15 de noviembre………………y entonces sucedió que………………………………
…………………a sus cincuenta y siete años, Friedrich Wilhelm Voigt había pasado casi más tiempo en la cárcel que en régimen de libertad. Nacido en 1849 en plena Revolución alemana, el de la unificación de la patria contra la injerencia hegemónica austriaca. Zapatero de profesión, a sus veinte años cumplidos decidía probar fortuna marchándose desde su Tilsit natal hacia Berlín, en donde tras meses sin encontrar trabajo de lo suyo, comenzaba a mendigar para poder llevarse algo de comer a la boca, siendo arrestado por ello hasta en dos ocasiones.
Estos dos simples arrestos por mendicidad servirían de base jurídica para agravar un hecho delictivo, cometido posteriormente, y que acabaría por condenarlo al falsificar un pagaré, que aún siendo el montante del importe insignificante, lo llevaría a ingresar en prisión durante los siguientes doce años. Lugar en el que haría buenas migas con ciertos personajes que le enseñarían los secretos y artimañas del arte del pillaje y del latrocinio y que en 1890, tras un breve periodo de libertad, volvería a regresar a la cárcel por una nueva condena de quince años más.
El 12 de febrero de 1906, un día antes de cumplir los cincuenta y siete, tras pasar privado de libertad un total de veintisiete, salía dispuesto a redimirse solicitando a su hermana Bertha poder alojarse en su casa de Rixdorf (actual distrito berlinés de Neukölln) donde además encontraría trabajo en una fábrica de calzado.
Pero poco le duraría la dicha a este avejentado ex convicto, considerado por la policía “persona potencialmente peligrosa para la seguridad pública” que era «invitado a marcharse» de allí donde trataba de asentarse y que se vería obligado por ello a callejear durante los ocho siguientes meses por una treintena de ciudades diferentes, acabando viviendo de manera clandestina por las calles de Berlín.
El martes 16 de octubre de 1906, deambulando sin rumbo fijo por el distrito de Berlín Wedding pasaba por la puerta de una tienda de artículos y enseres militares. Sin nada que hacer y con la simple finalidad de distraerse entraba en aquel local donde se topaba de bruces, casi en la misma puerta, con un uniforme completo de capitán del “Primer Regimiento de Guardias de a Pie” de una tropa que tradicionalmente poseía el mayor grado y distinción dentro del mismo ejército prusiano. Llevado por la curiosidad decidía probarse el aludido atuendo, que para su sorpresa le quedaba como anillo al dedo.
Con sus grandes bigotes y ese porte de férrea disciplina que tantas veces había padecido en sus propias carnes por parte de sus carceleros, Wilhelm Voigt ataviado de aquella guisa con aquella indumentaria, tras convencer al tendero de aceptar como medio de pago algo que llevaba encima, que le juraba tenía un valor muy superior al propio uniforme, salía de aquel lugar con aire castrense sin saber muy bien a dónde dirigirse, pero sintiéndose el mismísimo capitán Voigt del Primer Regimiento de Infantería de la Guardia Prusiana.
Envalentonado, seguro y firme en su porte y caminar, cerca de los antiguos baños de Plötenzsee se topaba con un grupo de diez soldados que se dirigían a su cuartel para realizar el relevo de la guardia. Ninguno de los diez lo había visto con anterioridad, pero por su manera de dirigirse a ellos, con aquella voz de mando, nadie osaría cuestionar lo que “aquel capitán” les ordenaba.
-“Síganme- les dijo, han sido ustedes asignados bajo mi mando con prioridad absoluta a una misión secreta”-
Nadie hizo preguntas, ni dudó un instante en seguir a aquel capitán que imperturbable los dirigía hacia el tren suburbano con dirección a Köpenick, a 17 kilómetros al sureste de Berlín en donde nada más llegar los conducía directamente hacia el ayuntamiento de la localidad, ocupando el edificio y ordenando cerrar todas las posibles salidas del mismo, así como prohibiendo al personal funcionario que se encontraba aquella tarde trabajando en el mismo, abstenerse de recorrer los pasillos hasta recibir nueva orden.
En nombre de su majestad, el “capitán” Voigt arrestaba al alcalde Georg Langerhans que a sus treinta y seis años no salía de su asombro, acusándole de un delito de fraude fiscal, exigiendo la confiscación de las cuentas del mismo en tanto el asunto no estuviera aclarado y conminando por ello al administrador del consistorio a depositar el efectivo de las mismas en sacas para proceder a su recuento manual, que ascendía a la cantidad de tres mil seiscientos marcos, al cambio a día de hoy, unos veintidós mil euros aproximadamente.
Tras realizar el susodicho arqueo de caja, Voigt emitía al administrador el protocolario recibo de entrega, que firmaba con los apellidos del director del presidio en donde había pasado su última condena, Von Malzahn, seguido de las iniciales Hi1.GR (capitán en el Primer Regimiento de Guardias) instando a sus hombres a escoltar sin demora al alcalde y su afligida mujer, que insistía en acompañarlo, hasta el cuartel general en Berlín.
Y así, Voigt ante la mirada atónita de los curiosos que en las inmediaciones del edificio se congregaron salía en dirección a la estación con las sacas del dinero hacia Berlín, en donde se deshacía de las viejas ropas militares que cambiaba por ropa civil.
Nadie volvería a saber nada de él. La noticia rápidamente corría como la pólvora entre una prensa que más que condenar el acto en sí, distinguía su genialidad creativa que era igualmente admirada por una opinión pública, que convertía al “capitán de Köpenick” en un personaje que despertaba abiertamente las simpatías entre quienes paulatinamente iban teniendo conocimiento de este suceso.
Diez días después, el 26 de octubre era finalmente arrestado acusado de varios delitos, entre ellos, el de la utilización de uniforme no autorizado, usurpación de funciones, fraude y falsificación de documentos, así como varias infracciones contra el orden público, por los que el Tribunal del distrito II de Berlín iniciaba el 15 de noviembre de un día como hoy un procedimiento judicial del que acabaría siendo condenado a cuatro años de prisión.
El Kaiser Guillermo II, ante la presión popular, antes de haber cumplido la mitad de la condena, se veía obligado a conmutarle la pena concediéndole el indulto, siendo Voigt desde entonces recibido allí a donde acudía como un héroe nacional.
Catorce años más tarde, el 3 de enero de 1922, fallecía a la edad de setenta y dos años. El ayuntamiento de Köpenick en 1996 erigía en su honor en sus escaleras de acceso al mismo una figura fundida en bronce de tamaño real rememorando este suceso, elaborada por el escultor armenio Spartak Babajan.
Y así con este acto de osadía Wilhelm Voigt lograría finalmente redimirse. Ya lo dijo el escritor célebre alemán Johann Wolfgang Von Goethe al referirse a la osadía misma;
―»La osadía está llena de genialidad, poder y magia. Ponte a hacer lo que puedas soñar«―