13 de septiembre…………………….y entonces sucedió que……………………..
……………….partiendo del sin sentido e irracionalidad que supone cualquier contienda bélica, lo cierto es que a lo largo de la historia se han dado varias guerras de las que bien podríamos catalogar de verdaderamente absurdas. Esta es un claro ejemplo de una de ellas.
El 13 de septiembre, de un día como hoy, de 1788, cien mil hombres, pertenecientes a las huestes del Imperio austrohúngaro, del emperador José II, con el objetivo de arrebatar Serbia al Imperio otomano, se adentraban en tierras de la actual Rumanía, instalando su campamento principal en Sacu, desde donde dos regimientos partirían a la mañana siguiente hacia el sur.
Entre las tropas del emperador se encontraban los húsares húngaros, escuadrones de caballería ligera cuya función principal era la de realizar labores de reconocimiento e incursión en busca de aprovisionamiento así como la de hostigar a los enemigos que por los alrededores encontrasen.
El preludio del enfrentamiento los situó en las proximidades de la actual localidad de Caransebeș, a 220 Kms de distancia de Belgrado, donde la caballería húngara el 17 de septiembre se dio de bruces con un grupo de comerciantes valacos (habitantes originarios de Valaquia, principado del reino de Rumanía), de costumbres nómadas y belicosas, que les vendieron algunas barricas de aguardiente.
Esperando al resto del contingente en aquel emplazamiento, no hallando rastro alguno de ningún soldado turco, los jinetes magiares decidieron hacer buen uso de la bebida adquirida, de la que acabarían dando buena cuenta. Un poco más tarde, durante esa misma noche, llegaban los primeros refuerzos pertenecientes a la infantería austríaca, solicitando, algunos de ellos, parte de aquel preciado brebaje, algo que los ya ebrios húngaros no estaban dispuestos a compartir, desatándose entre ellos una pequeña controversia que acabaría en una agria discusión.
La infantería compuesta mayoritariamente por austríacos y húngaros, contaba en sus filas con la participación también de croatas, eslovacos, checos, polacos, eslovenos y ucranianos, con lo que al altercado se fueron incorporando los integrantes de cada una de estas nacionalidades, con sus lenguas vernáculas, aumentando con ello el caos y el desconcierto.
De pronto en medio de la algarabía creada y la turbación reinante, entre los gritos de aquellos, enzarzados en una cada vez más multitudinaria y acalorada controversia, se escucha una fuerte detonación al que, casi al unísono, le acompaña una voz bramando –“¡turcos, que vienen los turcos!”-, desatando todavía mayor tumulto al ya creado, al intentar todos los allí presentes huir del lugar convencidos de ser víctimas del inesperado ataque del ejército enemigo, fruto de una emboscada.
Los húsares salen en estampida a caballo provocando los primeros fogonazos de los mosquetes de la infantería que convencida tratarse de la caballería enemiga intenta frenar su avance, originando las primeras salvas de una desconcertada artillería que suscita mayor desorden si cabe.
En medio de la confusión cerca del río Sebes el segundo regimiento austríaco hace acto de aparición, encontrándose a su paso a un grupo de valacos que despavoridos les alertan de la presencia de las supuestas tropas turcas. Aproximándose hacia la zona de conflicto, convencidos de presenciar el enfrentamiento que aquellos infringen a su propio ejército, los oficiales ordenan a los granaderos y al regimiento de caballería repeler al que creen ser el enemigo, cargando en medio de aquella oscuridad.
Es tal el alboroto producido que el caballo de uno de los coraceros acabará golpeando al mismísimo príncipe de Würtemberg, Federico, que con sus cerca de dos metros y doce centímetros de altura y sus aproximadamente 150 kgs de peso acabará rodando colina a bajo.
El personal del convoy que transporta los víveres y equipajes, los arrieros incapaces de dominar las bestias de carga, así como los sirvientes y los mozos verdaderamente atemorizados comienzan a correr sin ningún rumbo determinado aumentando con ello el enredo originado.
La situación de pánico generalizado provoca a los soldados a disparar a sus propios compañeros, mientras tratan de alejarse de allí retirándose en desbandada.
Cuando dos días después, el gran visir Koca Yusuf Pasha hacía acto de aparición junto a sus tropas en Caransebeș el panorama que encontraron era desolador, pues cerca de diez mil cuerpos yacían como consecuencia del acontecimiento descrito provocado por el propio ejército austrohúngaro, en una guerra, sin duda de las más absurdas que se recuerdan a lo largo de la historia.
Este suceso reafirma aquella frase del primer ministro británico Neville Chamberlain impulsor de la llamada política del apaciguamiento, previa al estallido de la II Guerra Mundial, que decía que;
-“Para hacer la paz se necesitan dos; pero para hacer la guerra basta con uno solo”- (y ciertamente, como en este caso, basta con la mitad de uno solo).