EL ASESINO DE LA BARAJA

18MZO18

18 de marzo………… y entonces sucedió que……………………..
……………cuando aquel sujeto, con claros síntomas de embriaguez entraba el jueves 3 de julio de 2003, en la comisaría de la Policía Nacional de Puertollano, ubicada en el número 26 de la calle Cruces, ninguno de los allí presentes,  hubieran si quiera llegado a imaginar lo que estaban a punto de presenciar. Aquel vecino de la misma localidad, literalmente como suele decirse en estos casos, “borracho como una cuba”, se presentaba ante los agentes que lo conocían de vista, balbuceando, -“Me llamo, Alfredo Galán Sotillo, he venido a entregarme, yo soy el asesino de la baraja”-.
Uno de los policías, que estaba de servicio, conocía «de oídas» a aquel individuo que según decían había llegado a formar parte del Ejército, donde había ascendido hasta ser cabo primero de la brigada acorazada “Asturias 31”, con la que que fue enviado en misiones humanitarias a Bosnia- Herzegovina, y que al regresar, nadie sabe muy bien que fue lo que sucedió, pero al poco tiempo, se le licenciaba, causando baja de manera definitiva. Otro de los agentes presentes, que hacía guardia aquel día, lo recordaba de haberse presentado a las oposiciones para la escala de cabos y guardias de la Guardia Civil, de las que no había llegado a superar las pruebas físicas.
Por su aspecto y las claras señales que denotaban un estado de ebriedad manifiesta los policías no dan crédito, en un principio, a lo que farfulla entre dientes. Tras pedirle que repita lo que ha dicho, este aporta un detalle, nunca revelado a la opinión pública, ni a la prensa, que solo era conocido por los investigadores y el “autor” de una serie de crímenes que se estaban produciendo a lo largo de ese año de 2003, por Madrid y sus alrededores, -“miren, dejo una carta de la baraja española en mis víctimas y las marco con un punto azul en el reverso”-.
Aquella puntualización, sobre la señalización de las cartas, hizo súbitamente comprender a los presentes que ante ellos tenían al tan buscado asesino que había sembrado el terror y dejado un rastro de muertes durante todos aquellos meses, procediéndose rápidamente a tomarle declaración, detallando uno a uno los crímenes cometidos, que ascendían en total a seis.
La primera víctima, fue en Madrid, en la calle de Alonso Cano, del distrito de Chamberí donde en el portal número 89 trabajaba de conserje Juan Francisco Ledesma de 50 años de edad.  Era viernes aquel 24 de enero de 2003, sobre las once y media de la mañana, cuando el asesino viendo la puerta del aludido inmueble abierta, accedía a su interior, encontrándose a aquel hombre en compañía de su hijo, un niño de dos años y medio, sobre el que tras pedirle que se arrodillase, ante las súplicas de aquel, le disparaba a la altura de la nuca. Fue su mujer, Carmen Cárdenas la que hallaría el cuerpo sin vida de su marido junto al pequeño que lloraba desconsolado. Según afirmaba en su declaración, no conocía a las víctimas de nada, tan solo quería «experimentar que se sentía al acabar con la vida de alguien».
Doce días más tarde de este suceso, el miércoles 5 de febrero, sobre las cinco menos cuarto de la mañana, Juan Carlos Martín Estacio, de 28 años, empleado del servicio de limpieza del aeropuerto de Barajas, aparecía muerto, también de un disparo en la cabeza, con una bala del mismo calibre que el anterior crimen, recostado sobre la marquesina de una parada del autobús nocturno N4, en la Plaza del Mar del madrileño barrio de la Alameda de Osuna. El asesino dejaba junto al cadáver, debajo de sus pies una carta de la baraja española representado por un “as de copas”.
Sobre las cuatro y media de la tarde, del mismo miércoles 5 de febrero, un hombre al que los testigos describen como alto, de aproximadamente metro noventa, fuerte y corpulento, de aspecto europeo, con perilla, con una edad entre veinticinco a treinta años, irrumpía en el bar Rojas de la calle río Alberche, de la urbanización residencial “Nuevo Alcalá”, en donde, de nuevo, sin mediar palabra alguna con los allí presentes, comenzaba a abrir fuego, con una pistola que posteriormente sería identificada como una Tokarev TT-33, en el que fallecía, Mikel Jiménez Sánchez de 18 años (el hijo de la propietaria del local, Teresa Sánchez de 38 años, que resultaría herida al recibir tres disparos), y Juana Dolores Uclés, de 57, una vecina del barrio, cuyo domicilio se encontraba justo arriba del aludido establecimiento, y que recibía el impacto de una bala en uno de sus ojos, mientras hablaba por teléfono, falleciendo como consecuencia del mismo en el acto.
Durante la madrugada del viernes 7 al sábado 8 de marzo, sobre las tres y media de la madrugada, una pareja de origen ecuatoriano, Eduardo Salas y Anahid Castillo que se encontraban conversando en la calle de Tres Cantos, eran igualmente tiroteados. El varón recibía a quemarropa un disparo en la cara, que al darlo por muerto el agresor, le arrojaba a los pies otro naipe de la baraja, un tres de copas.

Diez días más tarde, el 18 de marzo, de un día como hoy, de hace por tanto quince años, asesinaba a su quinta y a su sexta víctima, cuando deambulaba por un descampado de Arganda del Rey, cruzándose por el camino con el matrimonio formado por George y Diona Magda, de origen rumano, sobre quienes, con el mismo modus operandi, descargaba un disparo sobre la cabeza del hombre y tres más sobre la mujer (falleciendo el marido en el acto, y la mujer unas horas más tarde en un centro hospitalario), depositando sobre sus pies, dos cartas de la baraja, representadas por el tres y el cuatro de copas.
Posteriormente, ante el Juzgado de Instrucción número 10 de Madrid, se retractaba de lo confesado, argumentando que en realidad los autores de los hechos narrados eran dos cabezas rapadas que bajo amenaza de asesinar a sus hermanas le habían obligado a auto inculparse de estos hechos. Tras el correspondiente proceso judicial, fue condenado a una pena de ciento cuarenta y dos años, de los que cumplirá, según la legislación vigente no más de veinticinco años de privación de libertad.
Parafraseando al dramaturgo griego Esquilo de Eleusis; -“Toda el agua de los ríos no bastaría para lavar la mano ensangrentada de un homicida.”-

 

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