8 DE MAYO, DÍA MUNDIAL DE LA CRUZ ROJA

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8 de mayo……………………………….y entonces sucedió que………………………….

…………………..la encarnizada victoria del ejército francés de Napoleón III sobre Magenta alejaba de Milán a los austriacos, ante el entusiasmo de los italianos, que enviaban a Brescia, a unos cien kilómetros al este de aquella, al rey Víctor Manuel, que llegaba a la ciudad el viernes 17 de junio de 1859. Al día siguiente lo hacía el emperador francés, ante la exaltación de todo un pueblo, que demostraba así su gratitud a aquel soberano que había acudido en su ayuda para reconquistar su libertad e independencia, tras diez largos años de opresión austriaca.

Determinados en expulsar a las huestes austriacas de la península itálica Napoleón y Víctor Manuel, sin dilación alguna, pusieron rumbo al este, hacia las guarniciones de Mantua y Verona. De esta forma, cinco cuerpos enteros de infantería, integrados por ciento setenta mil soldados, más dos mil jinetes y trescientos cañones de la artillería francesa, partían desde Brescia, por Montichiari hacía la localidad de Solferino.

Francisco José I, el emperador de Austria, disponía, para aquella región de la Lombardía, de un ejército compuesto por algo más de doscientos cincuenta mil hombres, a los que debería añadir, los procedentes de los campamentos aludidos de Mantua y Verona. El emperador, siguiendo los consejos de su general de artillería, el barón Hess, había concentrando todas sus fuerzas en una zona comprendida entre los ríos Adigio y Mincio avanzando, al igual que los franceses y los sardos, hacía Castel Goffredo y Solferino.

Ambos ejércitos marchaban con determinación uno contra el otro, sin ser del todo conscientes, la madrugada del viernes 24 de junio, lo cerca que se encontraban, ya que los informes efectuados por los ojeadores, durante el día anterior, no presentaban indicio alguno de un posible ataque enemigo.

En medio de un calor asfixiante y bajo un sol abrasador, tras una jornada entera de fatigosos desplazamientos, sin apenas haber podido realizar un alto en el camino ni tan siquiera  llevarse algo a la boca que comer, aquellos cuatrocientos mil hombres, el viernes 24 de junio, comenzaban un duro combate, en una línea de batalla que alcanzaría los veinticinco kilómetros de extensión y una duración de más de quince horas de enfrentamiento.

Divisiones enteras abalanzándose sobre otras con la bayoneta por delante. A las doce, cuando el calor es más insoportable, muchos soldados dejan sus mochilas en tierra para lanzarse con mayor velocidad sobre el enemigo, al que a golpe de culata tratan de destrozar el cráneo. Numerosos muertos hacinados sobre el suelo junto a miles de heridos de muerte, son pisoteados, mientras nuevas hordas de combatientes sustituyen a las que van cayendo. Conforme va avanzando la refriega y ante la falta de munición o armamento se acabará peleando con lo que cada uno buenamente encuentre a mano, como animales feroces, a veces a pedradas y otras  a bocados, arrojándose sobre las gargantas de sus oponentes.

Los croatas del ejército austriaco degüellan a cuantos heridos encuentran a su paso, y a falta de cuchillo estrangulándolos con sus propias manos. Los temibles tiradores argelinos del ejército francés, acompañando sus salvajes rugidos, hacen lo propio con los moribundos enemigos. Hasta las cinco de la tarde, tras catorce horas de dura contienda, no hay tregua alguna, momento en el que el cielo comienza a cubrirse de oscuros nubarrones, descargando, una hora más tarde, tal tromba de agua y frío granizo que sorprenderá a los presentes, transformando aquel suelo en una trampa mortal al convertirlo en un espeso lodazal, apresando las debilitadas piernas de unos soldados extenuados cuya lluvia obligará a suspender la batalla.

Como espectador accidental de aquel combate se encuentra un hombre de negocios suizo, Henry Dunant que a sus treinta y un años de edad es testigo del mismo al estar situado en las alturas cercanas a Castiglione, muy cerca de Solferino desde donde sigue todas sus vicisitudes.

La contienda se decanta del bando aliado, que obliga a una retirada del emperador de Austria, dejando aquel lugar saturado de cuerpos que entre lesionados, mutilados y muertos, en número llegarían a ser unos cuarenta mil. Los cirujanos franceses sin poder descansar, en un vano intento, tratan de atender a todos los que pueden, pero son tantos que se ven forzados a dejar a miles de ellos abandonados.

Durante la noche se escuchan gemidos y gritos ahogados de dolor henchidos de angustia y sufrimiento en un campo de batalla que al amanecer presenta miles de cadáveres y heridos, todos ellos amontonados. Los desdichados que han logrado sobrevivir a la noche languidecen deseando ser rematados.

Dunant, conmovido por lo que está viendo recluta el domingo 26 por la mañana cierto número de mujeres voluntarias para tratar de socorrer a los heridos, sin distinción de uniformes o nacionalidades, proporcionando bebida y comida, lavando y vendando heridas, y ofreciendo en definitiva una serie de primeros auxilios necesarios. A ese originario grupo se les uniría poco más tarde un cirujano alemán, un sacerdote italiano, un periodista francés y varios viajeros, entre quienes destaca un comerciante suizo venido de Neuchatel que escribiría para los familiares de los moribundos cartas de despedida. Dos palabras se repiten con fuerza en los labios de aquellas mujeres que desinteresadamente ayudan sin descanso, “tutti fratelli” (todos hermanos). Ha nacido, sin ser todavía conscientes de ello, la Cruz Roja Internacional.

A su regreso a Ginebra, Henry Dunant escribe un libro que vería la luz tres años más tarde, bajo el título de “Recuerdo de Solferino” concibiendo la idea de crear sociedades de socorro cuya finalidad principal fuese la de cuidar a los heridos en tiempo de guerra.

Al año siguiente, en 1863, junto a Dunant, el jurista Gustave Moynier, los doctores Louis Appia y Théodore Maunoir y el general Guillaume Dufour, fundaban el Comité Internacional de la Cruz Roja, que con la colaboración del gobierno suizo organizaría una conferencia diplomática a la que acudirían en agosto de 1864 veinticuatro representantes de dieciséis países europeos junto a observadores de los Estados Unidos, firmando el primer Convenio de Ginebra que protegería, entre otros asuntos, a los militares heridos en campaña.

En 1901, Henry Dunant a los setenta y tres años, recibía el Premio Nobel de la Paz, (compartido junto al político francés Frédéric Passy), falleciendo nueve años más tarde en Heiden, Suiza.

El 8 de mayo, de un día como hoy, de 1948, conmemorando la fecha de su nacimiento (8 de mayo de 1828) se celebraba por vez primera el “Día Mundial de la Cruz Roja”, que hoy conmemora su septuagésimo segundo aniversario. De una sociedad de socorro;

-“Cada vez más cerca de las personas, para fortalecer el esritu humanitario de todos y evitar así la destrucción del mundo”-

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