22 de marzo…………………….y entonces sucedió que……………………………
…………….la misión del 20 de diciembre de 1943 podría decirse que había resultado todo un éxito, pero el coste de la misma, sin embargo, había tenido un precio muy elevado. Adentrarse tras las líneas enemigas de la Alemania nazi y bombardear la fábrica aeronáutica Focke-WulfFlugzeugbauAG, en Bremen, estaba considerada una operación de muy alto riesgo, al estar aquella defendida por una multitud de baterías antiaéreas que en número sobrepasaban las quinientas. Pero aquel lunes, previo a la Navidad, acabaría siendo recordado por un extraordinario suceso que vería la luz casi cincuenta años más tarde.
Con el morro destrozado y numerosos daños materiales en el fuselaje del avión, con dos de sus cuatro motores seriamente dañados y su sistema de navegación averiado, dirigido por el teniente Albert Sadok, el bombardero “Ye olde Pub”, de regreso a su base de Kimbolton, en Inglaterra, a duras penas lograba sobrevolar estabilizándose a escasos trescientos metros de altura (unos mil pies), con seis de los diez integrantes de su tripulación heridos de diversa consideración y un fallecido entre los mismos, el sargento Hugh Eckenrode, de veintitrés años de edad, al que cariñosamente llaman Ecky, el artillero de cola.
Aquel Boeing B-17 perteneciente al 379º grupo de bombarderos de la Octava Fuerza de la aviación estadounidense pilotado por el joven teniente de veintiún años Charles Lester Brown, que aturdido llegaría incluso a perder el conocimiento, desorientado y en solitario volaba de regreso hacia las islas británicas.
Charles Brown sobrecogido divisa, por la cola de su avión, lo que parece ser un caza alemán, un temido Messerschmitt Bf 109, considerado la espina dorsal de la Lutfwaffe alemana de la II Guerra Mundial, situándose vertiginosamente muy próximo a ellos.
Sin posibilidad de reacción alguna, ni de defensa real, ante tal inoportuno encuentro, la maltrecha tripulación del “Ye Old Pub” espera el fatal desenlace. Aquel caza, pilotado por Franz Stigler, de veintisiete años de edad, se mantiene durante un breve espacio de tiempo observando al bombardero estadounidense, en un intervalo que a aquellos se les antoja interminable, eterno.
El teniente Spencer Luke, el copiloto de la nave advierte como el caza se aproxima a su ventana, ante sorpresa de los sargentos Richard Pechout,Bertrand Coulombe, Alex Yelesanko, Lloyd Jennings y Samuel Blackford, y los tenientes Albert Sadok, y Robert Andrew con quienes el piloto alemán llega a cruzar su mirada, haciéndoles gestos ostensibles con la mano para indicarles que varíen la dirección de su rumbo.
Atónitos, son conscientes que aquel avión de guerra “enemigo” les está indicando una segura salida hacia el mar del Norte, evitando de esta manera las bases antiaéreas alemanas, permaneciendo junto a ellos, a modo de guía protector. Stigler sabe que se puede enfrentar a un tribunal de guerra por el acto que está llevando a cabo, pero con el dedo en el disparador, recuerda las palabras que en su día le dijera Gustav Rödel, su Staffelkapitän (líder de escuadrón) en las que le advertía de “jamás disparar sobre enemigos indefensos”, una especie de código de honor en el que se procura celebrar preferentemente las victorias antes que las muertes.
Y así, aquel piloto alemán, saludando a la tripulación del avión maltrecho del teniente Brown, dejándoles en buena ruta, próximos a la costa, se despedía de ellos, que tras volar cerca de cuatrocientos kilómetros en aquellas condiciones lograban aterrizar en la Estación de la Royal Air Force de Seething, en Norwich, Inglaterra.
Una vez en suelo británico las autoridades aliadas decidieron silenciar aquel hecho al que clasificaron de “alto secreto”, en una guerra que duraría casi dos años más. Por su parte, Franz Stigler ocultaría su actuación a sus altos mandos, evitando consecuencias disciplinarias.
Cuarenta y tres años más tarde en una reunión de veteranos de guerra en Alabama, la llamada “Reunión de las Águilas” alguien le preguntaba al entonces teniente coronel retirado Charles Brown si tenía alguna misión memorable digna de mención de aquella guerra, recordando este suceso. Tras el encuentro, durante los siguientes cuatro años, trataría en vano de averiguar la identidad de aquel piloto alemán que le había salvado la vida, escribiendo incluso una carta abierta en una asociación de pilotos veteranos.
Pocos meses más tarde, remitida desde Vancouver, en Canadá, recibía respuesta a su búsqueda con un escueto, ― “Yo era él” ―
En 1990, Franz y Charlie se encontraban de nuevo, forjando una amistad que duraría dieciocho años, hasta que un 22 de marzo, de un día como hoy de 2008, Franz Stigler fallecía a la edad de noventa y dos años. Ocho meses más tarde, a los ochenta y seis años, lo hacía su amigo Charlie, el 24 de noviembre.
―“En la prosperidad son nuestros amigos quienes nos conocen; en la adversidad somos nosotros quienes conocemos a nuestros amigos” ― (John Churton Collins)