«OPERACIÓN VALQUIRIA»

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20 de julio……………………….y entonces sucedió que…………………….

……………..todo estaba preparado al más mínimo detalle, desde el invierno del año 1942, por el general Friedrich Olbricht, bajo el nombre en clave de “Operación Valquiria”, un plan del Estado Mayor alemán que preveía la utilización de un ejército de reserva para sofocar los posibles disturbios internos que pudieran llevarse a cabo, manteniendo el orden establecido, en caso de emergencia nacional. El propósito, del aludido plan, era hacer frente a una posible sublevación, que los trabajadores extranjeros de las fábricas alemanas pudieran realizar, restableciendo así la autoridad del Führer.

Pero aquel plan, en su origen autorizado por el mismo Adolf Hitler, durante el verano de 1944, fue gestando en su seno otro propósito bien diferente, elaborado por un grupo de oficiales de la propia Wehrmacht, desde la reciente derrota en Stalingrado y sobre todo con el posterior desembarco de las tropas aliadas en Normandía del pasado 7 de junio, el de acabar con la vida de Hitler y de toda la cúpula nazi (Göring, Goebbels, Himmler, KeitelSpeer), desmantelando de esta manera el régimen establecido.

Haciendo uso de la estructura en un principio diseñada para perpetuar los cimientos del nacional socialismo, un grupo de conspiradores, entre quienes se encontraban el general Hans Oster, Henning Von Tresckow y el propio Fiedrich Olbricht fueron encargándose de reclutar oficiales afines a la causa, en una misión, de por sí altamente peligrosa por las consecuencias que conllevaba simplemente el hecho de confabular y por supuesto de ser descubiertos.

El golpe de efecto lo conseguirían con la adhesión a la causa del coronel Claus Von Stauffenberg, considerado un héroe de guerra por el propio Hitler, al haber solicitado continuar en servicio activo tras haber perdido el ojo izquierdo, parte del brazo derecho y dos dedos de la mano izquierda, a principios del año anterior, como consecuencia de un ataque a su vehículo, por un cazabombardero británico, encontrándose destinado en el Deutsches Afrikakorps del general Erwin Rommel (sin duda uno de los ejércitos más temidos de las Fuerzas Armadas Alemanas Nazis), siendo reclutado por Olbricht como su Jefe de Estado Mayor del ejército de reserva, sin levantar por ello, sospecha alguna.

De esta forma, Stauffenberg instruido por el oficial de la resistencia Von Quirnheim en el uso de bombas y detonadores, sería el encargado de llevar a cabo esta misión, mediante la utilización de una bomba que oculta en su maletín intentaría activar y dejar lo más cerca posible de Hitler.

El sábado 15 de julio de 1944, Stauffenberg acude a la llamada “Guarida del Lobo”, uno de los mayores cuarteles militares de los que Hitler dispone durante la Segunda Guerra Mundial, ubicados en Rastenburg (actual territorio perteneciente a Polonia), invitado por el mismísimo Führer que ya había mantenido un encuentro con este el pasado 6 de julio. En aquella primera cita Hitler se había mostrado de lo más afable con aquel valiente oficial mutilado por el que parecía sentir hasta verdadera devoción. Nadie registró sus pertenencias al llegar a aquel búnker, ni a la entrada ni a la salida, ni llegaron siquiera a mostrar desconfianza alguna hacia su persona. ¿Quién podía llegar a imaginar que aquel valiente héroe, que voluntariamente aceptaba encontrarse en primera línea de combate, pudiera conspirar contra lo que parecía ser el motor de su propia existencia?.

Pero a esa reunión del sábado día 15, no acuden ni Hermann Goering, ni Heinrich Himmler, cuyas muertes eran consideradas imprescindibles por el grupo opositor, por lo que la misión, se suspende en el último momento.

El 20 de julio, de un día como hoy, de hace setenta y cuatro años, Stauffenberg es citado de nuevo a aquellas dependencias. Sabe que no van a registrar su maletín de cuero, en el que en su interior llevará dos bombas, que accionará minutos antes de la reunión prevista para la una del mediodía. En esta ocasión vuela acompañado de su asistente, el teniente Werner von Haeften, con quien sobre las diez de la mañana aterriza en Rastenburg.

Aquel cónclave tuvo que adelantarse en media hora, ante la visita inesperada del líder italiano, Benito Mussolini. En la sala de reuniones prevista, veinticuatro oficiales y suboficiales seleccionados aguardan la presencia de Hitler, dispuestos todos ellos alrededor de una majestuosa mesa rectangular con gruesas patas de madera. En la sala, entre otros, se encuentran Alfred Jodl (el mismo que firmará la capitulación de Alemania el 7 de mayo del año siguiente), y el comandante del Estado Mayor Wilhelm Keitel, aunque en la misma no se encuentran ni Himmler, ni Goering, ni Goebles. Aún así, una vez hace acto de aparición Hitler, los conspiradores no quieren posponer la misma.

En una sala contigua a la de la celebración y con la excusa de cambiarse de camisa, Claus Stauffenberg activa las bombas que porta en su cartera. No resulta sencillo accionar estas careciendo de una mano y utilizando tres dedos de la otra, aún así, logra activar uno de los dos artefactos, siendo apremiado por un cabo, que ha sido enviado por el mariscal Keitel, –“Señor, Hitler ya está en la sala” –, le avisa.

Al entrar deja el maletín debajo de la mesa de madera, en la que dispuestos aquellos veinticuatro hombres esperan de comienzo la reunión, muy cerca de donde se halla Hitler. Nadie sospecha de él, nadie repara en aquella cartera de cuero, que está cerca de acabar con la vida de aquel hombre que lleva los designios de una Alemania, a su juicio, hacia una lenta agonía. Disculpándose, solicita ausentarse de aquella reunión para atender una llamada telefónica que no había podido posponer. Al abandonar el recinto, uno de los oficiales reubica el maletín con los pies, en un movimiento que a la postre sería definitivo, sin ser consciente de ello, de acabar salvando la vida de Hitler, al mitigar el alcance de la explosión con aquellas robustas patas de madera sobre la que descansa el enorme tablero sobre el que se hallan dispuestos.

A las doce y cuarenta minutos el artefacto explotaba. Stauffenberg creyendo muerto a todos los allí presentes abandonaba el lugar a bordo de un vehículo conducido por su hombre de confianza. Aquella explosión acababa con la vida de cuatro oficiales y hería a otros cinco, pero Hitler, herido de diversa consideración lograría salvar la vida.

Esa misma noche, Olbricht, von Quirnheim, Stauffenberg y su ayudante von Haeften morían ejecutados 

 Hay un proverbio chino que señala que –“es fácil esquivar la lanza, pero no tanto el puñal oculto” –.

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