18 de octubre………………..y entonces sucedió que…………………………..
………………próxima a la frontera con Grecia, más allá de la cascada Smolare, en el municipio búlgaro de Novo Selo, el domingo 18 de octubre, de un día como hoy, de 1925, se palpaba, más que nunca, la tensión existente entre los centinelas de ambos países.
El “incidente de Tarlis” (actual ciudad griega de Vathytopos) quince meses antes (el 27 de julio de 1924) permanecía muy vivo en la memoria de los búlgaros. Allí, el teniente heleno Doxakis había dado muerte a diecisiete campesinos de etnia búlgara, según la versión oficial, al ser atacados por guerrilleros cuando trasladaban a aquellos, acusados de una serie de disturbios ocasionados durante la jornada vespertina del día anterior, para ser interrogados.
Las tensas relaciones entre ambos países se habían intensificado por la posesión del territorio de Macedonia tras la finalización de la Primera Guerra Mundial, y este suceso agravaba aún más la situación, obligando a reforzar, aún más, sus puestos fronterizos. El domingo 18 de octubre por la localidad de Petrich, el paso colindante más cercano, un soldado griego persiguiendo a su perro cruzaba la frontera, siendo abatido a tiros por los centinelas del lado contrario que custodiaban el aludido acceso.
Tras la incursión del soldado griego “en busca del cánido” el ejército búlgaro lanzaba una ofensiva contra el puesto heleno de Petritsi dando muerte a uno de los centinelas y un oficial. El gobierno de Theodoros Pangalos por su parte mandaba ocupar la ciudad de Petrich mientras enviaba al primer ministro Aleksandar Tsankov un ultimátum exigiendo entre otros aspectos, una indemnización económica, desencadenando un incidente de tal magnitud que obligaría a intervenir a la recientemente creada Sociedad de Naciones, que finalmente determinaría dar la razón a Bulgaria, conminando a Grecia a evacuar los territorios ocupados, al recaer la culpa de todo el asunto en aquel perro que con su carrera involuntariamente había sido el causante del mencionado conflicto.
Sesenta y seis años antes, el 15 de junio de 1859, el culpable de un conflicto entre británicos y estadounidenses, no había sido un perro, sino un cerdo. El tratado de Oregón delimitaba muy vagamente los confines entre los colonos americanos y los británicos, para quienes los primeros llamaban Oregón y los segundos denominaban la Columbia Británica (actualmente territorio de Canadá).
Durante la mañana del miércoles 15 de junio el colono Lymar Cutlar, en la Isla de San Juan, observa por enésima vez como un puerco se come los tubérculos de sus tierras, abriendo enfurecido, sin pensárselo dos veces, fuego sobre el animal, cuyo propietario el granjero británico de origen irlandés Charles Griffin le reclama los daños y perjuicios correspondientes. El dueño del patatal le ofrece diez dólares, el del gorrino pide cien. El primero ofendido, argumentando no pagar ni un dólar al haber invadido el cerdo su propiedad, acude a las autoridades estadounidenses en defensa de sus intereses que envían al capitán George Pickett y un pequeño contingente de hombres reclamando a la corona Británica la propiedad de la totalidad de la isla, que en contrapartida manda al almirante Geoffrey Hornby al frente de tres buques de guerra.
En agosto la escalada de tensión vive su momento álgido. Ya son cerca de quinientos los soldados americanos que custodian la isla con catorce cañones que apuntan a cinco buques que llevan a bordo cerca de dos mil hombres, dispuestos a entrar en guerra en cualquier momento, de un enfrentamiento que no pasará de las amenazas poniéndose fin el 18 de octubre, de un día como hoy, de hace ciento sesenta años, en el que ambas partes acordaban mantener compartida la custodia militar de la isla.
Y sería durante el mes de octubre también, ciento veinte años antes de este suceso del cerdo cuando tendría lugar un conflicto armado entre España y Gran Betraña cuyo “casus belli” tuvo como protagonista una “oreja”, la del capitán del navío “Rebecca”, el galés Robert Jenkins, mientras surcaba las aguas de las costas de Florida.
Este capitán compareciendo ante la Cámara de los Comunes relataba su infortunado encuentro con un corsario español, al mando de Juan de León Fandiño, quien según narraba, atándolo al mástil mayor del barco y sacando su espada profería un golpe seco y certero seccionándole el pabellón auditivo izquierdo amenazando con hacerle lo mismo al monarca británico, al rey Jorge, dejándolo partir tras proceder a saquear su barco y devolverle la oreja cercenada, que este mostraba en un frasco de cristal ante el estupor de los allí presentes, que frente a semejante ofensa decidían declarar la guerra al Reino de España, el 23 de octubre de 1739.
Pero sin duda, una de las provocaciones más disparatadas motivo al parecer de un conflicto armado posterior lo protagonizaría, casi trescientos catorce años antes del incidente de la oreja, “el atributo viril masculino más grande de Italia”.
Efectivamente, para poner fin al conflicto desatado entre las Repúblicas de Florencia (apoyando a su aliada la Serenísima Venecia) y la de Génova, decidieron establecer como vencedor de la contienda a aquel que tuviera el órgano sexual masculino más grande, como resultado de la media adquirida al realizar la suma de los miembros de los distintos jefes, los condottieros de las tropas, que habían participado en la misma.
Antes de proceder a tan rocambolesca decisión, fue precisamente un florentino, Gian Francesco Poggio Bracciolini,quien ante la sorpresa de sus propios conciudadanos, daba como vencedor al bando enemigo, señalando que;
–“No cabe duda que son ellos, los genoveses, quienes poseen un miembro viril de una enorme longitud que llega a veces a cubrir enormes distancias, ya que es un hecho ampliamente constatado que muchos de ellos tras pasar varios años alejados de sus hogares, a cientos de millas, a su regreso encuentran que son padres, algunos incluso de varias criaturas, siendo el tamaño su única explicación plausible”-, argumento que volvería a reavivar el conflicto con aquellos.
Y es que saber negociar una paz no es tarea sencilla. Ya lo decía Calderón de la Barca cuando señalaba que –“el hacer paces también suelen ser triunfos de guerra” –.