proporcionaba el alimento, por lo que, al ser liberados, tras haber permanecido dos días encerrados sin comida, corrieron hacia ellos desesperados buscando algo que llevarse a la boca.

Años más tarde alguien quiso ver en aquel suceso un prolegómeno de la caída de su imperio.

Ya lo advirtió el propio Bonaparte al referirse al caos que a veces se producía en el campo de batalla y cómo proceder a llevar su gestión;

—“El campo de batalla es una escena de caos constante. El ganador será pues quien controle ese caos, tanto el suyo como el de los enemigos”— [Napoleón Bonaparte].

Y aquel día de verano de 1807, en aquel caos, ganaron los conejos…

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