EL ASOMBROSO FINAL DE CHARLEY «EL TUERTO»

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27 de diciembre……………………y entonces sucedió que……………………..

 …………………….aquel malhumorado conductor de diligencias había llegado hasta la Costa Oeste norteamericana hacia finales de 1849, procedente, al parecer, desde algún lugar del estado de Massachusetts. Charley Parkhurst no era muy hablador, más bien todo lo contrario. A veces farfullaba palabras entrecortadas que se le mal entendían, mientras mascaba tabaco, algo que realizaba continuamente y que acabaría pasándole factura, treinta años más tarde, al fallecer víctima de un cáncer de lengua. De mediana estatura y complexión fuerte tenía la costumbre de llevar las manos siempre cubiertas por unos guantes (ya hiciera frío o calor) y utilizar pantalones muy anchos. Pero aparte de su rudo y tosco proceder, este avezado conductor de seis caballos pronto empezaría a ser reconocido por su buen hacer en toda la zona del valle de Sacramento.

Sus dotes y excelentes cualidades le llevarían como conductor a una de las compañías de transportes más famosas del momento la –Wells Fargo Stagecoach– con unas, cuanto menos, peculiares medidas de cortesía impuestas a sus pasajeros, a quienes prohibían hablar, entre otros asuntos, durante los trayectos, de temas relacionados con atracos a diligencias, asaltos de indios, además de no poder realizar preguntas al conductor, de manera insistente o reiterada, sobre el tiempo restante de la llegada al destino previsto. Si algún pasajero, previamente advertido, incumplía estas normas podría ser apeado por el conductor y realizar el resto del viaje por su cuenta. Y a Charley no le había temblado el pulso varias veces para hacer cumplir dichas normas.

En plena efervescencia por la fiebre del oro empezó realizando una de las rutas más exigentes, desde Sacramento hacia el este, hacia los bosques de Eldorado, con destino final en Placerville. Con el tiempo pasó a realizar las siempre difíciles rutas del oeste, desde Sacramento a Oakland y desde allí a San José, para acabar en San Francisco. Fue precisamente en esta última, desde San José a San Francisco, en la localidad de Redwood City donde una mañana de 1856, Charley Parkhurst a sus cuarenta y cuatro años perdía un ojo al recibir una coz en el rostro de su caballo, Pete, pasando a ser conocido desde entonces como Charley “el tuerto”.

El uso de aquel parche en la cuenca vacía de su cavidad ocular le daba un aspecto un poco más pérfido y maligno algo que en cierta medida le venía bien para poder sortear los peligros de aquellos caminos solitarios. Pero la falta de visión de aquel ojo no le restaría destreza alguna de quien decían que era capaz de pasar por encima, a toda velocidad, sobre una moneda de medio dólar colocada en la carretera, tanto con las ruedas delanteras como con las traseras de la diligencia, sin mencionar la habilidad que al parecer poseía para utilizar el látigo, con el que, según contaban algunos testigos presenciales, era capaz de abrir un sobre de un golpe seco o de arrebatar a más de quince metros un cigarrillo de los labios de una persona, sin causarle daño alguno.

En realidad todo era pura fachada. Mascaba el tabaco y lo escupía como si echara el demonio de su interior, advirtiendo con sus ademanes y maneras de actuar que era capaz de enfrentarse con todo aquel que se interpusiera en su camino, como así hizo según cuentan, con los hombres todopoderosos del ferrocarril que buscaban comprar tierras baratas y echar de sus ranchos a los convecinos del condado de Santa Cruz, a donde fue a parar a vivir. Dicen que de su propio rancho echó a patadas a uno de aquellos hombres llamado Frederik Hihn y que cuando supo que su vecina recientemente enviudada iba a perder su casa por una orden de ejecución hipotecaria, él mismo la compraba para dársela de nuevo. Así era en realidad el bueno de Charley.

El jueves 25 de abril de 1867 a sus cincuenta y cinco años se registraba en el Salón del Condado de Santa Cruz como residente de Soquel para ejercer su derecho al voto en las elecciones que se iban a celebrar al año próximo, entre el candidato republicano Ulysses Grant y el del Partido Demócrata Horatio Seymour y de las que saldría elegido como decimoctavo presidente el del Partido Republicano.

Dos años después, aquejado de fuertes dolores en huesos y articulaciones, a sus casi cincuenta y ocho años, se retiraba de la conducción de diligencias para cuidar ganado en su rancho.

El 18 de diciembre de 1879, Charley fallecía a la edad de sesenta y siete años. Al dictaminar el médico su óbito, descubría con enorme sorpresa, que el viejo Charley en realidad era una mujer. Un «atronador silencio» inunda todos los rincones de aquella habitación, en la que además del galeno, se encuentran presentes el mejor amigo de Charley (desde hace más de veinte años), Frank Woodward, que parece quedar perplejo ante este detalle, así como sus vecinos, los Harmons, que permanecen en estado de shock sin saber que decir.

Nueve días después, el 27 de diciembre de un día como hoy, de hace ciento cuarenta años, el Morning Call de San Francisco daba la noticia sobre la verdadera identidad de Charley Parkhurst, el mejor conductor de diligencias de toda la costa californiana que al parecer había nacido en Liebanon, New Hampshire, bautizada con el nombre de Charlotte. Había sido abandonada por su padres en un orfanato, del que lograba, disfrazada con ropas de chico, escapar a la edad de once años, consiguiendo, haciéndose llamar Charley, un trabajo en los establos de Ebenezer Balch en Worchester, Massachusetts, en donde aprendería todo lo necesario para poder desarrollar posteriormente su actividad como conductor de diligencias.

Mientras leía aquella crónica, Hank Monk, antiguo compañero de Charley, también conductor, estupefacto, quedaba sin respiración durante unos instantes. Uno a uno de los que van teniendo noticias del suceso no salen de su asombro. Si aquello era cierto, Charlotte Darkey Parkhurst además de todos sus logros profesionales era la primera mujer que había ejercido su derecho al voto, el martes 3 de noviembre de 1868, cincuenta y dos años antes de ser adoptaba la decimonovena enmienda que habilitaba a las mujeres a poder ejercer el mismo, en 1920.

Sus restos fueron enterrados en el cementerio Pioneer-Odd Fellows de Watsonville a 29 kilómetros al sureste de Santa Cruz.

Y es que no hay duda alguna; -«Cuanto más te disfraces, más te parecerás a ti mismo»- (El hombre duplicado) José Saramago –Premio Nobel de Literatura, 1998.

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