—«EL DILEMA DE ZALEUCO»—

cincoabrile

5 de abril…………………………y entonces sucedió que……………………………

…………contaba Aristóteles en uno de sus relatos, que acabaría siendo respaldado posteriormente por el historiador Polibio, como un grupo de esclavos ozolios, que habían huido con sus dueñas, convertidas por aquel entonces en sus amantes, expulsaban al pueblo indígena de los enotrios que habitaban la llamada Magna Grecia (la actual región italiana de Calabria) fundando la ciudad de Locros, al parecer, gracias a una artimaña llevada a cabo por parte de aquellos.

Y es que como contaba el historiador griego, aquel grupo de esclavos recién llegados, realizaban un juramento solemne ante los nativos, “ofreciéndose a vivir en aquella ciudad, juntos y en armonía, a partir de entonces, mientras pisasen la misma tierra”, llevando escondida tierra en las mismas suelas de sus zapatos, para no faltar a su palabra dada, y proceder a ocupar aquellos territorios, y con el tiempo, acabar sometiéndolos.

Fue el filósofo Zaleuco el encargado de darle a aquella ciudad la primera compilación de leyes escritas, el llamado “Código Locrio”, convirtiéndose en poco tiempo, además de en su legislador en su gobernante, considerado desde entonces como hombre sabio y justo al aplicar las leyes recogidas en aquel compendio de leyes.

Cabe destacar, entre alguna de aquellas leyes, transmitidas por el escritor macedonio Ioannes Stobaeus, que los locrianos en su calidad de esclavos de origen, no podían poseerlos, no podían acudir con espada a las Asambleas, así como que condenaban a muerte a los ladrones y les sacaban los ojos a los adúlteros como castigo.

Zaleuco de Locri aplicaba con sensatez y sabiduría aquellas leyes. No le temblaba el pulso a la hora de impartir justicia, siendo conocido en toda aquella región, desde Crotona a Sibaris, como un hombre íntegro, justo y honrado.

Cierta mañana, faltando un día para las procesiones de las Delfinias, según el calendario ático, previstas para el sexto día del mes de muniquión (lo que correspondería al actual 5 de abril, de un día como hoy), entraba al templo una denuncia de las muchas que solía atender, de un caso por “adulterio”, ordenando reunir inmediatamente al tribunal a tal efecto.

La condena prevista para estos casos, según había dictaminado él mismo, era proceder al vaciado de las cuencas oculares a los inobservantes de la ley, pues por los ojos era precisamente por donde consideraban que da comienzo el instinto primario del deseo carnal. La vista era el sentido que los habría llevado a delinquir, por lo que, en buena lógica, anular aquella era el castigo que debían sufrir para evitar este tipo de situaciones, condenándolos a la oscuridad.

Mientras espera la llegada de los miembros del tribunal, lee los hechos expuestos en la delación que efectuaba un ciudadano resentido sobre su esposa y un joven, a los que aquel, había sorprendido copulando in fraganti, helándosele el corazón y dejando incluso de latir durante unos instantes al comprobar que aquel joven al que se acusaba de dicho acto era su propio hijo.

Zaleuco, volvió a leer aquel nombre varias veces seguidas, deseando, al hacerlo de nuevo, haberlo leído erróneamente, pero aquel por mucho que insistía no variaba un ápice. Estaba claro que el denunciado era su hijo, no había ninguna duda. Sintió una fría punzada en el pecho, creyendo por un momento venirse abajo y desvanecerse, ante aquella multitud que se iba congregando, como en otras ocasiones, sintiendo sus piernas flaquear y temiendo llegar a perder el conocimiento.

Los ciudadanos están reunidos casi todos al completo. Aquellos juicios despiertan la curiosidad de sus vecinos. El tribunal ya se encuentra presente y él siente la garganta tan seca y árida como la tierra que pisan. Pero tiene que impartir justicia, aplicando la ley. No puede absolver a su propio vástago por una cuestión de parentesco o afinidad. Si no aplica la ley su credibilidad, honestidad y honorabilidad quedarían en tela de juicio para siempre.

Siente un dolor profundo e indescriptible. Desearía, con todo su ser, poder ser condescendiente, pero llevado por ese deber irrenunciable, sabe que no puede exonerarle del castigo previsto para dicha acusación.

Así que determina condenar a su hijo, con estas palabras que resuenan con fuerza ante la multitud allí congregada;

«Perdonaré «a medias» a mi hijo, ya que entiendo que no es el único culpable, pues siento que siendo su padre debía haberlo educado mejor. En consecuencia, mando que le saquen un solo ojo, que el otro me lo sacaré yo, dando así cumplimiento a la ley, ya que nada dice sobre que ojos hay que sacar»—.

PD.— Si tuviéramos políticos con semejante catadura moral las cosas serían bien distintas. Yo también quiero un Zaleuco de Locri en mi país. ¿Y quién no?.—        

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