…………las noticias que llegaban eran esperanzadoras, a falta de una confirmación oficial, Alemania, a través de su general Alfred Jodl, había firmado su rendición incondicional frente a los aliados. Aquel jueves 8 de mayo de 1945 suponía pues el final de la Segunda Guerra Mundial. Aún así, las fuerzas desplegadas en el Pacífico durante la mañana del día 9, estuvieron en estado de tensa alerta temiendo todavía algún tipo de ataque japonés. De hecho, durante aquel fin de semana, las fuerzas australianas y neozelandesas realizaron con sigilo, pequeñas incursiones secretas en la costa Norte de Nueva Guinea (la actual isla de Papúa) vigilando la base nipona de Wewak.
“Nueva Guinea” (llamada así en 1545 por el explorador español Íñigo Ortiz de Retes, debido al enorme parecido que encontró entre los habitantes que la poblaban con los del territorio de Guinea en la costa africana), es la segunda isla más grande del mundo, tras Groenlandia. En el extremo opuesto al que se encontraban los japoneses, en la llamada Nueva Guinea Holandesa, durante un rutinario vuelo de reconocimiento, hacía un año de esto, dos pilotos norteamericanos avistaban, en un lugar de muy difícil acceso, lo que parecía ser un poblado primitivo, cuyos moradores sin duda no habían tenido jamás contacto con el mundo exterior, siendo más propio de una época extraída de la misma edad de piedra, llamándole “Shangri-La”, en honor de aquel ficticio lugar que en 1933, el escritor James Hilton relatara en su novela “Horizontes Lejanos”.
Aquel emplazamiento, que había quedado relegado en un segundo plano durante la guerra, fue retomado, durante esos días del cese de las hostilidades, por el coronel de las fuerzas aéreas estadounidenses Peter Prossen que en señal de agradecimiento, a los oficiales bajo su mando, como una manera de reconocimiento por su dedicación y entrega durante la contienda, quiso invitarles a realizar una visita aérea sobre el lugar referenciado.
De esta forma, el martes 13 de mayo de 1945, los veinticuatro miembros del servicio aéreo del lejano Oriente en Hollandia bajo las órdenes del aludido coronel embarcaban en un avión de transporte militar, un Douglas C-47 Skytrain, al que llamaban “The Gremlin Special” (El Gremlin Especial), para sobrevolar aquel curioso paraje. A los mandos del aparato se colocaba el coronel Peter Prossen siendo su copiloto el mayor George Nicholson.
Al aproximarse a aquel solitario valle, rodeado de montañas, en busca de una buena visibilidad donde poder apreciar mejor los detalles del poblado, el piloto daba la señal al entusiasmado pasaje, –“Colóquense en las ventanillas, estamos a punto de llegar”-. Allí estaba aquel lugar del que tantas veces habían oído contar historias, del que unos decían que se encontraba habitado por seres que medían más de dos metros y otros asegurar que eran tribus antropófagas que engullían a los que osaban adentrarse en aquellos parajes.
En uno de los virajes que realiza la nave para efectuar una segunda vuelta sobre aquel poblado, sobre las tres de la tarde aproximadamente, el avión colisionaba contra una de las montañas, precipitándose al vacío. De los veinticuatro que viajan a bordo lograron salvar la vida solo tres, la cabo Margaret Hasting, el sargento Kenneth Decker (que como consecuencia del impacto había quedado en estado de amnesia total) y el teniente John McCollom (desolado al haber perdido en aquel accidente a su hermano gemelo Robert). Fue precisamente el teniente McCollom quien ante aquella situación imprevista decidiera desplegar, en uno de aquellos claros de la montaña, una lona amarilla, en señal de auxilio, para llamar la atención de quienes sobrevolaran la zona, buscando acto seguido un lugar donde poder refugiarse, antes de que anocheciera, evitando de esta manera ser encontrados por alguno de los miembros de aquellas tribus, que tras el impacto ya habían salido en su búsqueda.
Y antes de lo que imaginaban, se topaban de bruces con miembros de la tribu de los Uwambo, que con verdadera agilidad y maestría recorrían los desniveles de aquellos terrenos, llevándoselos hacia un poblado, que ironías del destino, hacía apenas unas horas se contentaban con haberlo contemplado desde las alturas.
Dos hombres discuten sobre qué hacer con los “caídos del cielo”. Uno de ellos, un aguerrido guerrero influyente llamado Yali Logo pide a los miembros de la tribu acabar con sus vidas, el otro, al que los tres supervivientes para referirse a él llamarán “Pete”, se llama en realidad Wimayuk Wandik, líder del grupo, que contando a los presentes aquella leyenda ancestral que advertía a su pueblo de la “llegada desde los cielos de seres de piel clara”, logrará convencerles de la necesidad de proteger sus vidas.
Mientras tanto, el capitán Earl Walter se presentaba voluntario al frente de un grupo de paracaidistas filipinos, especialmente entrenados para realizar aterrizajes en sitios de difícil accesibilidad, con el objetivo de realizar un arriesgado rescate de los posibles supervivientes del “The Gremlin Special”. De esta manera, el 20 de mayo, el capitán Walter junto a once de estos hombres se dejaban caer en la zona del siniestro, siendo rápidamente rodeados por cientos de aquellos nativos que sin apenas necesidad de mediar palabra alguna lograban desarmarlos. Viaja con ellos un reportero de guerra, Alexander Cann, que tomará instantáneas de lo que allí acontezca.
Para poder salir de aquel lugar aprovechando el desnivel existente en algunos puntos, idearon una especie de lanzadera, que acabaría impulsando unos “planeadores” en los que subidos en ellos, en grupos de no más de cuatro personas, de esta singular manera, una vez en el aire, mediante una maniobra nada sencilla, serían recogidos por aviones que volando a baja altura con una especie de extensibles de hierros curvos en sus extremos sujetarían las cintas elásticas de aquellas cajas sin motor a las que llamaron “ataúdes volantes”, remolcándolos hacia la libertad.
Todo esto acabaría siendo recogido por el profesor de periodismo de la Universidad de Boston, Mitchell Zuckoff en un libro que lleva por título “Lost in Shangri-La” (perdidos en Shangri-La).
Aquella maniobra de rescate parecía algo imposible de llevarse a cabo, pero ya lo dijo Henry Ford, -“Imposible, significa que no has encontrado la solución”-, y ellos, la encontraron.