LOS CUATRO DE GREENSBORO

1febrero2019

1 de febrero…………………y entonces sucedió que……………………………………..

…………………………….ninguno de los cuatro estudiantes que se encontraban en la habitación 2128 de la residencia Scott Hall en Greensboro, Carolina del Norte, aquel domingo, con el que finalizaba el mes de enero, hace cincuenta y nueve años, era consciente de la magnitud del acto que iban a desarrollar durante la jornada del día siguiente. De hecho, nadie de los cerca de mil estudiantes que albergaba aquel edificio de ladrillo rojo imaginaba siquiera la trascendencia de lo que allí se estaba gestando.

El referido cuarto 2128, es el dormitorio de Ezell Blair y Joe McNeil, dos estudiantes del primer año de la Escuela Técnica  y Agrícola de Carolina del Norte (NC A&T), al que acuden asiduamente también David Richmon y Franklin McCain, del mismo curso, para realizar sus deberes de la universidad mientras conversan sobre distintos asuntos, y especialmente, sobre los que versan sobre igualdad social y derechos civiles.

Fue así como empezaron a familiarizarse con los textos que hablaban de las actuaciones de Mahatma Gandhi y su “desobediencia civil no violenta” y de los deseos de aquel joven pastor de la iglesia bautista, de treinta y un años de edad, Martin Luther King, que tres años más tarde, en agosto de 1963 pronunciaría su famoso discurso -“Tengo un sueño”-.

Mientras planean aquel asunto sus pulsos se aceleran, consecuencia de la agitación que procura la combinación de dos elementos como la emoción y una cierta dosis de temor, sabedores, como lo son, de las consecuencias que pueden ocasionar lo que aquellos cuatro estudiantes afroamericanos están dispuestos a realizar, con decisión, durante la jornada del día siguiente, escenificando su propia protesta, desobedeciendo las “leyes de Jim Crow” en virtud de las cuales y bajo el lema original de “separados pero iguales” establecían la segregación racial, aplicándose a diferentes ámbitos y servicios, públicos y privados.

Entradas por puertas diferentes a un mismo local atendiendo a la raza, fuentes de agua exclusivas según el color de la piel y un largo etcétera que imponía aquel sistema cada vez más arbitrario, abusivo e irracional.

A la una y media de la tarde del 1 de febrero de 1960, de un día como hoy, (entonces lunes) David, Ezell, Franklin y Joe, se dirigen a los almacenes Woolworth ubicados en el 134 de la calle Elm en Greensboro, los más populares del momento, al tratarse de un comercio de venta de productos de bajo coste (una especie de establecimiento actual de todo a un euro).

Tras realizar una compra, los cuatro jóvenes se dirigen hacia la cafetería, sentándose en las butacas de la barra, reservadas para la “clientela blanca”, ante la sorpresa de quienes allí se encuentran. Los clientes de color pueden consumir pero permaneciendo de pie. Al acercarse el sorprendido camarero, le piden un café solo, recordándoles este, la política vigente que rige en el establecimiento basada en la costumbre local de aplicar la segregación, conminándoles de esta forma a abandonar aquel lugar.

Pero aquellos cuatro universitarios, firmemente decididos, no están dispuestos a seguir aceptando tan injusta «costumbre local», por lo que permanecen en los taburetes, siendo conscientes, mientras continúan allí sentados, que la violencia puede estallar en cualquier momento, quedando expuestos, ante la posibilidad de ser agredidos, arrestados e incluso asesinados, con el recuerdo todavía fresco en sus memorias de la muerte de Emmett Till, un joven de color de tan solo catorce años de edad, asesinado cinco años antes por haber, supuestamente piropeado a Carolyn Donham, esposa del dueño de un negocio, en Money, Mississippi, algo que ella misma desmentiría en una entrevista concedida cincuenta y tres años más tarde, en 2008.

Y de esta forma, sin más, en silencio, abren sus libros, esperando pacientemente a ser atendidos. Un mutismo absoluto se adueña del local. Nadie da crédito a lo que allí está aconteciendo. Los curiosos van aumentando en número. Es entonces cuando entra en el local un policía que se coloca detrás de aquellos cuatro jóvenes, golpeando su maza sobre la palma de su mano izquierda, comenzando a gritar, intentando así amedrentarles, haciéndoles desistir en su cometido, algo que no altera la actitud de estos, que siguen impertérritos esperando su pedido. Ralph Jones, un amigo de raza blanca de los estudiantes ha avisado a la prensa para que allí se persone, por lo que el policía, ante la falta de provocación de estos, no procederá a su arresto.

Ni las palabras de una camarera de color enviada a la barra esperando disuadirles, ni la negativa a servirles del gerente del local, Clarence Harris, hará que depongan su actitud durante las próximas cuatro horas, permaneciendo en esta situación hasta que el local cierre sus puertas.

Al día siguiente, junto a los “cuatro de Greensboro” (nombre con el que acabarían siendo conocidos), se personaban en la cafetería una veintena de estudiantes de color que acomodándose en aquellos taburetes pedían ser atendidos, siendo nuevamente rechazados por la gerencia del local, que veía su servicio de cafetería colapsado por quienes se negaban a abandonar aquel lugar sino se les suministraba sus pedidos. Junto a aquellos, testigos del suceso, un nutrido grupo de la prensa gráfica que se había hecho eco de un asunto que se iba extendiendo por otras localidades vecinas, Charlotte, Durham, Burlington, Winston-Salem, Raleigh.

Al tercer día, ya eran más de sesenta los estudiantes que secundaban aquel acto, al que de igual forma, el personal del mostrador continuaba manteniendo su política de segregación racial. El cuarto día ya ascendía a trescientos los estudiantes movilizados, propagándose las “sentadas” por otras localidades, fuera del estado de Carolina del Norte, como Nashville (la capital del estado de Tennessee) o Richmond en Virginia, algunas de estas no exentas de enfrentamientos violentos por parte de quienes trataban de imponer sus leyes.

Después de cinco meses de desafío y doscientos mil dólares en pérdidas (un millón y medio de dólares aproximadamente en la actualidad), el lunes 25 de julio de 1960, el gerente de la tienda Clarence Harris, pedía a tres de sus empleados de color que se cambiaran sus vestimentas de trabajo por ropa de calle y se sentaran en el mostrador, para ser atendidos, poniéndose fin, de esta manera, a aquel asunto.

Y así, con aquel pequeño gesto de sentarse en un taburete, los cuatro de Greensboro lograban poner en jaque a una segregación racial que incumplía el mandato constitucional de la igualdad de todos ante la ley, y que vería su consumación en 1964 mediante la ley de Derechos Civiles.

Y es que, como bien dijo la actriz Keri Rusell, -“A veces la más pequeña decisión puede cambiar tu vida para siempre-“…..y vaya que sí la cambió.   

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