«LA OBSERVACIÓN» DE LETAMENDI

13.-

13 de marzo………..y entonces sucedió que………………………………………..

 ………el 13 de marzo de 1828, de un día como hoy, en Barcelona, la casa del comisario de guerra José de Letamendi y de su mujer, Mariana Manjarrés, era todo un bullicio de pura alegría. Tras el nacimiento de una primera hija, el matrimonio había traído al mundo, dos días antes, un varón, al que iban a poner de nombre como al padre, José, que era presentado con orgullo, aquel martes en su domicilio, a familiares, amigos y vecinos. Poco le duraría la alegría al bueno de don José, que ocho meses más tarde fallecía, dejando a Mariana, viuda y a cargo de los dos niños.

Las estrecheces aconsejaban a la viuda encaminar al niño hacía un oficio en cuanto fuera posible, pero Mariana, resuelta a darle a su vástago una mejor vida, solicitaba para el pequeño, una beca gratuita en el Seminario Conciliar de Barcelona, que le acabaría siendo concedida, en calidad de «pobre de solemnidad».

El niño no defraudaría, en modo alguno, a su madre, aprovechando aquella oportunidad, obteniendo en los cursos de 1838 a 1842, desde los diez hasta los catorce años, una calificación de “Sobresaliente” en Gramática y Retórica latina, no siendo esta la única asignatura en la que destacaría, pues para disponer de ciertos ingresos, contribuyendo de esta forma al sustento familiar, antes de haber cumplido los quince años de edad, decidía impartir clases de repaso de matemáticas a alumnos al que, dada la pericia de su buen hacer y mejor saber, acudirían incluso compañeros de su propio curso, advirtiéndosele ya unas dotes innatas para el magisterio y desahogando así la apurada situación económica familiar.

Finalmente optaría por realizar los estudios en la Facultad de Medicina, despertando una pasión desmedida en el joven Letamendi la asignatura de Anatomía, de la que a lo largo de los años acabaría recorriendo todos los puestos posibles, empezando de estudiante, pasando a ser primer ayudante y sustituto permanente de la cátedra, para acabar siendo catedrático por oposición, de tal forma que, no sin razón, solía decir que en lo referente a esa materia «solo le faltaba hacer de cadáver».

A los veintinueve años obtenía la cátedra de Anatomía en la Universidad de Barcelona. Una de las primeras lecciones del profesor Letamendi fue llevar a sus nuevos alumnos a ver un cadáver, algo que causaba, en algunos de ellos, cierta impresión en mayor o menor medida.

Una vez ante el finado, les dijo; “dos son las condiciones especiales que ha de tener un buen médico, la primera, no sentir aversión por nada de lo que se refiera a los pacientes; la segunda, poseer un alto grado de lo que, entre nosotros llamamos “ojo clínico”, basado en la observación, que nos permite, sin posible margen de error, detectar la afección que pueda padecer el enfermo. Tengan en cuenta que “en otras artes, el práctico que yerra, yerra; pero en la médica el que yerra, mata”.

Dicho lo cual, procedió a invitar a sus estudiantes a “imitar todo aquello que él hiciera”, introduciendo el dedo índice en el ano del muerto, para ante la sorpresa de aquellos, y sin limpiarlo previamente, metérselo en la boca. Todos aquellos indecisos estudiantes, venciendo, en mayor o menor medida, su natural repugnancia, repitieron uno tras otro aquella doble ejecución, tras lo cual el profesor les dijo; quiero señalarles que lo que han hecho ustedes, tratando de imitar mi proceder ha estado muy bien, y al mismo tiempo muy mal.

Muy bien, puesto que queda manifiestamente acreditado que saben todos ustedes vencer esa inicial repugnancia natural; muy mal sin embargo pues de la misma forma queda demostrado que de ojo clínico y observación andan escasos, pues mientras yo, en mi ejecución previa, he utilizado dos dedos, uno para introducirlo en el cadáver y el otro para hacerlo en mi boca, ustedes, han usado el mismo dedo en ambas ocasiones. 

Ejerció la docencia en Barcelona durante veintiún años, hasta 1878, que a sus cincuenta años, conseguía la Cátedra de Patología General en la Universidad Central de Madrid.

Al poco de haber llegado Letamendi a la capital ya despertaba elogios por su brillantez y multitud de frases ingeniosas con los que entretenía a aquellos que con él convivían. El profesor de Anatomía de aquella misma Facultad de Medicina, Rafael Martínez Molina, asombrado por el torrente de frases ingeniosas que de sus labios salían decía constantemente que era necesario pagarle a un taquígrafo que le siguiera de continuo para recoger aquellas memorables y ocurrentes frases que Letamendi les profería.

En sus «consejos para una vida sana», proponía don José, -“poner todos los medios para no apurarse por nada. La comida, moderada. No tener nunca aprensión al ejercicio y la diversión. Salir al campo algún rato; poco encierro, mucho trato y continua ocupación”-.

José de Letamendi nunca pasó lista en sus clases de la Facultad de Medicina, entre otras cosas porque asistían a ellas estudiantes, en calidad de oyentes, que superaban en número al de los matriculados. Uno de aquellos alumnos, oficialmente matriculado, fue el escritor Pío Baroja, a quien el profesor llegó a suspender en tres ocasiones, no dejando buen recuerdo del que a la postre sería genial literato de la llamada generación del 98, y que se vengaría de aquel en su novela “El árbol de la ciencia”.

El 6 de julio de 1897, fallecía en Madrid a la edad de sesenta y nueve años, José de Letamendi Manjarrés, antropólogo, pedagogo, pintor, escritor, filósofo, violinista, pero sobre todo maestro del arte de la observación…

Y es que, -“Quien lee sabe mucho, pero quien observa sabe todavía mucho más”- [Alejandro Dumas].

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