«¡VACACIONES DE VERANO!»

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21 de junio…………………..y entonces sucedió que…………………………………..

……..los cuatro galenos de la Cámara Real de su majestad Isabel II, Pedro Castelló Ginestá y su sobrino Juan Castelló Tagell, Tomás de Corral Oña y Bonifacio Gutiérrez coincidían en su diagnóstico (basándose en los estudios que años atrás había llevado a cabo Jean Louis Alibert, considerado el padre y fundador de la dermatología francesa), la reina padecía de Ictiosis (que se caracteriza por tener la piel seca, áspera, rojiza y escamada, acompañada generalmente de fuertes picores), por lo que le aconsejaban acudir, aquel verano, a algún balneario.

Acordaron con la reina madre, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias y el marqués de Miraflores, por aquel entonces jefe de la Casa Real, que el mejor tratamiento para mitigar, aquella dolencia de la monarca, era “tomar baños de mar”, por lo que aquel verano de 1845, partían primero a Barcelona para acabar más tarde yendo a Donostia-San Sebastián y años más tarde, acabar en la playa del Sardinero de Santander.

Los médicos de la Corte con aquel consejo terapéutico novedoso de tomar “baños de olas” acababan de instaurar, sin ser obviamente conscientes de ello, la moda de las “vacaciones de verano en España” (algo que las grandes fortunas de Francia y el Reino Unido conocían ya hacía algún tiempo).

Iba como dama de compañía de Isabel, la duquesa de la Victoria, María Jacinta, esposa del general Espartero que ese mismo verano, el 16 de agosto cumplía los treinta y cuatro.

Y así, como remedio paliativo de aquella rara enfermedad cutánea, la corte española fijaba su residencia veraniega en la ciudad gipukoana de Donosti, en la que su playa de la Concha (que recibe su nombre por la forma que tiene su bahía, con su propia perla en el centro, la isla de Santa Clara), ubicada en el mismo centro de la ciudad, flanqueada por los montes Urgull e Igueldo y la vecina de Zarautz, a 25 km al oeste, pronto comenzarían a ser visitadas por un turismo elitista, conformado por lo mas distinguido de la burguesía del momento, atrayendo posteriormente a la alta sociedad que imitaba aquel acto de veranear en el Norte, considerado en un primer momento como algo excéntrico, para pasar a convertirlo desde entonces en el destino vacacional incluso de la elite social europea.

Acudir a la playa no era algo habitual y mucho menos ponerse un traje de baño. La moralidad de la época impedía siquiera poder imaginar a alguien ataviado de esa guisa, y mucho menos verlo nadando en aquellas aguas del cantábrico. Para llegar desde la orilla al mar fueron diseñadas las conocidas como “casetas de baños” tiradas por bueyes que acercaban a los bañistas hasta la misma orilla e incluso en ocasiones hasta unos metros dentro del agua preservando así la intimidad de aquellos.

De hecho, en aquel tiempo, pocos eran los que sabían nadar, y aunque la playa de la Concha tiene aguas poco profundas, por si acaso, fue colocada un ancla a la que se le fijó una maroma (soga, cuerda) donde se agarraban los bañistas, por seguridad, al entrar en el agua. El encargado de aquella era el “maromo”, un término que actualmente se emplea para designar al “novio o amante masculino de aspecto chulesco”. Por si acaso se soltase alguien de la susodicha soga, existía una embarcación con personal a bordo altamente preparado para socorrerlos.

La familia real con su corte y las clases adineradas acudían a Donosti y la alta burguesía de la Villa de Madrid y de la meseta castellana, que llegaba en diligencias y tranvías de mulas, pusieron de moda ir a veranear a la playa del Sardinero en Santander.

Veranear se fue convirtiendo en una costumbre, pero los niños en edad escolar no gozaban en sus calendarios de este periodo de descanso estival. El primer reglamento que hacía mención a los periodos vacacionales de primaria, era el de 1825, en virtud del cual se determinaba que, «Todos los días eran de escuela, excepto, los jueves por la tarde, y los señalados como festivos como eran las vacaciones de Navidad (del 25 de diciembre al 6 de enero), los miércoles de ceniza, diez días de Pascua y en agosto el día 9 (San Justo y Pastor), el 25 (San José de Calasanz) y el 26 (San Casiano)».

En 1838, se reconocían los domingos como día de descanso estudiantil. Las escuelas ofrecían un calendario de actividades casi continuo. La necesidad de ofrecer una tregua, a maestros y alumnos, cobraba especial importancia, sobre todo durante los meses de mayor calor, con el peligro a las epidemias a las que se exponían al asistir durante el verano a unas escuelas, la mayoría de ellas con unas condiciones insalubres, además de un elevado descenso de la asistencia por parte del alumnado procedente del mundo rural, requeridos por sus familias para la realización de las tareas agrícolas que imponían su especial actividad.

La llamada Ley Moyano de 1857 que establecía tres niveles de enseñanza (primaria, secundaria y superior) dejaba abierta la posibilidad de que las Comisiones locales pudieran fijar hasta un máximo de seis semanas de vacaciones en verano, aunque en la práctica siguieron funcionando todo el año.

Fue el médico Pedro Felipe Monlau, quien en 1869 publicaba “La Higiene de los Baños de Mar” dirigido a orientar a la sociedad para la conveniente crianza de sus hijos, aconsejando hacerlo al aire libre y a ser posible junto al mar, disfrutando de las vacaciones junto a ellos, entendiéndolas más como “pausas terapéuticas”.

La ley del 16 de julio de 1887 establecía un periodo vacacional de cuarenta y cinco días (desde el 24 de julio al 6 de septiembre) para todas las escuelas. Ese mismo año, el pedagogo Manuel Pedro Bartolomé Cossío, impulsaba la primera colonia de vacaciones, en la localidad cántabra de San Vicente de la Barquera para un grupo de veinte niños.

De esta forma se fue concienciando a la sociedad española de la imperiosa necesidad de reducir el numero de horas lectivas, la mejora de los locales y mobiliario, y la introducción de actividades como la gimnasia, los paseos al aire libre y excursiones, para acabar hablando de “vacaciones necesarias regeneradoras” que con el transcurso de los años acabarían estas siendo ampliadas hasta llegar a nuestro calendario escolar actual que en España depende, de cada Comunidad Autónoma, el fijar, entre otras cuestiones, el comienzo y finalización del curso escolar, que este año de 2024 la mayoría ha señalado, hoy viernes día 21 de junio, el comienzo de esas tan deseadas vacaciones.

Unas vacaciones que pasarían a ser reivindicadas también en el mundo laboral reconociéndose en la Ley de Contratos de Trabajo de 1931 el derecho de los trabajadores a disfrutar de «siete días ininterrumpidos de vacaciones remuneradas».

Ya lo dijo Aristóteles, hace casi dos mil trescientos cincuenta años; -“La felicidad reside en el ocio del espíritu”-.

PD.- Hoy día 21 doy comienzo a mis vacaciones, con la incertidumbre de no saber si el próximo mes de septiembre podré seguir disponiendo del tiempo del que actualmente disfruto para poder escribir. Empiezo una nueva etapa, ilusionante, en la que tengo depositadas todas mis expectativas futuras. Llevo cerca de quinientas reseñas, que me han ocupado mucho tiempo de dedicación, algunas de ellas, a veces, hasta con cierto sacrificio personal. Pero, ya lo dice el refrán, «sarna con gusto no pica»…¡me encanta escribir!.

Quiero agradecerte a ti, que has estado ahí leyéndome, tu apoyo incondicional. Hasta siempre. Felices vacaciones…

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