EL MONSTRUO DE AMSTETTEN.

27ABRIL18

27 de abril……………………….y entonces sucedió que………………..

………………………………….nunca pasaba nada en aquella localidad austríaca de Amstetten, situada a una hora y media en coche al Oeste de Viena, hasta que el 27 de abril, de un día como hoy, de 2008, se descubriera uno de los más horrendos sucesos que escandalizaron no solo a sus cerca de veinte mil habitantes, sino a los de toda Austria y por extensión a los del mundo entero, con un impacto mediático devastador, asociando desde entonces al nombre de la aludida población el estigma de la criminalidad, como ya sucediera en otras muchas, como en Green River, Whitechapel, Puerto Hurraco, Alcácer, o Los Galindos.

Hasta aquel domingo 27 de abril todos se compadecían del abnegado matrimonio de los Fritzl (Rosemarie y Josef) que habían caído en desgracia con su cuarta hija, Elisabeth, de los siete vástagos que tenían, que recién cumplidos los dieciocho, les había abandonado, según contaba su entristecido padre, “para unirse a una secta”. Era tal el desconsuelo de su progenitor que incluso a quien se interesaba por el caso, mostraba una nota, escrita por ella misma, advirtiéndoles, con manifiesto desapego y frialdad, que no intentasen buscarla.

Lo que conmovía el corazón de los vecinos de aquel matrimonio ejemplar era que en el colmo de la desfachatez, la desvergüenza y la frescura, hasta en tres ocasiones, en apenas cinco años, no contenta únicamente con abandonarlos, aquella injusta hija se había convertido, con el transcurso del tiempo, en una mala madre también, dejando en la puerta de la casa de sus padres un hijo, cada una de estas veces, con una nota de su puño y letra, en el que les pedía se hicieran cargo de aquellos porque ella no disponía ni de los medios ni del tiempo suficiente. Así, en 1992, les dejaba una niña, Lisa, en 1993, otra, Monika y cuatro años más tarde un chico, de quince meses de edad, Alexander, que sumados a los seis que permanecían en el hogar ascendían a nueve las bocas para alimentar.

Pero la realidad de lo que sucedía en el sótano de aquella vivienda, en el número 40 de la calle Ybbsstrasse, era bien diferente y distaba mucho de lo que en infinidad de ocasiones el señor Fritzl se había preocupado en transmitir y aparentar.

En 1977, cuando Elisabeth contaba con once años de edad fue violada por primera vez por su padre, repitiendo desde entonces este acto, varias veces por semana, sistemáticamente, guardando la niña aquellos aterradores momentos para sus adentros de manera que ni siquiera su mejor amiga del colegio, Christa Woldrich, había llegado a sospechar nada al respecto. Al cumplir los dieciocho años, alcanzando la mayoría de edad, tras siete de continuas agresiones, trató en vano de escapar de casa, pero Josef Fritzl, el 28 de agosto de 1984 la llevó al sótano, donde previamente había construido un zulo de unos veinte metros (que posteriormente ampliaría hasta los sesenta), en el que sin luz natural, ni sistema de ventilación alguno, la tuvo atada durante los dos primeros días, violándola varias veces. Fue cuando con esa mente perversa maquinó realizar aquella nota, que todos leerían, en la que ella anunciaba que “había decidido unirse a una secta religiosa, en la que había encontrado su verdadero hogar, y que no intentaran buscarla, porque se sentía feliz”, un mensaje del que nadie cuestionaría su autenticidad.

En 1988, en la más absoluta soledad, ayudada únicamente  por unas anotaciones que su padre le había proporcionado, Elisabeth daba a luz una niña, a la que puso de nombre Kerstin. No sería la última vez, ya que dos años más tarde traía al mundo un segundo hijo, Stefan. Una tercera, Lisa en 1992 y una cuarta, Monika en 1993, estas dos últimas quizás por falta de espacio, su padre-abuelo, las subiría consigo a la parte de arriba de la casa, contando que era su propia hija quien se las había dejado porque no podía hacerse cargo de ellas. En 1996, un parto doble, el quinto hijo Michael (que fallecería a las sesenta y seis horas y que su pequeño cuerpo acabaría siendo incinerado por el propio Fritzl en el jardín de su casa) y su gemelo, el sexto hijo, Alexander (que decidió trasladarlo a la parte noble del hogar, convirtiéndolo de hecho en su favorito). En 2003, nacía el séptimo y último de los hijos, Félix, que tampoco vería jamás la luz del sol, ni ver llover, ni tan siquiera un simple amanecer.

El sábado 19 de abril de 2008, Kristen, la hija mayor que para entonces cuenta con veinte años de edad, necesita con urgencia que la examine un médico. Fritzl en un principio se niega, pero la gravedad de la situación ejercen tanta presión que al final cede y acepta llevarla al hospital, no sin antes hacer escribir a Elisabeth una de esas notas, en las que hagan pensar a quienes la examinen que su madre se “esconde” en paradero desconocido, -«por favor, atiéndanla, y no me busquen»-.

Al llegar al hospital, el cuadro clínico que presenta la joven, llama poderosamente la atención de los galenos que le realizan una primera observación, con una grave deficiencia de vitamina D (al no haber estado expuesta jamás a la luz natural del sol). Fritzl da largas sobre el paradero de la madre, argumentando que es una hija díscola y que no ha sabido nada de ella desde hace 24 años.

El gobernador del distrito de Amstetten, Hans Heinze Leinze, autoriza al doctor Albert Reiter a hacer un llamamiento de difusión nacional por televisión buscando a la madre (que podría incluso haber incurrido en una negligencia penal), ofreciéndole garantías de absoluta discreción. Fritz está atrapado, no sabe cómo salir de aquel atolladero en el que se ve inmerso. Las autoridades no se conforman, como sus vecinos, con el argumento de la hija que les ha abandonado y a la que es inútil intentar buscar.

Una semana más tarde, padre e hija (que salía por primera vez de aquel agujero tras veinticuatro años), se dirigen al hospital donde está ingresada Kristen. Al llegar allí este no se separa de ella en ningún instante. Elisabeth parece anulada y mucho más avejentada que la edad que dice tener, al presentar todo el cabello blanquecino. En un momento dado, los médicos logran separar a Elisabeth de su padre, instante en el que ella se derrumba y confiesa tener algo que contar pero a condición de prometerle «no volver a ver a aquel hombre nunca más». No dejando de repetir en voz baja, -“nadie va a creer lo que me ha pasado”-, -“nadie va a creerlo”-.

El domingo 27 de abril, de un día como hoy, de hace diez años, la policía acudía al número 40 de la calle Ybbsstrasse, descubriendo el zulo en el sótano y que en el siguiente enlace con un video de Luis Vallester, podemos observar  una recreación del mismo, con una duración de cuarenta y cuatro segundos; https://youtu.be/QVd2i96rXvk . 

El 14 de noviembre de 2008, Josef Fritzl, el “monstruo de Amstetten” era acusado de homicidio, esclavitud, violación, secuestro e incesto, siendo condenado a la pena de cadena perpetua, momento que recoge el siguiente enlace, con una duración de un minuto y veintiún segundos; https://youtu.be/h7j0zelLoC8

Preguntado al respecto de estos sucesos, en una entrevista concedida a un medio de comunicación, llegaría a afirmar que le molestaba que se refirieran a él como un “monstruo”, ya que a su juicio se había portado muy bien con todos sus hijos. –“Si hubiera querido, llegaría a decir, los hubiera matado a todos y no estaríamos hablando de esto ahora” –.

Hay un proverbio ruso que dice, -”Quien para su prójimo cava profundamente un agujero, puede caer en él”-, y eso, es lo que sucedió.  

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