«EL CUENTO DEL LECHERO»

222024

22 de marzo………………………….y entonces sucedió que………………………

…………….contaba el periodista dominicano Alejandro Santana una historia que a su vez le había relatado su madre, siendo entonces un niño, sobre la vida de un lechero, llamado Belarmino Rodríguez, natural de Fundación, a quien al parecer las cosas le habían ido siempre muy bien, teniendo, fruto de su sacrificio y abnegado trabajo, grandes ganancias y pingües beneficios, que le habían proporcionado a pesar de su humilde condición, una serie de lujos para la época en la que vivía, despertando la admiración entre todos sus vecinos que bien lo conocían.

Repartía Berlarmino su producto por todo el sur de la isla, principalmente por los alrededores de la Laguna de Rincón, muy próxima a Fundación, por La lista, El Naranjo, El Cabral y Cachón hasta llegar a Barahona que se había convertido en el centro comercial más importante de toda la región, desde que aquel 22 de marzo, de un día como hoy, de 1887, el ayuntamiento le había concedido a Santiago Peguero la licencia de explotación, durante treinta y tres años, del uso de una barca para facilitar el cruce del río Yaque del sur para llegar a la aludida localidad.

Aquella barca, que acabaría funcionando las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, por un precio de ocho centavos por trayecto, ejercería un efecto llamada a los vehículos de motor de los particulares que comenzarían a utilizarla con asiduidad, llegando a verse incluso en alguna que otra ocasión, el moderno automóvil, Jeep Willy, de color rojo, propiedad del aludido lechero, que causaba verdadera admiración a su paso por donde transitaba y que utilizaba en contadísimas ocasiones.

Sin embargo, el negocio de la barca del señor Peguero, ideado en principio para facilitar el acceso a la ciudad, acabaría convirtiéndose en un verdadero obstáculo para el desarrollo de la industria de Barahona, al encarecer los precios de los productos que llegaban por esta vía, así como su uso, un tanto traumático, debido a los innumerables accidentes de toda índole en los que sus usuarios se verían inmersos.

Los comerciantes aunando esfuerzos y ayudados por el consistorio, frente a la firme oposición del dueño de aquel negocio, que mantenía vigente su licencia de explotación, decidían levantar, en Habanero, un puente, para uso de vehículos y peatones y otro, para ferrocarril que, a las once de la mañana del sábado, 31 de julio de 1920, permitía el paso para los ciudadanos de a pie, demorando hasta el 31 del mes de diciembre el acceso a los vehículos y trenes, haciendo coincidir dicha fecha con la finalización del contrato entre el “rematista” y el concejo de la ciudad.

El libre acceso a la ciudad permitiría a Belarmino Rodríguez librarse del pago del canon por el uso de la barca antes mencionada, como a otros muchos empresarios que llevaban sus productos a la ciudad, aumentando con ello sus beneficios de forma casi inmediata.

Fuéronle las cosas tan bien, al bueno del lechero, que adquiría, junto a uno de esos trajes elegantes de importación, un sombrero italiano “carísimo”, modelo Fedora (al que también llamaban “Borsalino”, al ser este el nombre de la empresa que lo fabricaba), de color gris con una cinta anudada en su lado izquierdo de seda negra, que le daba, sin duda, a quien lo llevaba, un porte distinguido, elegante y majestuoso.

Cierta mañana de domingo, como otros, acudía Belarmino elegantemente vestido, con su traje nuevo y su sombrero borsalino, en la guagua (autobús) desde su localidad natal de Fundación hasta Barahona, situada a 14 Km, en donde además de aprovechar la visita para cerrar ciertos tratos comerciales realizaba algunas compras necesarias.

Fue a su regreso, cuando sentado en uno de los asientos delanteros de la guagua que le traía de vuelta, entonces prácticamente abiertos por los laterales, justo al pasar por el puente de Habanero, un golpe repentino de “brisa inusual” para aquella época, le arrebataba el sombrero yendo a parar al cauce del mismo río Yaque del sur.

El “Pitcher” (cuya misión además de realizar el cobro del billete, era ayudar a subir a los pasajeros y si hubiera necesidad, anunciar las paradas solicitadas por aquellos), al ver el borsalino de aquel distinguido pasajero salir volando, daba aviso al conductor que accionaba el freno de inmediato, saltando veloz hacia el río en busca de tan elegante prenda.

Levántose el lechero agitado de su lugar, pero sin casi tiempo a reaccionar ni de realizar movimiento alguno, tan solo pudiendo observar, desde la lejanía como su elegante sombrero comenzaba, flotando sobre las aguas, a alejarse río abajo, mientras que el pitcher con los pies ya dentro del agua, haciendo amago de escapar a correr y zambullirse en aquellas frías aguas presa de los nervios, escuchaba una voz de otro de los pasajeros allí presente, ganadero de profesión que en voz alta le decía al lechero; -“Ay Belarmino, que sabio es el refranero. Ya sabes lo que dice; – “Lo que trae el agua, el agua se lo lleva”- (haciendo alusión, al parecer, a algo que se rumoreaba por aquel entonces sobre el origen de sus grandes ganancias que se debían a que este agregaba agua a la leche).

Hoy, es precisamente el agua también protagonista, desde que la Asamblea General de la ONU, en su Resolución A/RES/47/193 de 22 de diciembre de 1993, declarase celebrar cada 22 de marzo, el “Día Mundial del Agua”, como una forma de conseguir mayor concienciación de todas las sociedades sobre su trascendencia, debiendo observarse un uso eficiente y responsable sobre la misma. Y no como el lechero de nuestro cuento.

Ya tenía muy claro Leonardo Da Vinci, hace quinientos años, la importancia del agua, como algo esencial para la vida…

Porque el agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza- (Leonardo Da Vinci, 1452–1519)

 

 

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