16 de febrero……………..y entonces sucedió que……………………
………………………………….corría el año 1941, la atención, en casi toda Europa, la seguía acaparando una guerra, que cumplía aquel febrero, su decimoctavo mes de existencia, desde que Hitler ordenase en septiembre de 1939 la invasión de Polonia, iniciándose de esta manera, las hostilidades. El día 12 de febrero, por indicación del Führer, en un intento de presionar a España para que se aunara al conflicto, Benito Mussolini recibía la visita secreta del general Franco, en la localidad italiana transalpina de Bordighera, en la conocida “Villa Regina Margherita”.
Cuando la prensa se disponía a dar los detalles de aquel encuentro, entre el sábado 15 y el domingo 16, tuvo lugar uno de los temporales más violentos que han azotado la Península, durante todo el siglo XX, que se iniciaba con un brusco descenso de las temperaturas, detectado por los meteorólogos, sobre las nueve islas portuguesas de las Azores. A las seis de la tarde del mismo sábado, la borrasca se situaba muy cerca de las costas gallegas, por el cabo Finisterre, registrándose unas rachas de viento, como no se habían visto hasta el momento, que alcanzaron especial virulencia en la capital cántabra.
En Santander, sobre las ocho y media de la noche, las ráfagas de viento llegaron a alcanzar una velocidad de 140 km/hora, dificultando enormemente la movilidad de sus habitantes por las calles, que tenían que, además de soportar aquellos gélidos vientos racheados, esquivar los materiales desprendidos de las techumbres y marquesinas, así como los cristales de sus ventanales, de aquellos edificios tan característicos de 1941, arrancados por la fuerza del vendaval, que comenzaban a volar literalmente por sus angostas travesías. En el Paseo de Pereda las ramas arrancadas de las arboledas de sus jardines golpeaban los cables de los postes eléctricos, estampándose muchas de estas contra los escaparates de los comercios que allí se encontraban, estallando estos en diminutos fragmentos, aumentando con ello el peligro hacia sus viandantes, que debían sortear aquella multitud de cristales voladores.
Justo a esa hora, en el que las ráfagas alcanzaban su máxima virulencia, en el número 20 de la calle Cádiz, ubicada en el centro histórico de Santander, como consecuencia de un cortocircuito, daba comienzo un incendio, que se propagaba rápidamente y sin control alguno, facilitado este, sin duda alguna, por la velocidad de aquellos vientos huracanados, que llegaba en apenas unos instantes hasta el número 15 de Rúa Mayor, alcanzando seguidamente la calle Atarazanas. La difusión de manera horizontal del fuego, así como la estrechez de la mayor parte de sus calles, facilitó su rápida expansión, casa por casa, entre aquellas viejas edificaciones, construidas, la mayoría de ellas, de madera, que acabaron siendo pasto fácil de las llamas.
Con los tendidos eléctricos y telefónicos seriamente dañados, las carreteras cortadas, así como las vías férreas, que daban acceso a la ciudad, afectadas, la ciudad, durante aquellas primeras horas se encontraba sin luz e incomunicada. Solo pudieron ser enviados a las localidades vecinas mensajes solicitando la ayuda tan necesaria por voluntarios que subidos a bordo de ciclomotores, a pesar de la inclemencia del tiempo, decidieron recorrer aquellos caminos en dichas condiciones.
El 16 de febrero, de un día como hoy, de hace setenta y siete años, comenzaban a llegar refuerzos en ayuda de aquel desbordado Cuerpo Voluntario de Bomberos de Santander, cuyo Jefe, aquel mes de febrero de 1941, don Francisco Cañedo, en vano trataba de controlar. De esta forma, acuden los Cuerpos de Bomberos procedentes de otras localidades como Torrelavega, Asturias, Burgos, Palencia, Valladolid, Bilbao, Vitoria, San Sebastián, La Rioja y Madrid, así como la solidaridad de todo un país, que en plena posguerra, enviaba ropas, alimentos y dinero en metálico para los cerca de diez mil damnificados, de los cien mil habitantes que tenía la ciudad por aquel entonces.
Un incendio que devoraba y aniquilaba cerca de 400 edificios en treinta y siete calles, 1700 viviendas, 500 comercios, tres periódicos locales (El Alerta, La Hoja del Lunes y el diario Montañés), y que no acabaría siendo del todo controlado hasta el día siguiente, el lunes 17. El único edificio del centro que lograba salvarse del pasto de las llamas, fue el construido en hormigón, en la calle Lealtad esquina con las Atarazanas, en donde en sus bajos se situaba la «ferretería Ubierna» (recreada en la reseña gráfica que se adjunta).
Fue precisamente en aquella zona, en una de aquellas tareas de extinción, derribo y desescombro, precisamente en las Atarazanas, frente al número 15 de la calle San Francisco, donde uno de los bomberos procedente del Parque Móvil de Madrid, Julián Sánchez García, de treinta y ocho años de edad, sufría un accidente mortal al caerle encima parte de la pared de un edificio en ruinas, destrozándole el bazo y uno de sus pulmones, falleciendo, tras permanecer once días ingresado en el hospital marqués de Valdecilla, el viernes 28 del mes de febrero, siendo la única víctima mortal de aquel suceso. El cadáver, conocida la triste noticia, fue velado durante la noche del mismo 28 por las autoridades civiles y militares y todo un pueblo santanderino profundamente apenado y hondamente agradecido, por quien acudió en su ayuda y cuyo recuerdo quedaría en sus memorias para siempre.
Sirva esta reseña en memoria de aquella víctima y en recuerdo de toda una ciudad que supo sobreponerse a este trágico suceso. En el siguiente enlace, una reconstrucción virtual de Santander muestra el patrimonio perdido durante el incendio de 1941 a través de una aplicación de 3DIntelligence con sede en Santander https://youtu.be/SmgJ9FB_jLc.