4 de febrero……………………y entonces sucedió que……………………….
…………………..pasaban unos minutos de las nueve de la noche, del 4 de febrero de 1974, cuando en el apartamento que compartía Patricia Hearst con su novio, en la localidad californiana de Berkeley, irrumpían a punta de pistola varios miembros del denominado “Ejército Simbiótico de Liberación”, llevándosela secuestrada.
Patricia, a la que cariñosamente llamaban Patty, de 19 años, era la nieta y heredera del magnate de la comunicación y de la prensa amarilla, fallecido el 14 de agosto de 1951, William Hearst, propietario, en su día, de una treintena de periódicos y revistas, como el Washington Herald, el San Francisco Examiner y el Cosmopolitan, entre otros, cuya vida serviría de argumento, a un joven de 25 años, llamado Orson Welles, para escribir, dirigir e interpretar en 1941, la película ganadora de un Óscar, “ciudadano Kane”.
El aludido Ejército Simbiótico de Liberación, un grupo de extrema izquierda, surgido en los años sesenta y dirigido por Donald DeFreeze, abogaba por derrocar “la dictadura corporativa del gobierno norteamericano del entonces presidente Richard Nixon”, exigiendo a la familia Hearst, el reparto de alimentos para los más desfavorecidos. La familia Hearst llegaría a donar cerca de dos millones de dólares en dicho reparto por toda la bahía de San Francisco, auspiciado bajo el programa “People in Need” (Gente necesitada).
El asunto rápidamente y desde un primer instante, fue reclamo de la prensa local y nacional, máxime además tras la reciente liberación de otro nieto ilustre, Jonh Paul Getty III, apenas dos meses antes, en diciembre de 1973, al que la mafia calabresa le había llegado a amputar la oreja derecha, como forma de extorsión a la familia del magnate del petróleo, para hacer efectivo el pago de un rescate de tres millones de dólares. De esta manera, los medios informativos, apostados en las puertas de la casa del padre de Patricia, Randolph Hearst, aguardaban los mensajes que eran enviados por los secuestradores a la familia, muchos de ellos grabados, en los que se escuchaba a la propia Patricia, solicitando cumplieran lo exigido.
La verdadera sorpresa informativa, que conmocionaba a toda la opinión púbica sobre el secuestro más mediático de los últimos tiempos, venía de la misma Patricia Hearst, cuando dos meses después, anunciaba, mediante grabación en cinta magnetofónica, que se unía al citado grupo Simbiótico de Liberación, el día 3 de abril.
En esta, podía escucharse como decía haber resuelto unirse al grupo terrorista con la clara intención de “resistir y combatir”, adoptando desde ese momento el nombre de “Tania”, en honor, a la compañera sentimental del Che Guevara, Tamara Bunke Bide.
Dos días más tarde, el 5 de abril, las cámaras de seguridad de una oficina del Banco Hibernia de la ciudad de San Francisco, recogían una imagen cuanto menos turbadora, en la que podía verse a Patricia Hearst, ahora Tania, portando un fusil y participando del atraco, a la mencionada entidad bancaria, en el que además resultaban heridas dos personas.
El jueves 18 de septiembre de 1975, diecinueve meses después de su secuestro, era detenida por agentes del FBI. Su defensa, ante el proceso judicial abierto en su contra, alegaba que padecía el denominado “síndrome de Estocolmo” (por aquel entonces poco conocido).
El término, acuñado por el psiquiatra y criminólogo sueco Nils Bejerot, alude a la empatía que ciertas personas secuestradas o retenidas contra su voluntad, desarrollan hacia sus captores. El suceso causante del mismo, sucedió el 23 de agosto de 1973, cuando cuatro empleadas del Kreditbanken situado en la plaza Norrmalmstorg de Estocolmo, la capital sueca, eran retenidas por un atracador, Jan Olsson, que exigía a las autoridades una serie de condiciones para liberar a las rehenes, entre las que se encontraba, la puesta en libertad de su compañero de prisión, Clark Olofsson, uno de los delincuentes más temidos del país, que no solo acabaría siendo liberado, sino que fue llevado hasta el propio banco, creyendo que aquel gesto apaciguaría los ánimos de Olsson, que lejos de lograr el efecto deseado, situó a aquel recién llegado a los mandos del mismo, tensando aún más la situación.
Tras seis días de secuestro, retransmitido en directo por las televisiones de todo el mundo, la policía finalmente entraba en el edificio y liberaba a las retenidas. Una de ellas, Kristin Ehnmark, de 23 años, llegaría a solicitar al primer ministro sueco, Olof Palme que le permitiera huir con el secuestrador, argumentando sentir más miedo de la policía que del propio Olofsson. Había nacido el “Síndrome de Estocolmo”.
El juez no observó, en este caso, la empatía argumentada por los abogados de Patricia Hearst hacia sus captores (a pesar de descubrirse, durante el proceso, que había contraído matrimonio con uno de sus miembros), y acabó condenándola a una pena de treinta y cinco años.
Condena que sería recurrida, y tras ser admitido este trastorno psicológico temporal del síndrome de Estocolmo, le sería rebajada la misma a siete años de prisión. El presidente Jimmy Carter, en febrero, de un día 4, como hoy, de 1979, tras haber pasado veintidós meses entre rejas, le conmutaría la pena, y en 2001, Bill Clinton finiquitaría la misma, concediéndole el indulto.
Ya lo dijo el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, – “De nuestras vulnerabilidades vienen nuestras fortalezas”-.