EL CASO ASUNTA

210918

21 de septiembre………………….y entonces sucedió que………………………………

……………………………Asunta era una niña especial, casi desde el mismo momento de su nacimiento, acaecido un 30 de septiembre de 2000, en la localidad china de Yongzhou adoptada nueve meses más tarde, el 9 de junio, tras dos años de protocolario papeleo, por Charín y Alfonso, siendo desde entonces, la primera prohijada de origen chino en toda Galicia. Sus padres, el periodista bilbaíno Alfonso Basterra y la abogada Rosario Porto, un matrimonio muy conocido en Santiago, desde aquel instante se volcaron en la distinguida y exquisita formación de su “hija”, a la que apuntaron a clases de chino, de inglés y francés y también de ballet, piano y violín.

A ambos se les henchía el pecho al narrar a sus amigos y allegados los avances que su niña lograba en sus quehaceres diarios (a algunos de sus vecinos esta actitud les recordaba a la que Paco Porto, el que fuera cónsul honorario de Francia en la ciudad de Santiago, padre de la misma Rosario, ejercía en vida, tan orgulloso de su Charitín, y desde hacía años de su nieta, Asunta, por la que sentía verdadera devoción).

La muerte de la madre de Rosario, Socorro Ortega Romero, a quien cariñosamente llamaban “Curro”, el 10 de diciembre de 2011, y la de su padre, siete meses más tarde, el jueves 26 de julio, la dejó sumida en una profunda depresión, que acabaría agravando su enfermedad del Lupus, y afectándole tanto a nivel laboral (abandonando el despacho de abogados en donde trabajaba, herencia profesional de su padre), como en el personal (separándose de su marido Alfonso, que para permanecer cerca del domicilio familiar, y por tanto de su niña, en la calle Doutor Teixeiro, acabaría alquilándose un piso a escasos metros, en la calle República Argentina número 8).

El 21 de septiembre, de un día como hoy,  a nueve días para que Asunta cumpliera los trece años, la niña desapareció. Tras una angustiosa búsqueda y llamadas telefónicas a amigos y conocidos, averiguando si podrían conocer el paradero de aquella, Rosario Porto y su ya ex marido Alfonso Basterra, acudían juntos, cogidos del brazo a las diez y media de la noche, a la comisaría central de Santiago de Compostela a presentar la pertinente denuncia.

Según afirmaba la madre, en una primera declaración realizada ante el inspector de guardia, había dejado a la menor, sola en casa, sobre las siete de la tarde. Al regresar, a eso de las nueve y media, la casa estaba vacía. Ese mismo sábado habían comido en casa del padre, que aunque estaban separados, seguían manteniendo muy buena relación, por el bienestar de la niña, según afirmaban. Rosario no paraba de llorar, su voz se quebraba fruto de la desesperación, incapaz de articular palabra alguna, por su parte, Alfonso Basterra mantenía la mirada perdida, contestando con monosílabos las preguntas que se le formulaban, manifestando haber permanecido en casa toda la tarde.

El procedimiento rutinario en estos casos de desaparición activaba el protocolo de su búsqueda que ofrecía sus frutos cuatro horas más tarde del ya domingo 22, cuando dos personas que daban un paseo, en un área próxima a la ITV, en una pista forestal de la parroquia de Cacheiras, en el municipio coruñés de Teo, sobre la una y media de la madrugada se topaban con el cuerpo sin vida de la joven, dando aviso al servicio de emergencias, desplazándose hasta el lugar referenciado una patrulla de la Guardia Civil de A Coruña y haciéndose cargo del caso, al encontrarse de guardia, el titular del juzgado número dos de Santiago, José Antonio Vázquez Taín, quien decretaba el secreto de sumario. La autopsia confirmaba que aquel cadáver era el de Asunta Yong-Fang Basterra Porto, muerta por asfixia. La noticia rápidamente se propagaba por toda la ciudad compostelana, dejando conmocionada a propios y extraños.

–“Pobres padres”– fue la frase que se repetiría con mayor asiduidad aquel domingo 22 de septiembre. A la casa de Doutor Teixeira se desplazan familiares y amigos íntimos, brindando su apoyo incondicional. Allí llega Anabel, a la que llaman Tati, la madrina de la niña, que no sale de su asombro y estupor. Nadie alcanza a comprender los motivos de semejante crimen (como si matar a alguien pudiera tener justificación comprensible alguna), de una niña tan querida y que deja tocados a unos padres que han dedicado su vida entera por ella.

El martes, un agente de paisano se presentaba en el domicilio de Rosario para llevársela detenida a las dependencias policiales. Las declaraciones manifestadas en su momento por la madre, a juicio de los investigadores, mostraban ciertas inconsistencias y contradicciones. La vivienda que la familia Porto posee en A Poboa, en Montouto, (en el mismo municipio de Teo, en el que encontraron el cadáver de la niña, a cinco kilómetros de Santiago), así como imágenes recogidas por las diferentes cámaras de seguridad, distribuidas a lo largo de la ciudad, que confirmaban que madre e hija iban juntas a unas horas en la que aquella había afirmado haberla dejado sola en casa, corroboraban dichas sospechas. En aquellas imágenes además se observa como ambas, en coche, un Mercedes Benz con matrícula C-3574-BC, se dirigían en dirección a Teo. Fue al día siguiente, el miércoles 25, por los mismos motivos, cuando era detenido el padre.

En julio, concluida la fase de instrucción, se celebraba el juicio contra ambos padres acusados de asesinato. En opinión de los investigadores, estos, orquestando un plan preconcebido y premeditado colaboraron en la muerte de la niña a la que, durante al menos tres meses, administraron diversas cantidades de Orfidal (un psicofármaco que se utiliza para reducir la ansiedad y combatir los trastornos del sueño), argumentando sin prescripción facultativa alguna, razones alergénicas, con la macabra intención de vencer su posible resistencia, suministrándole el padre una dosis mortal de veintisiete pastillas el día de autos, que le produjo una ingesta tóxica, siendo la madre quien posteriormente procedería a su muerte por asfixia, en la vivienda que Rosario posee en Montouto, en la que se localizarían, entre otras evidencias, trozos de una cuerda de color naranja que también fueron hallados junto al cuerpo de la niña.

La necesaria colaboración entre ambos progenitores condenaba a estos a una pena de dieciocho años de prisión para cada uno, como coautores de un delito de asesinato que presenta el agravante de parentesco, y en la que concurre el agravante específico de alevosía (lo cual supone el empleo de medios que aseguran la consecución de un delito perseguido, al impedir la defensa de la víctima) en sentencia nº 365/2015 del 11 de noviembre dictada por la Audiencia Provincial Sección Sexta de A Coruña.

 “Matar cuesta mucho más que la vida. Pues matar a gente inocente, te cuesta todo lo que eres.” Suzanne Collins, Los juegos del hambre (The Hunger Games.)

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