EL SUEÑO DE MARTIN LUTHER KING

i HAVE A DREAM

28 de agosto……………………..y entonces sucedió que………………………….

……………….explicarle aquello al pequeño Martin Luther, a sus seis años de edad, no iba a resultar nada fácil para el señor y la señora King de Atlanta, la capital del estado de Georgia, pero aunque al segundo de sus tres hijos le iba a costar entenderlo, la realidad era que a partir de aquel mismo día, dos de sus amigos no volverían a jugar más con él, porque sus padres se lo habían prohibido, por el simple hecho de ser negro. Veintiocho años más tarde aquel niño lideraría el «Movimiento por los derechos civiles», consiguiendo un 28 de agosto, de un día como hoy, de 1963 cautivar con su discurso a las cerca de doscientas cincuenta mil personas congregadas en Washington, la capital de los Estados Unidos.

Una vez abolida la esclavitud con la «Proclamación de Emancipación» por el presidente Lincoln en 1863, lo cierto es que la discriminación racial era toda una realidad constatable casi cien años más tarde. Bajo el lema “iguales pero separados”, aquella segregación racial se practicaba en casi todas las esferas de la vida en sociedad. A nivel judicial, en las escuelas, en las universidades, en los transportes públicos, en el acceso a las salas de cine y en la separación incluso de los lavabos y las fuentes públicas. Absolutamente todo estaba apartado y dividido para blancos y negros.

En cada ámbito de la vida cotidiana fueron cometiéndose casos flagrantes de injusticia social teniendo su origen en el color de la piel, como el sucedido en el mes de marzo de 1944, cuando George Junius Stinius era acusado, a sus catorce años de edad, del asesinato de Betty June Binnicker de once y de Emma Thames de ocho, un hecho ocurrido en el condado de Claredon, en Carolina del Sur. El caso fue presentado ante la opinión pública como la muerte de dos niñas blancas a manos de un “adulto” negro. Se cometieron graves irregularidades durante las pesquisas policiales y a pesar de que Aime, la hermana del detenido, llegase a asegurar haber pasado todo el día con él, aquel jurado compuesto por doce hombres blancos lo declararía culpable de asesinato en primer grado, en una deliberación de tan solo diez minutos de duración, condenándole a morir ejecutado en la silla eléctrica apenas tres meses más tarde, el 16 de junio de 1944.

Investigaciones posteriores determinarían que las niñas fueron golpeadas con una barra de hierro de unos veinte kilos de peso aproximadamente, una carga que aquel niño con su liviana constitución física no podría haber sido capaz de levantar, con soltura suficiente, y mucho menos llegar a golpear repetidamente y con violencia a aquellas niñas produciendo aquel horrible asesinato.

Setenta años más tarde, en 2014, la jueza de Carolina del Sur Carmen Tevis Mullen, reconocía oficialmente graves irregularidades en el proceso judicial abierto contra el condenado a muerte más joven de la historia de los Estados Unidos, admitiendo en sede judicial la inocencia del pequeño George.

Más o menos por aquellas mismas fechas de la ejecución de George Stinius nacía en Topeka, en el estado de Kansas, Linda Brown, obligada desde muy pequeña a cursar sus estudios en una escuela solo para negros a casi tres kilómetros de su casa, teniendo otras más cerca, pero solo para estudiantes blancos. En 1950, su padre Oliver Brown, cansado de ver a su pequeña de siete años tener que caminar aquel largo recorrido y atravesar una peligrosa vía de tren para coger un autobús hasta llegar a aquella escuela para cursar sus estudios, decidió matricularla en la “Sumner Elementary School”, una escuela para blancos, mucho más próxima al hogar de la familia Brown. La escuela Sumner, como era de esperar, declinaba la inscripción de la niña, iniciándose un largo proceso judicial que vería la luz cuatro años más tarde.

En mayo de 1954, la Corte Suprema declaraba ilegal la segregación racial en todas las escuelas de los Estados Unidos, al considerar la educación un derecho esencial cuya discriminación racial generaba una desigualdad inadmisible, negando así la igualdad de oportunidades educativas (aún así, tres años más tarde Elizabeth Ekford y ocho estudiantes negros intentaron acudir a la escuela Little Rock Central High School, de Arkansas sin lograr ser admitidos, originando tanta agitación social, entre sus detractores y sus defensores, que hizo necesaria la intervención del propio presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower que incluso llegaría a enviar unidades de la Armada para proteger a aquellos estudiantes afroamericanos.

Un año después, Claudette Colvin de quince años de edad se negaba a ceder su asiento a una pasajera blanca en uno de los autobuses de Montgomery, en el estado de Alabama. Las leyes vigentes señalaban que los viajeros de color debían ocupar los puestos traseros en los autobuses, siendo los asientos delanteros reservados exclusivamente para los ciudadanos blancos.

Nueve meses más tarde era Rosa Parks quien hacía lo mismo, al negarse a ceder su asiento y ocupar una de las plazas traseras de la misma compañía de autobuses, siendo encarcelada por ello. Aquel niño al que un día sus amigos dejaron de hablar por el color de su piel, en aquellos días pastor de la Iglesia baptista, lideraría un boicot contra la compañía de autobuses, que lograría poner fin a aquella distribución injusta para sus pasajeros.

En octubre de 1962, James Meredith se convertía en el primer estudiante negro en la Universidad de Misisipi, oponiéndose a su ingreso el gobernador segregacionista Ross Barnett, llegando a promover manifestaciones en su contra. El presidente John Fitzgerald Kennedy requeriría la intervención del ejército para apaciguar los ánimos. Los graves disturbios acaecidos en las puertas de aquella universidad trajeron como resultado dos muertos y cerca de trescientos heridos de diversa consideración, provocando aquellos altercados la convocatoria de una manifestación pacífica sobre la capital prevista para el 28 de agosto, de un día como hoy de 1963, a la que acudirían unas trescientas mil personas, la mayoría de color, bajo el lema “Por el trabajo y la Libertad”.

Y allí congregadas alrededor de las escalinatas del monumento a Lincoln en la capital,  Martin Luther King daba un discurso que cambiaría la historia. Sobre las cuatro de la tarde, con un calor abrasador, le tocaba el turno al último de los diez oradores previstos.

Su alegato comenzaba con el mismo tono lúgubre que el del resto de los conferenciantes, -“el negro vive en una isla de pobreza solitaria en medio de un océano de prosperidad material”-. Entre aquella multitud, de pronto se oye la voz de Mahalia Jackson, una cantante de Gospel de cincuenta y un años, que le grita, -“¡Háblales del sueño, Martin!”-.

El reverendo dejando a un lado los papeles que tenía escritos se dispuso a improvisar, contando a todos aquel sueño que tenía, abandonando aquel mensaje sombrío, que sustituía por otro cargado de esperanza y optimismo, que le llevaría a conseguir al año siguiente el Premio Nobel de la Paz.

-“Yo tengo un sueño”-, empezó a decir- pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño, arraigado profundamente en el sueño americano. En el que todos los hombres son creados iguales. Un sueño en el que un día, en las coloradas colinas de Georgia, los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad. En donde serán capaces de transformar, en Alabama, en Misisipi y en Georgia las discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Yo tengo un sueño…”-

Hoy, 28 de agosto de 2020, cincuenta y siete años después de aquel discurso y de injusticias raciales, aquel sueño sigue sin cumplirse del todo. Casos como los de Trayvon Martin de diecisiete años de edad, asesinado el  26 de febrero de 2012, en Sanford, Florida (detonante de la creación del movimiento “Black Lives Matter”), o el de Tamir Rice y Michael Brown en 2014, Freddie Gray en 2015, Philando Castile en 2016, Botham Jean en 2018, Atatiana Jefferson en 2019, George Floyd, el 25 de mayo de 2020 y el del pasado domingo 23 de agosto, en el que Jacob Blake recibía siete disparos por la espalda en presencia de sus hijos. Todos ellos juzgados por el color de su piel.

-“Sueño que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter”-. [Martin Luther King]

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