31 de mayo……………………………y entonces sucedió que…………………………….
……la condición de esclavo para Henry vino determinada desde el mismo momento de su nacimiento, allá por el año de 1815, en una plantación algodonera del condado de Louisa, a setenta y tres kilómetros de la ciudad de Richmond, al norte de Virginia (de donde era originario el presidente de los Estados Unidos por aquellos días James Madison). Henry era el séptimo hijo de un matrimonio de esclavos, después de Jane, María, Edward, John, Lewis y Robinnet, que permanecían juntos, algo inhabitual en aquella época, gracias a que su amo, el señor Barret, había tenido a bien conceder dicha autorización.
Era costumbre habitual, para los esclavos de color que habitaban aquellas tierras, dos circunstancias que dificultaban sobremanera su arraigo, una, la insuficiente información personal sobre la que disponían de sí mismos, de manera que era muy común que los niños no supieran con exactitud la fecha exacta de su cumpleaños, privándoles así del privilegio de poder determinar su edad (siendo consideradas impropias e inadecuadas las cuestiones que se pudieran realizar al respecto), la segunda, la de separar a las madres de sus hijos, desde muy temprana edad, a veces antes de cumplir siquiera los doce meses, colocando al infante bajo la tutela de alguna mujer mayor con dificultades para desarrollar el trabajo en el campo.
A los veinte días de haber cumplido los ochenta y dos, el 9 de junio de 1830, John Barret, el dueño de aquella plantación fallecía, siendo divididas sus propiedades entre sus hijos, John, Peter y William, incluyendo entre estas, como parte de otros bienes y animales, los esclavos de la plantación, que fueron distribuidos sin tener en consideración lazos familiares o de cualquier otra índole, atendiendo exclusivamente al valor de mercado de aquellos.
De esta forma, Henry Brown, a sus quince años, fue separado de su familia y llevado junto con su hermana Jane con el pequeño de los Barret, William, siendo los demás repartidos entre los dos hermanos que quedaban, John y Peter, no volviendo a verse nunca más.
Henry y Jane fueron llevados a la ciudad de Richmond, lugar en el que el nuevo amo tenía una fábrica de tabaco y en donde el supervisor de los esclavos era un hombre de color llamado Wilson Gregory, que a pesar de su dureza con los que allí trabajaban se portó bien con los dos hermanos recién llegados.
La revuelta por parte del esclavo Nat Turner en el Condado de Southampton, a ciento veinte kilómetros al sur de Richmond, ayudado por más de cincuenta hombres (entre hombres libres y no libres) liberando a todos los esclavos que iban encontrando y asesinando a todo hombre blanco que se cruzara en sus caminos, supuso un cambio en la visión que se tenía de estos hasta aquellos momentos, prohibiéndoles reuniones de más de cinco esclavos, salvo que estuvieran trabajando, so pena de morir en la horca.
Y los años fueron pasando. Después de Wilson Gregory vendría un supervisor nuevo, el malvado Stephen Bennett, que disfrutaba usando el látigo por cualquier motivo, y tras este, el bueno de Henry Bedman que fallecería, para desgracia de todos los allí presentes, al poco tiempo, sucediéndole el cruel y despiadado John Allen muy dado a estallidos de verdadera ira.
Y con el devenir de los años, Henry conoció a Nancy, perteneciente al señor Leigh, al cual solicitaría el correspondiente permiso para contraer matrimonio, que tras negociar ambos dueños las condiciones del acuerdo, consentía dicho enlace debiendo Henry pagar por ella una cantidad anual para no ser vendida. Y a pesar de las dificultades que suponía ahorrar para quien paradójicamente trabajaba dieciséis horas diarias, pudo cumplir el acuerdo del pago correspondiente.
Hasta que los derechos de propiedad de Nancy fueron vendidos por el señor Leigh a su nuevo dueño, un tal Joseph Colquit, que reconocía las condiciones matrimoniales establecidas al bueno de Henry, que en aquellos días ya era padre de tres vástagos.
Poco duraría aquella situación, pues una mañana del mes de octubre de 1848, Nancy era vendida junto a sus tres hijos al propietario de una plantación ubicada en el estado de Carolina del Norte, a casi trescientos kilómetros al sur de Richmond, una distancia que bien podría significar no volver a ver a su mujer y sus hijos nunca más.
Habiendo perdido todo lo que le procuraba sentido a su vida y sin miedo a la muerte, Henry Brown hilvanaba un plan de huida que bien podría procurarle la libertad de su persona y la posibilidad de poder volver a reunirse con sus seres queridos. Para ello contactaba con el encargado de la tienda de comestibles de la ciudad, con quien había desarrollado a lo largo de los años cierta relación cordial de amistad, Samuel Smith al cual explicaba su curiosa idea para ponerla en práctica, consistente en introducirse en una caja de madera de un metro de alto por unos ochenta centímetros de ancho, realizando tres pequeños orificios sobre la cubierta de la misma para poder respirar, y ser transportado como mercancía a un estado libre.
El tendero, no sin ciertas reservas, aceptó el plan de huida, cobrando por ello cerca de 86$ remitiendo “el paquete” a un abogado abolicionista, James Mckim, de la sociedad contra la esclavitud de Filadelfia, a través de la compañía Adams Express.
El 29 de marzo de 1849 metido en aquella caja de madera, con una pequeña vejiga animal para calmar la sed, partía aquel envío, etiquetado como “productos secos”. En ella se informaba de la adecuada colocación en la que debería realizar el trayecto, que durante buena parte del mismo, no se tuvo en cuenta, viajando en posición invertida.
Tras veintisiete horas de viaje, por distintos medios de transporte (ferrocarril y carruaje de caballos), este arribaba a su destino, sano y salvo. Tenía treinta y cuatro años y acababa de nacer.
El 31 de mayo, de un día como hoy, de hace ciento setenta años, Henry “Box” Brown daba a conocer al mundo su periplo, en una reunión contra la segregación racial celebrada en la ciudad de Boston.
Henry Brown a pesar de los esfuerzos, no volvería nunca a ver a su esposa e hijos.
En Richmond se alza un pequeño monumento en recuerdo de esta gesta;
-“En ninguna parte hay un camino sencillo hacia la libertad. Muchos tendremos que pasar por el valle de la muerte, una y otra vez, antes de alcanzar la cima de la montaña de nuestros deseos (Nelson Mandela)”-