CONSPIRACIÓN EN LA ABADÍA

5JUNIO

5 de junio………………………..y entonces sucedió que…………………………….

 ……………….aquel grupo de soldados, por más que lo intentasen, no eran capaces de recordar con exactitud la ubicación de aquella abadía. Unos decían que se trataba la de los monjes benedictinos de Saint-Bertin, en Pas de Calais, otros atestiguaban sin embargo estar seguros de tratarse de la de Nuestra Señora del Monte de Watten, la de los Canónigos Regulares de San Agustín, a unos once kilómetros al norte de la anterior, también en la misma región de Pas de Calais, perteneciente en aquellos tiempos al Condado de Flandes de los Países Bajos españoles y por lo tanto, al reino de España de Felipe II, hasta que ciento veinte años más tarde, Luis XIV lo anexionara definitivamente a Francia.

En cualquier caso, bien fuera una u otra, ambas habían sido alertadas por la diócesis flamenca de Ypres, que taxativamente les había prohibido cualquier tipo de ayuda a la Francia del entonces rey Enrique II, en guerra con España. 

Una lluviosa y gélida noche del mes de junio, un nutrido grupo de soldados del ejército francés, realizando una serie de tareas de reconocimiento y maniobras secretas que acabarían desembocando al mes siguiente en una nueva guerra contra el imperio español, muy cerca de la localidad de las Gravelinas, llamaban a la puerta de la mencionada abadía solicitando de aquellos monjes hospedaje para pasar aquella noche.

El monje encargado de recibir en la puerta a aquellos peregrinos acude al abad para consultar que hacer con aquellos inesperados visitantes. Este, meditabundo, no sabe que postura tomar, haciendo llamar al prior antes de aceptar acoger a aquellos hombres de armas. La situación, sin duda alguna, se les antoja comprometida, incómoda y difícil de resolver.

Aceptar dar cobijo al enemigo constituiría contravenir al obispado y por consiguiente al rey español. Negarse podría suponer soliviantar los ánimos de aquellos hombres de armas que sintiéndose ofendidos, podrían tomar por la fuerza la abadía.

Reunidos el abad, como máxima autoridad del lugar, junto al prior, segundo de abordo, el deán, encargado de llevar a cabo las cuestiones económicas y que por su edad solía ofrecer unos muy sabios consejos, junto a un grupo de monjes contrarios a abrir sus puertas, decidieron concederles una noche de hospitalidad, que aquellos hombres no olvidarían jamás, debiendo, eso sí, al alba abandonar aquel lugar.

El plan urdido consistía en ofrecer durante la cena a aquellos visitantes un caldo previamente condimentado a base de llantén, ortigas y malvas, todas ellas hierbas purgantes, de forma que los monjes podrían abandonar aquel lugar, antes  si quiera que aquellos soldados fuesen conscientes de aquella conspiración, dando aviso a las autoridades flamencas.

Respaldados por un supuesto ayuno voluntario, aquellos no se extrañaron pues en ningún momento cuando los monjes no tomaron alimento alguno. Retirándose todos ellos, al acabar de cenar aquel caldo, hacia sus aposentos. Antes de que el primero de aquellos soldados sintiera el primer retortijón los monjes ya habían salido en el más absoluto de los silencios hacia el exterior de la abadía, enviando un emisario para dar aviso a las huestes del conde de Egmont que a primera hora de la mañana hacia acto de aparición en aquel lugar.

Lamoral de Gavere, el conde de Egmont, era descendiente de una de las familias más ricas de los Países Bajos, siendo además, primo por parte de madre, del mismo rey de España Felipe II. En su condición de familiar de la casa real, el conde había sido designado para representar a su primo, cuatro años antes, en enero de 1554, en la boda celebrada por poderes con María Tudor, reina de Inglaterra.

El conde junto a también su primo, Philip de Montmorency, conde de Horn, se habían distinguido como hombres de armas al servicio de la monarquía hispánica, luchando con determinación por la hegemonía del imperio frente a Francia.

Nada más descubrir el engaño, habiendo sido envenenados por aquellos religiosos con el aludido brebaje, salieron todos ellos como pudieron lo más rápido de aquel lugar buscando por los alrededores un espacio, con mayor intimidad, donde poder evacuar. Cuando el conde de Egmont hacía acto de aparición la mayoría a duras penas se batía en retirada.

Al mes siguiente, ante el avance francés por el norte de aquella misma zona de Pas de Calais, el rey español enviaba al conde de Egmont con la finalidad principal de contener a los cerca de dieciséis mil hombres dirigidos por el mariscal señor de Termes, en nombre del rey de Francia. Las instrucciones precisas de Egmont eran la de contener aquellas tropas, pero este, viendo que su caballería era mucho más rápida que las tropas desplegadas por los franceses, decidió por su cuenta y riesgo realizar una temeraria maniobra, cortándoles el paso, mientras gritaba «El día es nuestro!», logrando así una inesperada victoria en las Gravelinas, que a pesar de haber salido bien, sería desaprobada por el mismo monarca español, al no haber obedecido a su mando superior, un muy molesto Duque de Saboya.

Aquella victoria consagraría al primo del monarca al que nombraría, ese mismo año de 1559, gobernador general de Flandes. Relación que poco a poco acabaría deteriorándose, sobre todo con la delicada cuestión religiosa y la negativa del conde de Egmont a implantar el llamado Tribunal de los Tumultos, cuestión que dinamitaría su relación con el monarca español que ordenaba decapitarlo un 5 de junio, de un día como hoy, de 1568, en la Grand-Place de Bruselas, acusándolo de traición. Tenía cuarenta y cinco años.

La ejecución de Lamoral Egmont fue una fatídica decisión política que enardeció a todo un pueblo que acabaría elevándolo a la categoría de mártir y padre espiritual de la patria belga.

Las historias protagonizadas por el conde de Egmont y los hechos sucedidos por la caballería enemiga en aquella abadía pronto adquirirían la categoría de leyenda. 

— “Los que consiguen que se rindan impotentes los ejércitos ajenos sin luchar son los mejores maestros del Arte de la Guerra” —. [Sun Tzu, capítulo 3 del Arte de la Guerra].

Y sin duda, esa noche de junio, aquellos monjes lo fueron…

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