22 de febrero…………………..y entonces sucedió que……………………………..
……………………a sus veintiún años, James Bartley conseguía ser admitido, en la que consideraba que era la oportunidad de su vida, formando parte como aprendiz de la tripulación del “Star of the East” (Estrella del Este), una embarcación ballenera que tenía previsto partir desde el puerto de New London (en el estado de Conneticut, a unos ciento noventa kilómetros al sur de Boston y otros tantos al norte de la ciudad de Nueva York) con destino hacía las islas Malvinas (conocidas también como las islas Falklands), en el Atlántico Sur, teatro tradicional de operaciones, desde comienzos de siglo, de los bergantines cazadores de lobos marinos, donde el lunes, 1 de diciembre de 1890, partía temprano.
Tras ochenta y tres días de travesía, el 22 de febrero (de un día como hoy) de 1891, el navío de la compañía de Sir Roderick Cameron, con sus cerca de cincuenta y seis metros de eslora, muy próximo a la isla de New, divisaba en medio del océano lo que parecía ser el “soplido” de un extraordinario ejemplar de cachalote, desplegando rápidamente los dos botes de remos previstos al efecto para dirigirse al cetáceo en cuestión, desafiando, al aproximarse, el embravecido oleaje.
En una de estas balleneras, o botes auxiliares, se embarca James, el principiante, que observa de primera mano la dimensión de tan excepcional sujeto, situándose a pocos metros de este, mientras el arponero, ubicado al frente, en la proa de la nave (la parte delantera) espera el momento para arrojar certeramente el dardo y perforar la gruesa dermis, tan característica, de esta especie.
Y así, situada una en su flanco posterior derecho y otra por su parte izquierda, esperan que aquel espécimen muestre la joroba antes de sacar la aleta caudal completamente del agua al iniciar la inmersión, para asestarle un golpe con el arpón, que una vez ha impactado sobre el mismo provoca que el animal se agite y convulsione, retorciéndose hacia el lado desde donde le ha venido la dolorosa punción, dejando caer todo su peso sobre una de las pequeñas barcas, en la que se encuentra James Bartley, que estalla despedazada, precipitando de esta forma al agua a todos sus ocupantes.
Mortalmente herido, con el arpón clavado y sujeto a la cuerda que sostienen desde la embarcación que ha salido indemne del embiste, proceden a recoger a los marineros caídos en alta mar, que uno a uno, van subiendo a esta, a excepción de uno de sus miembros, precisamente, el joven e inexperto navegante inglés, cuyo cuerpo no es encontrado.
Tras rastrear la zona, no hallándose las debidas condiciones para continuar con la búsqueda del desaparecido, se da por suspendida la misma, declarándose la muerte de James Bartley aquel mismo día 22 de febrero de hace ciento veintiocho años.
Lo que a continuación sucedió, cuentan los que se encontraban allí presentes que de esta manera tuvo lugar y así aconteció, siendo publicado meses más tarde en el periódico de Saint Louis de Missouri, el St. Louis Globe Democrat, el jueves 2 de julio de ese mismo año, corroborado cinco años más tarde por el New York World.
Tras forcejear con el cachalote mal herido y una vez sobrevenida su muerte, el cuerpo de aquel gigantesco animal fue izado para proceder a su cuarteamiento siguiendo el protocolo establecido para la extracción del aceite de cachalote, presente en las cavidades del cráneo de este y el codiciado ámbar gris de sus entrañas, operación que realizarán al amanecer con los primeros rayos del nuevo día.
Al comenzar a abrir sus vísceras, los marineros observan en su cavidad estomacal un elemento voluminoso que parece ser el cuerpo de un calamar gigante, que agitándose levemente parece dar muestras de continuar estando vivo. Al proceder a efectuar su completo vaciado, atónitos observan, con mejor detalle, que aquello que ha engullido el cachalote no se trata, como en un principio habían considerado, del aludido calamar, sino del cuerpo de un hombre que con una tonalidad blanca mortecina y sin rastro de pelo alguno en toda su piel, a pesar de encontrarse en estado inconsciente, mantiene sus constantes vitales.
Aquel hombre, rescatado tras pasar quince horas en el estómago de semejante ejemplar, acabaría siendo identificado como James Bartley, al que comenzaron a partir de entonces a conocer con el sobrenombre de “el Jonás moderno”, en clara alusión al pasaje bíblico que narraba las andanzas del profeta cuyo cuerpo, tras permanecer tres días en el interior de una ballena, era expulsado por esta, sobre las mismas costas de la localidad de Nínive, en donde se había negado a predicar en un principio.
Numerosos escritores recogerán este acontecimiento vivido por James Bartley, como el escritor británico George Orwell, en su novela “Coming Up for Air” en 1939, así como Julian Barnes, Arthur Charles Clarke o Clive Cussler, entre otros, que directamente o de manera sucinta recogerán este incidente.
Recientes investigaciones llevadas a cabo por el profesor de Historia de la Ciencia, Ted Davis, del Messiah College de Grantham en Pennsylvania, ponen en tela de juicio semejante historia, basándose en una carta escrita, de su puño y letra, por la mujer de John Killam, capitán del “Estrella del Este”, que defendía la profesionalidad de su marido argumentando que bajo su mando nunca se había ahogado ningún miembro de su tripulación.
Sea como fuere, tras pasar varios meses recuperándose, este joven inglés, regresaba a su casa en Gloucester en el sur de Inglaterra, donde se establecía como zapatero, falleciendo dieciocho años más tarde, en 1909, a la edad de treinta y nueve años.
En su lápida, en el cementerio de Gloucester se puede leer; -“James Bartley [1856-1909], a modern Jonah”-.