EL VIOLINISTA DEL METRO DE WASHINGTON

7FEB2018

7 de febrero……………………….y entonces sucedió que…………………….
…………………apenas faltaban diez minutos para las ocho de la mañana de aquel viernes 12 de enero de 2007, cuando en el pasillo del metro que da acceso a la puerta de la estación subterránea L’Enfant Plaza, situada en el número 600 de la avenida de Maryland, en el barrio de Southwest Federal, en pleno centro comercial de Washington D.C, la capital de los Estados Unidos, un joven músico se disponía a tocar su violín, con el aparente propósito, de recaudar unas cuantas monedas.
Este, ataviado con unos viejos vaqueros, una camiseta de manga larga y una gorra de “Los Nats”, el equipo local de beisbol de los “Washington Nationals”, se colocaba de pie en una de aquellas paredes junto a la entrada, comenzando a dar un recital de seis obras de distintos compositores clásicos, ante los usuarios del metro de la capital, que en su acontecer diario, bien arribando o partiendo, desde la referida estación, y situando el estuche de su instrumento, como suele ser habitual entre los músicos callejeros, a modo de alcancía recaudadora, abierto a sus pies, a las  monedas que aquellos tuvieran a bien arrojar en su interior.
Durante los aproximadamente cuarenta y cinco minutos que duró la audición, pasaron por delante del mismo casi “mil cien personas”, en aquella considerada hora punta de un frío viernes cualquiera, que dirigiéndose hacia sus trabajos, sin ser conscientes de ello estaban siendo objeto de un experimento llevado a cabo por el Washington Post, a raíz de una idea que había partido de uno de sus redactores, Gene Weingarten en connivencia con el propio músico, Joshua Bell, de treinta y nueve años, un virtuoso de este instrumento, otrora niño prodigio, y sin duda, uno de los mejores violinistas con mayor reconocimiento mundial, aclamado internacionalmente, que utilizaba para esta experiencia, con exquisita elegancia, uno de los violines más valiosos del mercado, su Stradivarius, hecho a mano en 1713 por el cremonés Antonio Stradivari, valorado en tres millones y medio de dólares.
Joshua Bell, a los cuatro años, había asombrado a sus propios padres, al ser capaz de producir el sonido de distintas notas musicales, colocando unas bandas elásticas entre los cajones de una mesa de su habitación, llegando a reproducir, de esta manera tan rudimentaria, melodías clásicas de oído, con el movimiento de los cajones hacia fuera y hacia adentro para alcanzar  diferentes variaciones de tono. Tres años más tarde, a los siete, tras haber recibido clases de solfeo y violín, daba su primer concierto con la filarmónica de Bloomington en su estado natal de Indiana.
El objetivo del experimento pretendía averiguar la respuesta a la cuestión siguiente; ¿Puede uno de los grandes músicos de la nación ser visto, a través de la niebla, en hora punta?, es decir, ¿puede la belleza artística llegar a conmocionar y llamar nuestra atención en un momento rutinario, aparentemente banal y sin importancia, de nuestro acontecer diario?. 
Para evitar cualquier tipo de predisposición con melodías que resultasen excesivamente familiares y conocidas, y que pudieran despertar el interés por sí mismas, de aquellos transeúntes, el concertista, interpretó obras menos conocidas pero igualmente consideradas, entre los entendidos y versados melómanos, como verdaderas obras de arte. Y aunque, en un principio, el escenario no parecía el apropiado para extraer toda la esencia musical, que músico e instrumento pudieran brindar ante aquella peculiar y potencial audiencia, que el que pudiera obtenerse con otro tipo de decorado y quizás mejor acústica, el sonido comenzó a propagarse, sorprendentemente, de manera muy grata, divulgándose por la estancia de aquel lugar, uniformemente.
Antes de llevarse a cabo el mencionado ensayo, se hizo una pequeña encuesta sobre el parecer de lo que podría suceder durante aquel tiempo estimado de unos cuarenta y cinco minutos de duración del mismo, entre directores de orquesta y músicos de toda la nación. Leonard Edward Slatkin, director de la Orquesta Sinfónica Nacional, al ser preguntado, sobre este aspecto, y partiendo de la conjetura de que el artista no iba a ser probablemente reconocido, auguraba que un 75% de los presentes acabarían deteniéndose para deleitarse de la belleza del momento.
Y de esta manera, sobre las ocho de la mañana, de aquel viernes, comenzaba la audición. Durante los primeros instantes nadie parecía percatarse de lo que allí estaba aconteciendo. Las cifras finales arrojaron un triste resultado de siete personas que en algún momento se detuvieron brevemente para seguir el concierto ofrecido, veintisiete dejaron en el estuche del artista alguna moneda, ascendiendo la recaudación final a unos 32 $  (al cambio, a día de hoy, de unos aproximadamente 29 €), y de todos, solo una mujer acabaría reconociéndolo. En el siguiente enlace un breve resumen de la grabación que captó este momento https://youtu.be/hnOPu0_YWhw?t=112.   
Lo más difícil de la experiencia, tal y como señalaría posteriormente el propio músico, sería, a juicio de aquel, la ausencia total de reconocimiento al final de cada pieza reproducida.
Siete años más tarde, en 2014, a las doce y media del mediodía de un martes 30 de septiembre en la Union Station del metro de Washington, volvió a tocar Joshua Bell, en esta ocasión acompañado por sus nueve discípulos de la Young Arts Foundation, en un evento programado y previamente anunciado, ante una abarrotada estación con un público absolutamente entregado https://youtu.be/MrPf0JIN0FE?t=31.
Hoy, miércoles día 7 de febrero de 2018, a las ocho de la tarde Joshua Bell, tiene previsto ofrecer un concierto, junto al pianista Jeremy Denk, desde el Carnegie Hall de Manhattan, en la ciudad de Nueva York, con un programa de aproximadamente dos horas de duración y cuyas entradas, de las dos mil ochocientas cuatro plazas, de las que consta el Auditorio, distribuidas en cinco pisos, se encuentran agotadas desde hace varios meses, con unos precios que llegan a alcanzar hasta los 125 dólares. https://www.carnegiehall.org/Cart/Seat-Selection-Performance/Best-Available?eventid=27954
Como bien dijo Bob Marley; – “Si quieres ser feliz, aprende a disfrutar de las cosas más simples y sencillas”–, sin duda alguna, un sabio consejo.
 
 

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