21 de diciembre…………………y entonces sucedióque…………………………………
………….corría el año de 1970, hacía uno que era presidente de los Estados Unidos de América el republicano Richard Nixon, el mismo año que en el mes de febrero y en conferencia de prensa el campeón de boxeo de los pesos pesados Muhammad Ali anunciaba su retirada (aunque once meses más tarde solicitaba de nuevo su vuelta a los cuadriláteros), un año aquel de 1970 en el que Paul McCartney, en abril, comunicaba su separación del grupo de los Beatles, publicando en solitario, poco tiempo después, su primer álbum, que curiosamente vería la luz coincidiendo casi al mismo tiempo con el lanzamiento del último disco de la banda inglesa “Let it be”, el mismo año que en el mes de junio la selección brasileña de fútbol conseguía su tercer campeonato del mundo, celebrado en México, imponiéndose en la final a Italia por un contundente 4 a 1, un año que durante el mes de septiembre, en Londres, fallecía el guitarrista estadounidense Jimi Hendrix a los veintisiete años de edad y apenas dos semanas más tarde y con la misma edad, lo hacía la cantante Janis Joplin, un año en el que a sus treinta y tres años, tras aquel espacio televisivo de setenta y seis minutos, en el que Steve Blinde, le dedicara un especial al “rey del rock”, la carrera musical de Elvis Presley había vuelto a relanzarse.
Y es que mientras su vida profesional parecía volver a encontrar el rumbo perdido, poniendo fin a esa etapa orientada a hacer del cantante un actor anodino de películas de mediana calidad, no sucedía lo mismo en su ámbito privado, tanto a nivel personal como sentimental, en el que el más que habitual consumo de drogas y un matrimonio que después de tres años y una hija (aunque estaban juntos desde 1959 cuando ella tenía catorce años) comenzaba a atravesar sus primeras serias dificultades, que de alguna manera incidirían en su carácter, visiblemente más inestable.
Durante la primera semana de diciembre en las habituales compras navideñas llegaría a gastar cerca de veinte mil dólares en armas (sin duda preocupado por las crecientes amenazas de muerte que recientemente había recibido), comprando además una gran cantidad de regalos para sus familiares y amigos e incluso para los viandantes que se encontraban por las proximidades de aquellos grandes almacenes de Beverly Hills. Así era el “rey”, excéntrico, dadivoso y espléndido. No era la primera vez que tenía este tipo de detalles, a Dick Grobb, su jefe de seguridad le regalaba el día de su cumpleaños un cadillac.
Tras una fuerte discusión con su mujer y Vernon, su padre, por cuestiones de índole económica, el 19 de diciembre, intentando hacerle ver el dispendio desmedido en el que se había convertido su cada vez más selecto círculo de amigos, a quienes comenzaban a llamar la “mafia de Memphis”, Elvis tomaba un vuelo de la American Airlines con destino a la capital acompañado de su leal amigo Jerry Schilling (que hacía las veces de secretario y productor) y de su guardaespaldas, desde hacía diez años, Sony West, sin decirles el motivo de aquel viaje secreto e inesperado.
En aquel vuelo, viajaba también el senador republicano por California George Murphy con quien Elvis solicitó poder sentarse junto a él durante unos instantes. Tras aquella breve conversación, y de regreso en su asiento asignado, escribía de su puño y letra una carta con una extensión de seis folios que contaban con el anagrama de la mencionada compañía aérea, dirigida al presidente de los Estados Unidos, que una vez concluida hizo leer a su amigo Jerry. En ella, tras una presentación formal, se ofrecía para trabajar en secreto para el gobierno, como agente federal en narcóticos.
De esta forma, y una vez en la capital, buscaron alojamiento en el «Hotel Washington», ocupando, bajo la identidad de Jon Burrows, la suite 505-506, aquella misma noche del 20 de diciembre.
Y entonces, sucedió que durante las primeras horas del 21 de diciembre, de un día como hoy, de hace cuarenta y ocho años, Elvis, Jerry y Sony, se presentaban en las mismas puertas de la Casa Blanca, haciéndole entrega al asistente adjunto del señor presidente, Dwight Chapin, la aludida carta de seis folios, solicitándole ser recibidos por aquel. El funcionario sorprendido, llamaba al consejero de Richard Nixon, Egil Krogh, al que con una desconcertante frase -“el rey está aquí, y quiere ser recibido por el presidente”-, le anunciaba la presencia de este.
Krogh, repasando la agenda de Nixon, y tras aclarar la insólita presencia de semejante personaje, procedía a realizar las gestiones necesarias para determinar la viabilidad del asunto. No cabe duda que la visita de aquel podría suponer un lavado de imagen para un Nixon que por aquellas fechas veía dañada seriamente su popularidad por una guerra, la de Vietnam, que le estaba desgastando políticamente.
Y allí, ataviado con unas enormes gafas plateadas, vestido de color morado, una camisa blanca abierta, adornado con un enorme cinturón dorado y un abrigo de color negro, acompañado de sus dos inseparables amigos, se encontraba el mismísimo Elvis Presley, al que le aconsejaron regresar al hotel mientras se cursaba su solicitud, que a eso de las once menos cuarto de la mañana recibía el visto bueno por parte del jefe del Estado Mayor Bob Haldeman, citando al cantante para efectuar la mencionada entrevista, que tendría lugar en el Despacho Oval, de manera distendida, cuarenta y cinco minutos más tarde.
El encuentro entre ambos giró en torno a la solicitud del cantante de tener una placa como agente del servicio secreto en el departamento de estupefacientes y drogas peligrosas, que le acabaría siendo entregada de manos del propio presidente.
Siete años más tarde, el 16 de agosto de 1977, el cantante fallecía como consecuencia de una insuficiencia cardíaca, probablemente derivada de su adición a las drogas. Y es que, como ya dijera él mismo, -«La verdad es como el sol, puedes por un tiempo ocultarla o camuflarla, pero no por ello va a desaparecer»-.