…………………aquella llamada telefónica, realizada el 3 de mayo de 2005, por quien decía encontrarse de paso en la estación de trenes de la Avenida de la Gare, en la pequeña localidad de Orthez, de la región de la Aquitania francesa, advertía de la presencia de un joven de unos 15 años de edad, que deambulaba sin rumbo fijo por las inmediaciones de aquel lugar, aparentemente desorientado, activando de esta forma el protocolo del CPI (Centro de Protección de la Infancia) que en colaboración con el L’ARPD (L`Assistance et Recherche de Personnes Disparues, Asistencia y Búsqueda de Personas Desaparecidas) enviaba a aquel emplazamiento una dotación policial para intentar encontrar al muchacho en cuestión.
Allí, bajo la intensa lluvia que caía aquella tarde, los gendarmes localizaban al chico que coincidía con la descripción facilitada, de corta estatura, delgado, y de piel blanca, que recubría su rostro con una bufanda y que llevaba en su cabeza una gorra de béisbol. Ante las indagaciones realizadas por los agentes desplazados, lograban que aquel, mediante frases cortas, balbuceando, llegara a identificarse.
Les dijo que se llamaba Francisco Hernández Fernández, de origen español, nacido en la ciudad extremeña de Cáceres, el 13 de diciembre de 1989, y que según relataba, en un perfecto francés (al ser, decía, hijo de madre francesa), había sufrido, hacía ya un año, un accidente de tráfico, viajando junto a sus padres y hermano menor, falleciendo en el mismo todos, excepto él. Los Servicios Sociales españoles le habían asignado bajo la tutela legal de un tío suyo (hermano de su padre) que comenzó a maltratarle, por lo que había huido de aquel lugar, intentando, sin apenas medios, llegar hasta la tierra que había visto nacer a su madre.
Las autoridades francesas lo llevaron a 46 kilómetros de allí, al “Centro de Acogida de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl”, en Pau, que albergaba a un grupo de unos cuarenta niños y niñas, (apartados de familias disfuncionales o desestructuradas o abandonados por aquellas), siendo matriculado en el instituto Jean Monnet de la rue de Chanoine Laborde, un centro no exento de cierta fama problemática y conflictiva en el que el joven Francisco, en apenas un mes, se convertiría en uno de sus alumnos más populares.
Todos los profesores destacaban el enorme cambio que había experimentado en tan pocas semanas aquel joven retraído y asustadizo a su llegada al centro, logrando ser, con su carisma, un alumno querido tanto por sus profesores como por sus alumnos, y que con aquel desparpajo natural y simpatía contagiosa, permanentemente se situaba en el centro de atención del Jean Monnet.
Una tarde, en clase de música, preparando el festival próximo al final de curso, las profesoras Finuccia Pandini y Sylvie Razaire le preguntaron si quería participar de alguna manera en aquella gala (ya que al haberse incorporado tan tarde, los grupos estaban ya ultimando los detalles de sus actuaciones), siendo, para sorpresa de aquellas, su respuesta afirmativa. Pidió ausentarse del aula durante unos minutos, y al regresar les proporcionó un CD con la canción “Unbreakable”, de Michael Jackson, situándose en la tarima, con aquella pose tan característica con la que el cantante iniciaba sus actuaciones. Con las primeras notas, comenzó a moverse de tal forma que dejó atónitos a los allí presentes, -“parecía el mismísimo Michael Jackson el que bailaba para ellos”-, pensaron todos.
El miércoles 8 de junio, de un día como hoy, uno de los administradores del centro acudía alarmado al despacho de la directora, Madame Chadourne, para comentarle lo que había visto durante la noche anterior en un programa de la televisión francesa, que emitía un documental que hablaba sobre uno de los mayores “impostores franceses de todos los tiempos”, llamado Frédéric Bourdin, de 30 años de edad, que se hacía pasar por adolescentes generalmente menores de edad, suplantando en infinidad de ocasiones la identidad de aquellos, siendo conocido por ello como el «Le Caméléon nantais» (El camaleón de Nantes).
Según el programa emitido, uno de los casos más relevantes, al parecer, había tenido lugar hacía ocho años, en 1997, cuando el usurpador, a sus 22 años, se había hecho pasar por Nicholas Barclay, un joven de 15 años de San Antonio, Texas, que había desaparecido tres años antes, haciendo creer a toda la familia que había sido raptado por una red internacional de la que había podido escapar cuando se encontraba en la ciudad jienense de Linares.
La familia conmocionada envió a España a su hermana mayor, Carey Gibson, de 31 años (con quien tenía un vinculo especial) para cumplimentar el papeleo requerido (al ser aquel menor de edad) y acompañarlo de regreso a los Estados Unidos. Tras casi tres años de cautiverio, pensó ella, lo encontró muy cambiado, llegando incluso a adquirir cierto acento francés en su pronunciación (según contaba él, como consecuencia de prohibírsele hablar en inglés durante su confinamiento) y hasta había mutado el color azul de sus ojos, por un color marrón, según confesaba aquel, por una serie de experimentos a los que acabó siendo sometido. Lo curioso de esta historia (cuyo enlace podemos ver, con el documental completo, al final de esta reseña), es que nadie de la familia dijera nada al respecto, aceptando sin más el regreso de aquel que llegaría a convivir con ellos durante casi cinco meses, siendo finalmente arrestado y condenado, por un delito de posesión de pasaporte fraudulento y perjurio, a pasar seis años en prisión.
Al ver las fotografías que emitían en aquel reportaje de la televisión gala, el supervisor del instituto Jean Monnet creyó reconocer al alumno Francisco Hernández Fernández, por lo que la directora, lo puso de inmediato en conocimiento de la Gendarmería francesa, que procedía a detenerle aquel mismo miércoles.
En opinión de los expertos que le atendieron, Frédéric Bourdin tan solo buscaba cariño y afecto mediante esta usurpación de identidades, una especie de beneficio emocional que de niño no había podido disfrutar y que le llevaría por cinco países diferentes a vivir en ciento cuarenta hogares infantiles, aquellas cerca de quinientas personalidades falsas, como la de Alex Dole, Michelangelo Martini, Jimmy Morins, Arnaud Orions, Giovanni Petrullo, Rubén Sánchez Espinosa, Sladjan Raskovic, de unos actos “delictivos” difíciles de catalogar y más de sancionar, ya que el acusado no buscaba otro tipo de compensación, ni económica ni de ninguna otra índole, por lo que acabaría siendo finalmente imputado por un delito de falsedad documental y condenado por ello a una pena de seis meses de prisión, que no cumpliría.
Actualmente vive en Le Mans, con quien es su esposa desde 2007, Isabelle con la que ha tenido tres hijos, que le proporcionan todo el cariño, la atención, y el afecto que necesita. Ya lo decía el escritor británico Clive Lewis; -“Al afecto se le debe el noventa por ciento de toda felicidad sólida y duradera”-.