12 de enero………………….y entonces sucedió que…………………………..
………………………………….nacido en la pequeña localidad de Xuño, perteneciente al municipio de Porto do Son,situado en la parte sur de la Ría de Muros-Noia, en la provincia de A Coruña, con sus cerca de veinticinco kilómetros de costa jaspeada de innumerables playas de arena blanquecina, dio sus primeros pasos Ramón Sampedro. Desde la orilla de las playas de Os Son, o la de As Seiras, o desde el mismo castro de Baroña (descubierto diez años antes de él nacer), oteaba durante horas el horizonte, imaginando “echándose a la mar”, con esa sensación que le proporciona el sentirse en libertad. Otros niños de su edad soñaban con conducir, con ser futbolistas, o maestros, Ramón Sampedro Cameán quería ser marino.
Y por fin, cuando en 1965, una vez cumplidos los veintidós años, al haber alcanzado la mayoría de edad, que por aquellos tiempos, en nuestra legislación, hasta 1978, coincidiendo con la entrada en vigor de la Constitución española, quedaba establecida en los veintiún años, se lanzó a la mar y se hizo marino, enrolándose en un mercante noruego, como mecánico de navío, para -“conocer mundo”-, decía.
Y así anduvo durante tres años, de puerto en puerto, regresando a casa para pasar largas temporadas junto a sus padres y su hermano José, antes de volver a embarcar.
Durante la mañana del viernes 23 de agosto del verano de 1968, Ramón fue a la playa de As Furnas, junto con cinco amigos más, a darse un chapuzón, lanzándose desde las rocas, como otras tantas veces habían hecho.
Aquel día, había mar de fondo, presentando este fuerte resaca. Tras los impactos producidos por el fuerte oleaje, rompiendo contra las rocas, el curso de las aguas, como jugando al escondite con el acantilado, retrocedían a gran velocidad, volviendo “mar adentro”. Aquella mañana el mar estaba embravecido, pero Ramón a sus veinticinco años, se sentía confiado, era su medio de vida, su amigo, su aliado, y además se consideraba un buen nadador y conocía como nadie aquella playa, por lo que no advirtió peligro alguno.
Desde un acantilado, a un metro y medio de altura aproximadamente, sobre las rocas, se lanzó de cabeza al mar. En el momento del salto, las olas golpearon la misma orilla, retirándose a gran velocidad, llevándose consigo aproximadamente dos metros de agua, cayendo sobre el poco nivel de las aguas, tocando con la cabeza el mismo fondo de la arena, lesionándose la séptima vertebra (la prominente, la que se ubica en la misma base del cuello), tras lo cual todo su cuerpo quedó inerte, paralizado, sin dolor. Ramón Sampedro se había partido la espina cervical por la séptima vértebra y con ello, desde entonces la parálisis de sus cuatro extremidades.
Y desde aquel verano de 1968, tetrapléjico, atendido por su familia, postrado en una cama, desde su cuarto, a través de su ventana seguiría viendo el mar, deseando cada día “caminar, correr y volver a amar”. Y así, día a día, necesitando la ayuda de sus seres queridos, de sus padres, de su hermano y de su cuñada Manuela Sanlés, para sus cuidados, fue perdiendo la esperanza y la ilusión por vivir. Se sentía (tal y como reza su epitafio, -“una cabeza atada a un cuerpo muerto”-), comenzando a demandar, a partir de 1993, tras veinticinco años en esta situación, su derecho a disponer sobre su destino final, al derecho a morir dignamente, iniciando de esta forma una batalla legal ante la justicia española para el reconocimiento de la llamada “eutanasia”.
Tres años más tarde, en 1996, publicó un libro, al que tituló, -“cartas desde el infierno”, en el que daría a conocer al mundo entero sus vivencias, sus sensaciones, su día a día, su deseo de poner fin a su calvario, el derecho, como el mismo argumentaba, de morir como un derecho a no sufrir.
No encontró el respaldo legal que le autorizase al cumplimiento de su deseo, ni en los tribunales españoles ni en el de derechos humanos. Solo la Organización Derecho a morir Dignamente (DMD), su novia Ramona, y sus amigos más cercanos, como Pepe Vila, dieron apoyo a su causa.
Alquiló en noviembre una casa en la localidad de Boiro, a veinticinco kilómetros de su Xuño natal, repartiendo una llave de aquella casa para cada uno de sus once amigos, dividiendo la responsabilidad de la misma, multiplicando para ello los encargos sobre estos, evitando así paliar las posibles consecuencias jurídicas que pudieran recaer sobre alguno de ellos. Ramón Sampedro, dispuso su plan, encargando cianuro, que uno compró, que otro disolvió, que un tercero puso en un vaso……de manera que ninguno realmente fue quien le asistió.
Y entonces sucedió que, el 12 de enero, como hoy, de 1998, Ramón ponía fin a su existencia ingiriendo para ello una dosis de cianuro, grabándolo ante una pequeña cámara para eludir las responsabilidades de quienes le habían facilitado el acceso al aludido veneno. Acababa de cumplir, hacía siete días, cincuenta y cinco años.