24 de enero………………………y entonces sucedió que………………………
……“las cosas iban sobre ruedas”, nunca mejor dicho, al menos eso era lo que pensaba Walter Arnold, cofundador de la compañía automovilística Arnold Motor Carriage junto a su hermano George y su amigo Henry Hewetson. Aquella idea de Henry de traerse desde la ciudad alemana de Mannheim los primeros motores Benz les había permitido pasar, en tan solo un par de años, de ser el primer concesionario en todo el Reino Unido de vehículos con motores de ingeniería alemana a fabricar el suyo propio, el flamante “Arnold Benz”.
El Arnold de doble cilindro colocaba el motor en la carrocería del vehículo de manera horizontal, lo cual le otorgaba una mayor comodidad a la hora de realizar una rápida inspección. Los de East Peckham, en el condado de Kent, habían logrado asimismo reducir las revoluciones, a trescientas por minuto, minimizando con ello el desgaste y eliminando esas molestas vibraciones que se producían al viajar a plena velocidad.
A Walter Arnold le encantaba conducir su propio vehículo. Esa maravillosa sensación de sentir el aire fresco en su rostro, la libertad que le procuraba el explorar cada día nuevos caminos por los alrededores de su domicilio de Tonbridge, confiriéndole una felicidad inigualable.
A principios de enero de 1896 una serie de modificaciones permitiría al Arnold Benz alcanzar mayor velocidad a la par que transmitir una mayor sensación de seguridad. La colocación, entre otras mejoras, de una doble bobina de inducción accionada por un generador de dos voltios, junto con el posicionamiento del escape debajo del motor y del carburador en la parte posterior del vehículo, le otorgarían una mayor propulsión en su deambular por aquellos viejos caminos polvorientos, tan baqueteados y encharcados, convertidos a veces en verdaderos lodazales.
El 24 de enero, de un día como hoy, de 1896 (entonces sábado) recorría la carretera de Tonbridge hacia Golden Green. Al finalizar el trayecto apuntaba en su cuaderno de anotaciones, -“Muchas curvas. Buen comportamiento”-.
El desapacible tiempo durante el domingo no le acompañaría lo más mínimo, pues se pasaría lloviendo la mayor parte del día, y salir en aquellas condiciones no resultaría lo más aconsejable, así que esperó al lunes 26 para volver a conducir, dirigiéndose esta vez hacia la carretera de Maldstone, al este. Al regresar a casa descubría la Branbridge road (la actual A 228) una carretera recta y amplísima, a la que emocionado volvía el miércoles 28 de enero, dispuesto a inspeccionarla, ávido de sensaciones.
El miércoles, Walter abría gas subido sobre aquel “carruaje sin caballos” que tanta curiosidad despertaba allí por donde pasaba, sin ser consciente de transitar al lado de un policía del condado, que montado sobre una bicicleta, le hacía señales para que se detuviera. Este, llevado por el subidón que le procuraba aquella velocidad de vértigo, de 13 kilómetros por hora, no fue consciente en ningún momento de ser perseguido por el agente que sin dejar de pedalear, durante los ocho kilómetros que duró el recorrido, no había dejado de vociferar dándole consignas para detener aquella máquina endemoniada.
La normativa era clara al respecto, y el señor Arnold en aquellos momentos incumplía al menos cuatro preceptos sobre el uso de los llamados carruajes sin caballos. Uno el no ir precedido, como era de riguroso cumplimiento, de un peatón que con bandera de color rojo fuera advirtiendo a los viandantes de su proximidad. En segundo lugar, la velocidad que aquel “invento”, en algunos momentos, había llegado a alcanzar llegando a cuadriplicar la permitida, que en aquellos tiempos establecía una velocidad máxima de 3 km/hora para circular en zonas urbanas, pueblos y aldeas, y de 6 km/hora si se realizaba el tránsito por caminos rurales. En tercer lugar, no transportar el mínimo obligatorio de tres pasajeros para este tipo de maquinaría y por último y en cuarto lugar, no llevar el nombre y la dirección del propietario visiblemente expuesta sobre el carruaje.
De esta forma, el 28 de enero, de hace ciento veinticuatro años, era interpuesta la primera infracción de tráfico, por exceso de velocidad, de la historia. Ni que decir tiene que aquel asunto trajo una notable popularidad al vehículo en cuestión que sobrepasando los límites de velocidad permitidos recibía el tipo de publicidad que todo propietario, de uno de estos coches, quisiera tener para su propio negocio.
El señor Walter Arnold acusado de un delito de imprudencia temeraria fue condenado, por la policía de Paddock Wood, en el condado de Kent a pagar un chelín más los costes por las cuatro infracciones anteriormente señaladas (doce peniques) que a día de hoy supondría una multa con un montante final de unos setenta euros, aproximadamente.
Diez meses más tarde, el 14 de noviembre, la publicación de una nueva ley reajustaba la velocidad máxima a 24 km/hora, adecuándola a los tiempos modernos. Los amantes intrépidos de la velocidad, para celebrar esta medida, liberando esta restricción, organizaron una carrera ese mismo día, a la que denominaron “La carrera de la emancipación” en la que participaron treinta y tres vehículos en un trayecto, con una distancia aproximada de cien kilómetros, desde Londres a Brighton.