LA FARMACÉUTICA DE OLOT.-

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27 de marzo……………………y entonces sucedió que………………………………

………………lo primero que hizo, con las dos monedas que le habían dado, fue irse a la máquina de las Coca-Colas para poder beberse una bien fría, pero el viejo dispensador tan traqueteado escupía, una y otra vez, la moneda de 25 pesetas que en vano trataba de insertar. Se acercó a Pedro, el encargado que aquella noche del sábado al domingo estaba de guardia en la gasolinera Els Xops, en Lliçà de Vall de Granollers, a unos 30 Kms al norte de Barcelona, para que le cambiara aquella moneda. Eran las dos y cinco de la mañana del entonces, ya domingo, 27 de marzo, de un día como hoy, de 1994.

El encargado, Pedro Tomás Mellado, al verla, pensó que era una de tantas personas sin techo que solían acercarse por aquel lugar. Era una mujer de unos treinta y cinco años, de aspecto sucio y mal oliente que amablemente le pedía ayuda. Pedro abrió la máquina y le dio una lata que bebió como si no lo hubiera hecho en mucho tiempo, y así era, a decir verdad, pues llevaba dieciséis meses sin probar una simple Coca-Cola así de fría.

Al acabarla, casi de un solo trago, le dijo con un hilo de voz entrecortado, -“soy María Angels Feliú”-.

No hizo falta decir más, Pedro sabía perfectamente quien era aquella mujer que tenía delante de él, secuestrada en noviembre, hacía un año y medio, en la puerta de su casa, en la localidad gerundense de Olot, y dada por muerta desde hacía muchísimos meses, incluso por el juez que instruía aquel caso y que la opinión pública conocía como el de “la farmacéutica de Olot”.

Cuando la Guardia Civil se presentó en el carrer Can Nadal número 6, correspondiente a aquella estación de servicio, encontraba una mujer que parecía un cadáver viviente, pálida, acribillada por infinidad de pequeñas heridas, como las que dejan los insectos al picar, con problemas para poder erguirse y caminar. La trasladaron al hospital Sant Pau de Barcelona, donde el forense Narcís Bardalet tras examinarla emitía un informe demoledor, en el que señalaba las duras condiciones que aquella mujer había tenido que padecer durante los cuatrocientos noventa y dos días que duró su cautiverio y las secuelas que podían dejar en la misma.

-Dieciséis meses de cautiverio sin poder disponer de las mínimas medidas de higiene posibles, sin poder ni tan siquiera cambiarse de ropa, ni ducharse, sin cortarse el pelo ni las uñas, encerrada en un minúsculo habitáculo de apenas metro y medio de ancho y de profundo y una altura de un metro con setenta centímetros, donde no podía ponerse erguida de pie ni estirarse del todo, sin luz durante los primeros cuatro meses, rodeada de insectos y con una radio encendida, las veinticuatro horas del día, a pocos metros de aquel zulo que había sido excavado bajo tierra en un chalet de la localidad de Sant Pere de Torelló en Barcelona-.

Una radio que trataba de esa forma disimular cualquier posible ruido que saliera desde aquel garaje en donde permanecía confinada, y en la que una mañana se venía abajo, rompiendo a llorar, al escuchar como el juez Santiago Pinsach que llevaba la instrucción de su caso, la daba por muerta, por “sucesión lógica”, a las pocas horas después de su desaparición en la puerta de su domicilio, instando a buscar el cadáver en la provincia de Albacete.

Hacía dos meses que habían sido detenidos por la desaparición de María Angels dos hombres, Xavier Bassa y Joan Casals, que al salir de los juzgados, antes de ingresar en prisión provisional, clamaban, con los ojos llorosos, su inocencia y que en los días posteriores a su aparición volverían a ser puestos en libertad.

Custodiándola permanentemente tenía a un tal Iñaki que conforme fueron pasando los días le permitiría dar pequeños paseos, de unos veinte minutos, por aquel garaje y que con el transcurso del tiempo se fue apiadando de ella, hasta llegar a la madrugada del domingo 27, cuando tras tomarse dos vasos de whisky decidía poner fin a aquel rapto llevándola en el maletero del coche, hasta aquella gasolinera, en donde la dejaba tras entregarle unas monedas.

Cinco años más tarde, el 10 de marzo de 1999 la Guardia Civil procedía a realizar las primeras detenciones de aquella banda compuesta por Josep Lluis Paz, alias “Pato”, un delincuente de poca monta de Campodrón, que junto a dos policías locales, Antoni Guirado, ayudado presuntamente por su compañero Josep Manzano (fallecido dos años antes) aquella noche del 20 de noviembre de 1992 se llevaban a la farmacéutica, desde su domicilio, hasta el zulo construido en el garaje de la vivienda de un guarda forestal, Ramón Ullastre y su mujer Monserrat Teixidor, que continuaron haciendo aparentemente una vida normal, mientras Sebastiá Comas, alias “Iñaki” realizaba las tareas de vigilancia y custodia.

En el juicio celebrado en la sección primera de la Audiencia Provincial de Girona, diez años después del secuestro, en noviembre de 2002, María Angels Feliú declaraba con gran entereza ante el magistrado Fernando Lacaba Sánchez dando detalles de aquel cautiverio cruel en el que los acusados llegarían a solicitar un rescate de cien millones de pesetas (seiscientos mil euros) y por el que acabaron siendo condenados a unas penas de prisión que oscilaban entre los catorce y los veintidós años.

Hoy se cumplen veintiséis años del final de aquel cautiverio, considerado el más largo de un ciudadano sin mediar causa política o como consecuencia de acción terrorista.

Durante aquel juicio celebrado, María Angels Feliú, la farmacéutica de Olot, lo que más reprochó a sus secuestradores fue el hecho de apartarla durante tanto tiempo de sus tres hijos, de dos, tres y cinco años de edad; -“No les perdono que dejaran a mis hijos, durante casi quinientos días, sin su madre”-.

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