31 de enero…………………….y entonces sucedió que……………………………….
…………………aquellos cuatro chimpancés recién nacidos fueron capturados, en lo que hoy en día es Camerún, y enviados a una granja de aves exóticas ubicada en Miami. A los pocos meses, todos ellos eran adquiridos por las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos que los trasladaban al <Centro de Medicina Aeroespacial de la base aérea Holloman> al sur de Alamogordo, Nuevo México, en donde durante los siguientes dos años serían adiestrados para llevar a cabo uno de los programas más exigentes de aquella carrera espacial que se estaba llevando a cabo, desde principio de los años 50, entre los Estados Unidos y la extinta Unión Soviética.
Los soviéticos partían con ligera ventaja, pues el domingo 3 de noviembre de 1957 ya habían lanzado al espacio exterior, a bordo del Sputnik 2, el primer ser vivo terrestre, una perrita callejera llamada Laika, si bien esta fallecía horas después de su puesta en órbita.
Los cuatro chimpancés de la camada llevada a Holloman habían nacido ese mismo año de 1957. Entre todos ellos destaca uno, al que sus cuidadores llaman “Chop Chop Chang” que por su inteligencia y habilidades acabará siendo seleccionado, entre más de cuarenta homínidos para el cumplimiento del denominado “Proyecto Mercurio” del neurocientífico conductual Joseph Brady, que daba comienzo durante el mes de julio de 1959, pasando a ser denominado, aquel chimpancé desde entonces, “número 65”.
El aludido proyecto espacial, tripulado, tenía como objetivo enviar en viaje suborbital (el realizado a una altura mínima de cien kilómetros) un primate para traerlo de regreso a la Tierra sano y salvo, para lo cual este requería el aprendizaje de una serie de ejercicios previos, no muy complejos, para que una vez a bordo de la nave le permitieran seguir las diferentes indicaciones e instrucciones enviadas desde el centro de mando en Cabo Cañaveral.
El programa básicamente consistía en la realización de una serie de tareas simples y cronometradas en respuesta a una secuencia de luces y sonidos. Los chimpancés tenían que empujar una palanca dentro de los cinco segundos siguientes de haberse encendido una luz intermitente de color azul, siendo recompensados con trocitos de plátano por las respuestas correctas al aludido estímulo y en caso contrario, bien por no accionar la palanca correspondiente o por haber transcurrido el plazo determinado recibir pequeñas descargas eléctricas en las plantas de los pies.
Tras dos años de intenso entrenamiento el equipo del doctor Brady había logrado que aquel primate mimetizase los movimientos con absoluta soltura y precisión, sin presentar fallos en su ejecución.
El 31 de enero, de un día como hoy, de 1961, faltando cinco minutos para las cinco de la tarde, la nave Mercury-Redstone 2, la MR2, era lanzada al espacio desde la base de Cabo Cañaveral en Florida, llevando consigo a bordo al chimpancé número 65. Una pequeña cámara ubicada en el interior de la cápsula permitía monitorizar los movimientos de este así como una serie de sensores colocados sobre su traje espacial registrar sus funciones vitales
Algo no salió como estaba en un principio previsto, pues la velocidad inicial de la MR-2 programada para 7.000 km/h acabaría elevándose hasta los cerca de 9.500 km/h, y en consecuencia la altitud prefijada para 185 km resultaría ampliamente superada hasta llegar a los 253 km. Estos sesenta y ocho kilómetros de desfase harían perder presión en el interior de la nave que experimentaba más de seis minutos de ingravidez antes de entrar de regreso a la atmósfera.
A pesar de todos estos contratiempos, número 65 siguió las instrucciones marcadas con un lapso de retraso, a pesar de la distancia establecida, de tan solo un segundo. La duración del viaje de la Mercury fue de unos dieciséis minutos y medio, amenizando en el océano Atlántico a casi cien kilómetros del barco encargado de recogerlo.
El chimpancé cuando fue encontrado estaba en perfectas condiciones, presentando tan solo ligeras excoriaciones en el rostro, hallándose algo debilitado y con claros síntomas de deshidratación pero en general su estado era bueno. El cuerpo médico que le atendió, una vez superada la misión con éxito pasó a llamarle HAM, anacrónico del laboratorio donde había recibido su entrenamiento, el Halloman Aereo Medical.
Cuatro meses más tarde, tras el éxito obtenido, el 5 de mayo era enviado al espacio el astronauta estadounidense Alan Shepard en la Mercury Redstone 3, un mes después del vuelo del soviético Yuri Gagarin, el 12 de abril de 1961, a bordo de la Vostok 1.
HAM en 1963 fue llevado al zoológico de Washington donde permanecería diecisiete años, siendo de nuevo trasladado en 1980 al de Carolina del Norte en Asheboro en el condado de Randolph, a unos noventa minutos al noreste de Charlotte, hasta el lunes 17 de enero de 1983, en el que fallecía a la edad de veintiséis años.
Sus restos se encuentran en Alamogordo, en el Paseo Espacial Internacional de la Fama como reconocimiento por su contribución pionera en los viajes espaciales.
Sirva pues esta reseña para honrar la memoria de este primate, el primer chimpancé, que hoy hace cincuenta y nueve años viajaba al espacio, y que en opinión de quienes le conocieron solo le habría faltado hablar. O quien sabe, quizá no. –“Pues dicenque el mono es tan inteligente que no habla para que no lo hagan trabajar“– (René Descartes).