EL VIAJE DE LOUIS REMME

21febrero

21 de febrero…………………………..y entonces sucedió que…………………………

………………………………….atraído en un principio por la llamada fiebre del oro californiana, desde que el 24 de enero de 1848 James Marshall encontrase el preciado metal en las aguas del río Americano perteneciente al aserradero de Sutter`s Mills, Louis Remme abandonaba su Canadá natal para asentarse en aquellas tierras del lejano Oeste americano.

Los primeros buscadores de oro, los llamados forty-niners (los del 49, al haber llegado a tierras californianas en aquel año de 1849) se asentaron cerca de aquel aserradero de la localidad de Coloma. El señor Remme no tardaría mucho en cambiar de actividad, de buscador de oro, a otro tipo de ocupación, no menos lucrativa, asentándose para ello en el Valle Central de California.

Instalado en la cada vez más próspera ciudad de Sacramento, la cría de ganado le convertiría en todo un respetable y próspero hombre de negocios que con la venta realizada durante la mañana de aquel viernes día 16 de febrero de 1855, le proporcionaba unos, nada desdeñables beneficios, de doce mil quinientos dólares.

Una cantidad que equivaldría, a día de hoy, a unos trescientos cincuenta mil dólares, y que depositaba a las diez de la mañana de aquel mismo viernes en el Banco Adams & Co, una de las cinco instituciones bancarias que había por aquel entonces en la ciudad de Sacramento. 

Al salir del aludido Banco, Louis Remme compraba un ejemplar de “Los Ángeles Star” dirigiéndose a uno de los muchos salones que existían en la ciudad para plácidamente disponerse a almorzar. Aquella suculenta venta, poniendo fin a cerca de cinco años de duro trabajo y sacrificio, le había abierto el apetito. Era inmensamente rico y se sentía plenamente feliz.

Atrás quedaban aquellos años de penurias, de sacrificios, de noches enteras en vela, de acostumbrarse a otra lengua, otra cultura, lejos de su casa, de sus seres queridos, de su familia. Casi en el primer bocado, al echar un vistazo a la primera página del periódico comprado, el mundo se le viene encima al leer la crónica de aquella noticia que ha de releer al menos dos veces más. La sucursal del Banco Adams & Co. de San Francisco situado a unos 155 km de allí (el mismo en el que ha depositado todo el capital procedente del importe de aquella venta) había quebrado.

Levantándose como un resorte, presa del pánico, sale rápidamente hacía aquella oficina bancaría con un hilo de esperanza de poder recuperar su dinero, pero al doblar la esquina observa como la mencionada entidad se encuentra ya rodeada por una muchedumbre que vocifera ante la sucursal para tratar de hacer lo mismo.

Atenazado, con la misma sensación de haber sido inyectado con aire frío en las venas, sin saber qué hacer ni dónde acudir, desconcertado durante unos instantes, trata de poner en orden unas ideas que le proporcionen la manera de volver a recuperar, de la manera que sea, sus doce mil quinientos dólares. 

Si la oficina de San Francisco y ahora la de Sacramento estaban cerradas, probablemente lo estarían también las del resto de California. De pronto cae en la cuenta que el Banco Adams & Co. tiene una sucursal en el estado de Oregón, concretamente en Portland, a casi mil kilómetros de allí, en donde el telégrafo todavía no ha llegado y donde probablemente podría llegar antes que lo hiciera el vapor, que con aquellas noticias estaría a punto de salir, desde San Francisco.

Era una idea descabellada, irracional, incluso absurda, pero la única viable si quería recuperar todo su dinero. Llegar antes que aquel barco era su única posibilidad. Y así, sin pensárselo dos veces, partía a caballo con el certificado del depósito de aquellas doscientas cincuenta monedas de cincuenta dólares, bajo el brazo.

Al llegar a Knight’s Landing, a unos cuarenta kilómetros de Sacramento, se ve obligado a cambiar su caballo exhausto. De Knight´s a Willows y de allí hasta Red Bluff, donde pasa la primera noche descansando un par de horas para partir, todavía de noche, hacía Clear Creek donde se detiene a reponer fuerzas y cambiar de nuevo el caballo. En su mente un único mensaje que se repite una y otra vez, “corre Louis, corre”…

Tras casi seis largos días con sus respectivas noches, atravesando  el lago Trinity, y las montañas nevadas de Shasta y las de Klamath con sus gélidos vientos, durmiendo apenas diez horas en total, comiendo mientras galopaba y cambiando hasta en once ocasiones de montura (algunos caballos, sobre todo al inicio del viaje, prestados por sus amistades, después pagando unos ochenta dólares por cada uno), tras realizar ciento cuarenta y tres horas de viaje, un 21 de febrero, de un día como hoy, de 1855, llegaba a Portland.

Nada más llegar se dirigía a la oficina bancaria donde presentaba su certificado de depósito retirando sin ningún problema, aquellos doce mil quinientos dólares, que le eran entregados, tras comprobar la autenticidad de aquel documento.

Al salir del Banco escuchaba la sirena del barco de vapor que anunciaba su entrada por el río Willamette, a la altura de Forest Park, atracando un poco más tarde en el mismo puerto de Portland. Menos de una hora más tarde aquella oficina cerraba sus puertas tras el aviso de quiebra traído a bordo de aquel barco.

Curiosamente tres años más tarde, el 10 de marzo de 1858, realizando la misma ruta, la de Siskiyou, que enlazaba el Valle Central de California con el de Willamette, Louis Remme y su joven capataz David Lewis, llevando una manada de vacas recién adquiridas en Oregón, perdían la vida, congelados, al ser sorprendidos por una tormenta de nieve.

El 12 de febrero de 1882 el Portland Oregonian se hacía eco de este viaje de Louis Remme, desde Sacramento hasta Portland, para salvar su fortuna, y de cómo  solventó aquel problema. Y es que, ya se sabe;

-«Los perros tienen pulgas, las personas tienen problemas.» , Charles Bukowski 

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