A LA LUZ DE LA «LUNA DEL CONGO»

14FB.

14 de febrero……………………….y entonces sucedió que…………………………

……………habían entrado por el atlántico, por la ciudad portuaria de Boma, surcando el río Congo hasta casi llegar al lago Tumba, donde dirigiéndose hacia el norte tomaban el río Ubangui, y desorientados, remontando el Uele, atravesaban el Bomokandi, no siendo conscientes entonces del peligro de surcar aquellas aguas que “oficialmente” y desde hacía más de veinte años, en la Conferencia de Berlín de 1885, aquel dominio colonial africano había sido declarado propiedad personal del rey de los belgas, Leopoldo II bajo la denominación de “Estado Libre del Congo”, pero siendo, de hecho, territorio perteneciente a la temida tribu de los Mangbetu.

El Estado Libre del Congo administrado privadamente por el rey Leopoldo II, hasta su fallecimiento en 1908, había instaurado un régimen de terror sobre la población nativa, sometida a expolio y en numerosas ocasiones atacada vilmente, mediante el asesinato en masa de sus gentes.  

Aquel 14 de febrero de un día como hoy de 1905 el capitán Albert Paulis junto a veinte soldados más, se adentraba en lo más recóndito de aquellas tierras, pertenecientes a la aludida tribu de los Mangbetu, famosos entre otros aspectos por la forma alargada de sus cabezas pero sobre todo por ser un pueblo, decían, de costumbres caníbales.

Las cabezas alargadas, para los Mangbetu, eran en sí mismo un símbolo de belleza, de prestigio y poder, realizada mediante una técnica conocida como “Lipombo” iniciada al mes siguiente del nacimiento, en el que envolviendo fuertemente el cráneo del recién nacido, con paños de lino, se procedía a la elongación de la cabeza, en un proceso que venía a durar aproximadamente dos años y que a partir de 1950 comenzó a caer en desuso, al ser declarada prohibida por los europeos. Hipócrates ya en el 400 a.C. se refería a estos como la tribu africana de los “cabezas largas”.

Esta deformación artificial del cráneo había sido también llevada a cabo por algunos pueblos germánicos orientales como los Alanos, así como por los Hunos y los pueblos gobernados por estos últimos como los Burgundios y los Ostrogodos entre otros.

El objetivo del capitán Paulis y sus hombres de adentrarse tan al interior del Congo era acopiarse del preciado marfil amén de someter, en nombre del rey Leopoldo II, a las pequeñas tribus que se fueran encontrando a su paso, como los Hema, los Lendu o los Azande.

Cuatro días después de iniciarse esta aventura, al atardecer del viernes 18 de febrero, caían apresados por los temidos guerreros de la cabeza alargada, que los sorprendían sin apenas poder oponer resistencia. Sabedores, desde aquel mismo instante, de su trágico final, fueron llevados a una especie de campamento donde miles de hombres y mujeres con el cuerpo pintarrajeado comenzaban, desde bien temprana la mañana, a realizar una serie de cánticos anunciando presuntamente su desdichado desenlace.

El capitán aquella misma mañana, echando una mirada a su almanaque personal observaba cómo para esa misma noche había previsto un eclipse de luna parcial, pudiendo ser visible en Europa, África, Australia y Asia, por lo que aquellos cielos despejados hicieron prever a Paulis que el aludido fenómeno podría ser observado desde el mismo campamento, dándole aquella misma tarde del sábado instrucciones a uno de sus hombres, que hablaba algunas palabras del idioma bantú, para que le transmitiera al jefe, de aquel pueblo enardecido, su deseo de ser recibido para darle un mensaje personalmente.

Una vez llevado ante el rey de la tribu, Akondo Mangbetu, el capitán le advertía que en caso de no ser puestos en libertad de inmediato o recibir, cualquiera de los miembros de su expedición, algún tipo de daño, se encargaría de “hacer desaparecer la luna” de su reino, para siempre, empezando a “matarla”, desde aquel mismo instante, hasta que fueran cumplidas sus exigencias.

La incredulidad de aquel rey africano originaba la puesta en escena y representación de un Paulis, que alzando los brazos hacia el cielo comenzaba a recitar frases inconexas ante la mirada atónita de los allí presentes que con verdadera curiosidad e intriga observaban los gritos y gestos de aquel hombre blanco que amenazaba con hacer desaparecer, nada menos, que la luz de su luna. Pero aquel rey de más de un millón y medio de súbditos, no dando credibilidad a las palabras del belga ordenaba fuera este llevado de vuelta a su cabaña con el resto de los prisioneros.

Y de pronto la luna empezó a perder luminosidad, a morir, ante la sorpresa y el espanto generalizado de todo aquel pueblo, que veía como aquella se iba poco a poco “apagando”. Asustado el rey, implorando la memoria de sus dioses y la de los fundadores de su reino, como Nabiembali y Mbunza, solicitaba le trajeran ante su presencia al causante de aquello, aceptando ponerlos inmediatamente en libertad así como acatar la autoridad suprema de Leopoldo II, rey de los belgas, si él liberaba por su parte a su luna.

Y así, gracias a aquel eclipse lunar, estos veintiún hombres salvaron sus vidas aquella noche.

Ya lo dijo Terencio, el escritor de comedias romano, -“No solo en ver lo que tienes ante ti, sino prever lo que va a venir es en lo que consiste la sabiduría”-

Y Albert Paulis con sabiduría previó lo que venía…

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