………………………el 10 de enero de 1869, según el calendario antiguo ruso, nacía en la localidad de Pokróvskoie, en el margen izquierdo del río Turá, en plena Siberia rusa, a más de dos mil kilómetros de la capital por aquel entonces, San Petersburgo, Grigori Yefimovich Rasputín, a quien desde bien joven se le atribuirían una serie de poderes curativos y sobrenaturales, que treinta y seis años más tarde, le ayudarían a ejercer una enorme influencia sobre la mismísima Zarina, Alexandra Fiódorovna, y por extensión de toda la familia de la dinastía de los Romanov.
Rasputín, a quien se le acabaría conociendo con el sobrenombre del “Monje Loco”, a pesar de su condición de campesino analfabeto, lograría introducirse entre las altas esferas de la sociedad rusa, desde su llegada a la capital, en 1905, donde su fama de curandero-sanador comenzaría a acrecentarse rápidamente, llegando a oídos de Anna Výrubova, amiga íntima de la zarina.
Pertenecía el “Moje Loco” a la secta religiosa de los khlysty o Flagelantes, los cuales creían en el pecado como medio, a través del consiguiente arrepentimiento, para la obtención de la salvación. Con una arrolladora y tosca personalidad y una mirada directa e imperturbable, Rasputín era capaz de tratar con la misma familiaridad a un miembro de la nobleza, del campesinado o a la mismísima zarina.
En 1907, el heredero al trono ruso, el zarévich Alexei, un niño de dos años, hemofílico (enfermedad cuya característica principal es la deficiencia de los mecanismos de la coagulación de la sangre), quedó gravemente postrado en cama, como consecuencia de una fuerte hemorragia. Los médicos imperiales, con métodos rudimentarios, al carecer de los conocimientos necesarios para ayudarle, fracasaron en el intento de sanarle. El sucesor del imperio ruso, el pequeño Alexei, se moría.
La zarina Alexandra angustiada, sintiéndose además culpable, al ser la trasmisora del gen causante de la citada enfermedad, tenía más que presente, por aquellos días, las muertes producidas como consecuencia de la misma, de su hermano pequeño Federico de Hesse-Darmstadt, fallecido a los dos años y medio, y de su tío, el príncipe Leopoldo, duque de Albany a los treinta, por lo que aconsejada por su amiga Anna Výrubova llamó a Rasputín para que con sus peculiares métodos salvara la vida de su hijo.
De esta manera, aquel campesino lograría llegar hasta los mismos aposentos imperiales en donde yacía el heredero. Al llegar allí, rezó e intercedió por el pequeño Alexis, con una determinación tal, que parecía saber exactamente el procedimiento a seguir para lograr la mejoría, que a la postre acabaría consiguiendo, granjeándose la confianza de la zarina y la del propio zar Nicolás II.
Pronto comenzaron a circular por todo San Petersburgo noticias sobre este misterioso personaje, de mirada abrasadora, que con un atractivo carisma personal, animaba las emociones de aquellas damas de la alta alcurnia de la corte, instándoles a pecar. Los rumores hablaban de noches de desenfreno, de auténticas bacanales, que llegaron a implicar a la propia zarina, de la que se decía, que era su amante.
Aquellas noticias y bisbiseos, fueron creando la misma animadversión de muchos hombres influyentes en la corte, como de admiración por parte de las damas, muchas de estas, esposas de aquellos, así como la fe incondicional que la familia imperial, a pesar de las habladurías profesaban sobre aquel, al que consideraban realmente un hombre santo, invistiéndole progresivamente de poder, ya no solo espiritual, sino también político.
En 1916, durante el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, un grupo de nobles entre quienes se encontraban, el príncipe Félix Yusúpov, un primo del zar Nicolás II, llamado Demetrio Románov y el líder político Vladímir Purishkévich temiendo que la zarina (de ascendencia germánica) junto con Grigori Rasputín estuviesen planeando conspirar para lograr una paz con Alemania, decidieron acabar con su vida, asesinándole.
Para ello, le citaron en el palacio Moika de Petrogrado, perteneciente este al príncipe Yusúpov, haciéndole creer que era Irina, la esposa del príncipe, de gran belleza y por la que el monje bebía los vientos, la que le había enviado una invitación a aquel, para acudir a una fiesta en su honor, la noche del 29 de diciembre de 1916. Y allí el monje se presentó.
Yusúpov, le ofreció pasteles envenenados, y abundante vino, previniendo un pronto desenlace, que lejos de producirse, animó a Rasputín de tal manera que aquellos nobles llegaron a pensar que verdaderamente era probable que aquel Monje fuese en realidad, tal y como decían, «inmortal». Viendo como el efecto del brebaje ponzoñoso no hacía el efecto deseado, decidieron variar el plan inicialmente trazado, disparándole directamente, para lo cual, aún así, fueron necesarios varios tiros para acabar con su vida.
Envuelto en una alfombra fue arrojado al helado río Neva que corre su curso junto al palacio, amputándole antes, sus partes nobles, que actualmente se exponen en un museo erótico en la ciudad de San Petersburgo, propiedad del urólogo Igor Kniazkin que afirma poseer la documentación precisa para acreditar la autenticidad del aludido atributo.
La autopsia revelaría posteriormente que ni toda la cantidad de aquel veneno ingerido ni las balas alojadas en su cuerpo habían acabado con su vida ya que el óbito de este, se produjo por ahogamiento.
El grupo Boney M dedicó a este personaje una de sus célebres canciones que en el siguiente enlace subtitulado podemos visionar; https://youtu.be/CPU_JCVfDUU
Hay un proverbio Malayo que señala que; -“El elefante muerto deja sus colmillos; el tigre, su piel, y el hombre, su nombre”-. Y en este caso además, podríamos decir, que Rasputín dejó algo más que su nombre.