30 de marzo……………….y entonces sucedió que………………………
………………….aquel lunes 30 de marzo de 1981, iba a ser un gran día para John Warnock Hinckley Junior a sus 25 años (a dos meses de cumplir los 26, el próximo 29 de mayo), al menos eso pensaba él, mientras veía llover a través de la ventana de su habitación en el hotel Central Park de la capital. Estaba absolutamente convencido que aquella acción, que estaba a punto de llevar a cabo, terminaría por impresionar a su “querida Jodie” (la actriz, Jodie Foster, a la que amaba con todo su ser, desde que la había visto en aquella película de Martin Scorsese, “Taxi Driver”, hacía ya cinco años, interpretando a una jovencísima prostituta de trece años).
Sus intentos por aproximarse a ella, hasta la fecha, es cierto que habían resultado del todo infructuosos, llegando incluso a hospedarse, hasta en dos ocasiones, en hoteles cerca de la Universidad de Yale, al enterarse que era allí donde la actriz cursaba sus estudios de literatura. Cuando la veía no era capaz de articular palabra alguna, así que pensó que lo mejor sería hacerle llegar sus sentimientos mediante la entrega de una serie de notas escritas, en las que le trasmitía su amor más sentido, que fue dejándole por debajo de la puerta de su residencia en el campus de New Haven (unas notas que ella misma acabaría entregando al propio decano de la Universidad, el señor Eustace Theodore, con el firme propósito de poner fin a aquella situación).
Nunca se había atrevido a hablar con ella directamente, más que en dos ocasiones, en sendas llamadas telefónicas, guardando celosamente sus grabaciones, para escuchar aquella voz, una y otra vez, que dulcemente le decía, -“hazme un favor y no vuelvas a llamarme, ¿de acuerdo?”-, .……
Tras barajar varios escenarios posibles y los distintos efectos que pudieran producir en su amada, entre los que se encontraban, secuestrar un avión o suicidarse delante de ella, pensó que quizás «matar al presidente de los Estados Unidos», sería lo que necesitaría para acabar definitivamente por llamar su atención y así llegar a ser considerado por ella, por fin, como un igual, y quizás con ello, hasta ser correspondido.
Firmemente resuelto, decidió pues atentar contra el recientemente elegido cuadragésimo presidente de los Estados Unidos, con setenta días en el cargo y de setenta años de edad, el republicano Ronald Reagan, que aquel lunes 30 de marzo tenía previsto dirigirse al sindicato nacional de constructores [AFL-CIO] en una conferencia que se iba a desarrollar en el Hotel Hilton de Washington, situado en el 1919 de la avenida de Conneticut, lugar al que aquella misma mañana pensaba dirigirse.
De esta forma, John Hinckley, hospedado en el Hotel Central Park, desde la noche anterior, sobre la una y cuarto del mediodía dejaba escrita una carta, dirigida a Jodie Foster, en el escritorio de su habitación, la 312. En ella, entre otras cosas le escribía; -“Querida Jodie; sacrificando mi libertad y posiblemente mi vida, espero cambiar la opinión que tienes sobre mí. Te ruego que busques en tu corazón, con este hecho histórico que estoy a punto de realizar, la manera de ganarme tu consideración, amor y respeto”-.
A las dos menos diez, Hinckley ya se encontraba, a las puertas del mismo Hotel Hilton entre aquella expectante multitud, tras un sencillo dispositivo de seguridad consistente en una simple cuerda, aguardando la salida del presidente y de todo su séquito. Situándose estratégicamente cada vez más cerca, hasta llegar, sobre la hora de salida de aquellos, a estar a tan solo cinco metros de donde se detenía la limusina que les recogía. A las dos y veintisiete de la tarde, salía el presidente acompañado de su jefe de prensa y numerosos agentes que velaban por su seguridad, abriendo fuego sobre aquellos, hasta seis veces. La primera bala fue precisamente para su jefe de prensa, James Scott Brady de 41 años, al que cariñosamente llamaban “Jim”, que llevaba tres meses en el cargo con el presidente, recibiendo el impacto de la bala en la cabeza, dejándole confinado, para el resto de sus días, en una silla de ruedas. La sala donde se celebran las ruedas de prensa en la Casa Blanca lleva, en su honor, su nombre.
La segunda le dio en la parte posterior del cuello, mientras se volvía para proteger a Reagan, al oficial de policía del Distrito de Columbia, Thomas Delahanty, un veterano de la marina, nacido en Pittsburgh, hacía cuarenta seis años, que se había unido a la fuerza policial en septiembre de 1963, hacía diecisiete años, ahora asignado al Cuerpo K-9, que se encontraba en aquel lugar porque su perro policía Kirk estaba enfermo.
Un tercer disparo pasó por encima de la cabeza del presidente. El cuarto hirió en el abdomen al agente del Servicio Secreto Timothy McCarthy, de 31 años, hijo de un policía de Chicago, que no dudó ni un segundo en interponerse en la trayectoria de la bala y su presidente, salvando la vida de este. Un quinto proyectil fue a parar a una de las lunas, con protección antibalas, de la puerta abierta de la limusina presidencial y la sexta, la que acabaría alojándose en el pulmón de Reagan, a dos centímetros y medio del corazón, tras haber impactado previamente en el vehículo, rebotando esta, y entrando en su cuerpo por debajo de su brazo izquierdo, a la altura de la axila.
Tras el suceso Hinckley manifestaba sentirse decepcionado con la falta de respuesta por parte de Jodie Foster, tras aquella que consideraba “la mayor ofrenda de amor del mundo”.
Hinckley fue declarado no culpable por motivos psicológicos, ingresando en el centro psiquiátrico St. Elizabeth’s de Washington, donde permanecería recluido los siguientes treinta y cinco años de su vida, hasta que el 10 de septiembre de 2016, cumplidos los 61 años, le fue concedida la libertad, siendo autorizado a regresar a su domicilio familiar, donde vive su madre, siguiendo para ello una serie de condiciones, entre las que se detallan, por ejemplo, no poder hablar con la prensa, tener la obligatoriedad de desempeñar un trabajo al menos tres días por semana, no poder desplazarse en coche a más de 48 kilómetros y acudir a la visita de un psiquiatra dos veces al mes.
Cuando Reagan fue llevado al hospital, a pesar de la gravedad de la situación, hizo gala de su buen sentido del humor, disparando con ello su popularidad. Fue allí cuando nada más ver a su mujer Nancy le diría aquello de, -“cariño, se me olvidó agacharme”- y al equipo de médicos que iba a intervenirle, -“Espero que sean republicanos todos ustedes»-.
En el siguiente enlace las imágenes que recogen el momento del atentado https://youtu.be/ltpBKaMcFDA