EN MEMORIA DE «GEORGE FLOYD»

260523

26 de mayo………………………..y entonces sucedió que………………………..

……………falta un minuto para que las manecillas del reloj marquen las ocho menos veinte de la tarde, cuando aquel gigantón, con sus casi dos metros de altura, entra con su amigo Maurice en el Cup Foods, del 3759 de la avenida de Chicago, en el sur de Minneapolis, en el Estado de Minnesota.

Es uno de los clientes habituales de aquel establecimiento que el matrimonio Abumayyaleh abrió allá por 1989, regentado actualmente por varios de sus hijos y en donde puede adquirirse desde productos de alimentación, bebidas y tabaco, hasta, por ejemplo, carcasas para móviles. Suele dejarse caer por allí una o dos veces por semana y siempre con una sonrisa en el rostro, igual que hace este lunes, 25, el último del mes de mayo en el que se celebra el “Día de los Caídos”.

George compra una cajetilla de cigarrillos con un billete de 20 $ que el dependiente, Christopher Martin, detecta como falso. Mahmoud, el dueño, no está en la tienda en estos momentos, así que el chico, aleccionado para activar el protocolo de actuación establecido y proceder, como en este caso, contra todo intento de pago con billetes falsos, da aviso inmediatamente a la policía (algo de lo que más tarde se arrepentirá profundamente).

Cuando el Cup Foods contrata a alguien, generalmente gente joven, se les advierte que los billetes falsos que acaben en caja, serán descontados de sus respectivas nóminas (algo que posteriormente desmentiría el mismo dueño del local, extrayendo de la caja un fajo de estos billetes, señalando que, -“es cierto que se les dice eso, para que sean más responsables y estén en alerta, pero realmente nunca se ha llegado a aplicar dicha medida”-).

Alexander Kueng y Thomas Lane de la Unidad móvil 320 de la Policía se personan en el local, al tiempo que George y su amigo ya están subidos a bordo de su vehículo, un Mercedes Benz clase ML 320, de color negro y con matrícula BRJ 026, aparcado justo frente al establecimiento y del que es obligado a descender. Son las 20:10 de la noche y su pesadilla no ha hecho más que comenzar.

Sin entender lo que está ocurriendo y sin ofrecer resistencia, es esposado con las manos a la espalda, como medida preventiva, le dicen, siendo obligado a sentarse en el suelo de la acera del edificio frente a aquel establecimiento del que empiezan a salir los primeros curiosos, momento en el que llega otro vehículo policial, con el número 830 y del que descienden dos agentes más, Derek Chauvin y Tou Thao.

Sentado allí, en el suelo, le preguntan y le hacen deletrear su nombre, George Floyd, F-L-O-Y-D. Le duelen los grilletes que le han colocado. George quiere irse a casa, lo pide por favor, casi implorándolo, con insistencia. No entiende nada. Sus gestos de dolor son visiblemente ostensibles, ante la mirada de los testigos curiosos que en número van aumentando.

Chequeados sus datos en la central saltan unos antecedentes policiales de hace dieciséis años, de cuando vivía en Houston, en el problemático barrio de Bricks, donde un joven George, al que todos conocían por aquel entonces por su segundo nombre, el de Perry, juntándose con malas compañías se había visto envuelto en asuntos relacionados principalmente con las drogas y que lo acabarían llevando entre rejas varias veces; Seis meses en 1993, diez meses en 1994, 15 días en 2001 y cinco años en 2009. Al salir de la cárcel, en 2013 dispuesto a dejar atrás aquella vida, decidía cambiar de ciudad de residencia, a 2000 km de allí, mudándose hasta Minneapolis, dejando en aquella ciudad al joven Perry.

Acusado de un delito de falsificación los agentes deciden trasladarlo a comisaría. El vehículo dispone de un pequeño habitáculo que solo de verlo provoca angustia en el detenido.

George tiene claustrofobia y así lo hace saber. –“Está bien, está bien, déjame contar hasta tres y me meto”-, les dice, pero los agentes no están por la labor de dejar pasar ese tiempo. Desgraciadamente han visto de todo y desconfían de todo y de casi todos por naturaleza.

-“Soy claustrofóbico”- les grita, mientras tratan de meterlo a la fuerza en el vehículo policial, al tiempo que este, presa del pánico, intenta evitarlo. La situación se tensa, el forcejeo les lleva al suelo en donde el detenido queda boca abajo, sobre el asfalto.

El agente Lane le sujeta las piernas, Alexander Kueng se coloca encima de su espalda y Derek Chauvin presiona su cuello contra el pavimento con una de sus rodillas sobre la que deja descansar todo su peso, mientras que Thao, el cuarto agente, trata de mantener alejados a los curiosos que se agolpan y empiezan a increparles por el trato que le están dando a aquel hombre que pide a gritos que le dejen respirar.

La secuencia puede verse en el siguiente enlace https://youtu.be/ybsp31SabAQ

-“No puedo respirar”-, se le oye decir en voz alta, ¡me falta el aire!. –“¡Dios mío, mamá, mamá!”- son algunas frases que pueden escucharse, al tiempo que el agente Thao se dirige a los presentes realizando unas desafortunadas manifestaciones señalando que, -“Esto, es lo que pasa cuando se consumen drogas”-.

Todo está siendo grabado, tanto por las cámaras corporales de los agentes como por aquellos testigos con sus móviles. Ocho minutos y cuarenta y seis segundos es el tiempo que el agente Chauvin presiona con su rodilla el cuello de George Floyd. Ocho minutos y cuarenta y seis segundos en los que aquel no dejará de suplicar, ante quienes impotentes son testigos presenciales de aquella brutalidad de aquellos cuatro agentes de policía que incumpliendo el reglamento protocolario de detenciones, se muestran impasibles ante el aumento de las protestas de quienes con horror ven aquella secuencia, y a la postre lo que acabaría siendo un asesinato.

La trágica muerte de George Floyd corre como la pólvora. Las primeras imágenes de aquel suceso traen la indignación y una oleada de protestas. Al día siguiente, el 26 de  mayo de un día como hoy, de hace cuatro años, los cuatro agentes eran despedidos, acusados de un delito de asesinato y por el que acabarían siendo condenados (Alexander Kueng y Thomas Lane, a tres años de prisión cada uno. Tou Thao, a tres años y medio. Derek Chauvin, a dos condenas, una por asesinato de 21 años y otra de 22 años por violación de los derechos civiles de George Floyd, en total, 43 años).

-“No me puedo creer esto. No puedo respirar. Mamá te quiero”- (últimas palabras de George Floyd antes de perder el conocimiento).

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