9 de noviembre………………….y entonces sucedió que……………………
…………………………………….a sus diecisiete años Herschel Grynszpan lo había perdido todo, o al menos, todo lo que un joven judío podría tener en una Alemania, en la que el ascenso imparable del Partido nazi, había llevado incluso a deportar a toda su familia hasta la frontera con Polonia, junto a otros diecisiete mil judíos más, apenas diez días antes, aquel 27 de octubre de 1938, como reacción al decreto emitido por el ministro del interior polaco que advertía a sus ciudadanos residentes en el extranjero, por un tiempo superior a cinco años, que sus pasaportes en caso de no ser renovados quedarían sin valor legal alguno, perdiendo de esta manera su nacionalidad. De esta forma y abandonados a su suerte, entre las localidades de Zbaszyn y Beuthen, permanecían aquellos deportados, a los que su propio país de origen, les negaba la entrada, llevando en los bolsillos un máximo de diez marcos, que esa era la cantidad que les permitían las autoridades alemanas llevarse a cada uno.
El joven Grynszpan, que había nacido en la localidad alemana de Hannover, había logrado evitar su deportación, huyendo a Francia, refugiándose en casa de su tío Abraham en la capital parisina. Cuando a principios de noviembre recibía una postal de su hermana Berta narrándole sus desventuras en aquella frontera, decidió vengarse.
El lunes 7 de noviembre, compraba un revolver en una tienda de armas, dirigiéndose a la embajada alemana, en donde tras pedir entrevistarse con un funcionario, acabaría siendo recibido por Ernst Vom Rath, el tercer secretario del embajador alemán.
Al tenerlo delante, Grynszpan, empuñando su arma descargaba a quemarropa cinco disparos sobre el joven diplomático de 29 años de edad, que quedaba herido de diversa consideración. Hitler nada más ser informado del atentado, enviaba a Karl Brandt, su médico personal, para llevar de primera mano su tratamiento, que no obstante, fallecía dos días después del ataque, el 9 de noviembre de un día como hoy de hace ochenta años.
La muerte de aquel diplomático germano coincidía con el décimo quinto aniversario del llamado Golpe de Munich (un fallido golpe de Estado en el que acusado de un delito de alta traición, Hitler acabaría siendo encarcelado) y que con el transcurso de los años se había convertido en el “Día del movimiento”.
Aquel crimen era la excusa que necesitaba el régimen nazi para desatar la ira contra la población judía. Esa misma tarde Goebbels, el ministro de propaganda, arengaba a los presentes en el acto conmemorativo del Partido en Munich para que iniciaran acciones contra los judíos en todo el territorio alemán, iniciándose durante la noche los primeros ataques antisemitas en toda Alemania.
Más de mil sinagogas fueron quemadas o dañadas. Alrededor de siete mil quinientas empresas judías acabarían siendo saqueadas, junto a comercios, cuyos escaparates eran impunemente destrozados, así como diversos daños de consideración causados en hospitales, domicilios particulares, escuelas y cementerios que sufrían represalias de una población civil sin la intervención ni mediación de la policía alemana. Noventa judíos asesinados y cerca de treinta mil varones, de edades comprendidas entre los dieciséis y los sesenta años, eran detenidos y enviados a campos de concentración (Buchenwald, Dachau y Sachsenhausen), completando una noche, la del 9 de noviembre, conocida desde entonces como la de “los cristales rotos” (Kristallnacht), y que las autoridades presentarían como un acto espontáneo de reacción y repulsa ante el asesinato de un político alemán, por un joven judío, y no como un episodio orquestado por el mismo gobierno.
El gobierno nazi prohibía, una semana más tarde, a la población semita acudir a las escuelas, universidades, centros deportivos, piscinas, así como espacios públicos (cines, teatros y de esparcimiento).
Herschel Grynszpan, fue detenido, tras efectuar los disparos, por la policía francesa, sin oponer resistencia alguna, encontrando, en uno de sus bolsillos, una carta dirigida a sus padres en la que les pedía perdón, de antemano, por aquel acto que, según él, se veía obligado a realizar -“sabedor de la tragedia de aquellos diecisiete mil judíos”-, siendo encarcelado a la espera de juicio, en la prisión parisina de Fresnes hasta junio de 1940.
Posteriores estudios realizados por el historiador y periodista alemán Armin Fuhrer, basándose en dos documentos redactados por el entonces ministro de asuntos exteriores germano Joachim Von Ribbentrop, concluyen que las heridas sufridas por el secretario del embajador en París, no resultaron de tal gravedad ni mortales de necesidad, siendo su muerte, producto más bien de una maniobra política, en la que Hitler, a través de su médico personal, provocaba aquella para de esta manera proporcionarles un mártir sobre el que invocar aquellas acciones que acabarían produciéndose.
El primer documento, un telegrama cuyo destinatario era el mismo diplomático y que no acabaría siendo enviado, Ribbentrop lamentaba el atentado expresándole su dicha de que al menos las heridas sufridas no fueran de tal gravedad, deseándole asimismo «una pronta recuperación».
En el segundo, otro telegrama, este sí enviado y con destino a los padres de aquel, les trasmitía la necesidad de tener entereza ante tal tragedia.
El 1 de septiembre del año siguiente, Alemania invadía Polonia, iniciándose de esta forma la Segunda Guerra Mundial.
-“Para hacer la paz se necesitan dos; pero para hacer la guerra, basta con uno sólo”- (Neville Chamberlain, primer ministro del Reino Unido de 1937 a 1940).