LA TRAGEDIA DE ROGER RIVIÈRE

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10 de julio………………….y entonces sucedió que………………………………….

…………….llegaba a aquel Tour de Francia de 1960, el de su cuadragésima séptima edición, muy bien preparado. Estaba absolutamente convencido que aquel podría ser el año que ganase su primer Tour. Todo le venía rodado, desde que el 18 de septiembre de 1957, a sus veintiún años, en el velódromo milanés de Vigorelli, batiera el record de la hora, volviendo a repetir aquella gesta apenas doce meses más tarde, siendo conocido desde entonces con el sobrenombre de “El rey de Vigorelli (Le roi du Vigorelli)”.

Roger Rivière era un velocista poderoso. En su participación del Tour del año pasado, el del 59, se había impuesto, en las dos cronos programadas, al resto de corredores. La primera, en la sexta etapa, de Blain a Nantes, la segunda contrarreloj, en la vigésimo primera etapa, de Seurre a Dijon, quedando, en la clasificación general final, cuarto, a doce segundos de Jacques Anquetil, el mismo que pasaría a la posteridad con el apelativo de «Monsieur Crono«, y que acabaría ganando cinco Tours de Francia, en 1957, 1961, 1962, 1963 y 1964, dos Giros de Italia y una Vuelta a España. Una prueba que ese año había ganado el español Federico Martín Bahamontes, el “Águila de Toledo”, poniendo fin así a una carrera profesional plagada de éxitos.

Un Tour, aquel del 59, no exento de polémica por la gran rivalidad habida entre todos los miembros del equipo francés (cuya participación hasta 1962 era por países) y que culminaría con una más que sonora pitada del público asistente a la llegada del equipo al Parque de los Príncipes mostrando así su reprobación a Geminiani, Anquetil, Bobet y al propio Rivière por haberle hecho la cama, como suele decirse, a su compatriota Anglade.

Sin embargo el público francés, le tomó especial cariñó a Roger Rivière, en detrimento de Anquetil, al que veían mucho más altivo y arrogante a pesar de haber ganado en su debut el Tour de 1957, y que para demostrar lo muy poco que le importaban aquellos silbidos, ese mismo verano, se compraba un barco al que le ponía de nombre “Sifflets” (Silbidos), declinando participar en aquel Tour de 1960 para centrarse en un Giro, que acabaría conquistando.

Sin la presencia de Jacques Anquetil, y sin el omnipresente Bahamontes, ya retirado, Roger Rivière veía más asequible el triunfo en aquella edición. Marcel Bidot, director del equipo de Francia seleccionaba a Henri Anglade, como líder de aquel grupo y a Roger Rivière como su gregario de lujo.

No podían comenzar mejor las cosas para Rivière que se imponía con autoridad en la contrarreloj realizada durante la segunda etapa, y para el equipo de Francia, que en la cuarta, ya lograba vestir con el maillot amarillo, de líder de la carrera, a Henri Anglade.

En la sexta etapa, celebrada el 1 de julio, de Saint-Malo a Lorient, Rivière logra escaparse del pelotón, cuando faltaban ciento doce kilómetros para llegar a la línea de meta, en la localidad de Lorient. A Rivière se le unen tres corredores más, el italiano Gastone Nencini, el belga Jan Adriaenssens y el alemán Hans Junkermann, que comienzan a pedalear con una velocidad endiablada, demostrando Rivière de esta forma, no aceptar su rol como gregario de su compañero de equipo, logrando abrir un hueco de más de catorce minutos con respecto al pelotón a pesar de los infructuosos intentos de Anglade por frenar aquel ataque, que en modo alguno pudo contrarrestar. Aquella sexta etapa la acabaría ganando Roger Rivière y el maillot de líder pasaba provisionalmente al belga Jan Adriaenssens.

A su llegada a la línea de meta en Lorient el enfado del ciclista francés Anglade, desposeído de su maillot, con tantos minutos de desventaja y con poquísimas posibilidades de ganar ya aquel Tour, era mayúsculo, ofreciendo unas muy duras declaraciones al periodista de L’Equipe, Pierre Chany que unos días más tarde se convertirían en todo un presagio; “Lo de hoy, para mí ha sido una verdadera traición. No veo a Rivière ninguna posibilidad de ganar este Tour, ya que Gastone Nencini es el mejor de todos bajando y seguramente Rivière en algún descenso persiguiéndole se caerá porque es muy ansioso” –.

Francia se hallaba dividida, por un lado aquellos que alababan la gesta y la valentía de quien sabiéndose superior no aceptaba el rol preestablecido de ser el segundón, y por el otro, los que entendían aquella escapada como una traición a su jefe de filas.

La carrera fue quemando etapas y a una semana vista de su llegada a París, tal y como había aventurado Anglade, aquel Tour era un asunto entre el italiano Nencini y el francés Rivière.

El 10 de julio, de un día como hoy, de hace sesenta años, comenzaba la decimocuarta etapa entre Millau y Aviñón, con un puerto de montaña, el de Col Du Perjuret en el que no se esperaba ataque alguno. Una etapa de las que se consideran de transición, en la que salía Gastone Nencini con el maillot amarillo, líder de la carrera desde la décima etapa, seguido muy de cerca, a un minuto y treinta y ocho segundos, de Roger Rivière, que antes de darse inicio a la misma, señalaba –“sentirse seguro de ganar este Tour” –, teniendo en cuenta además que quedaba una contrarreloj en Besançon, en la que sin duda, él era el máximo favorito.

Nencini y Rivière, pegados, rueda con rueda, inician el descenso del citado puerto, en el que el italiano es más ducho. La temperatura es la idónea, no hay casi viento, y luce el sol. Pero el ímpetu del joven corredor francés le lleva al límite, tratando de no perder ni un solo metro de distancia con la rueda de su contrincante, e intentando en algún momento poder darse a la fuga, apurando para ello en las frenadas, cada vez más, en cada curva, hasta que en una de aquellas se le bloquea la rueda posterior, deslizándose, sin poder remediarlo, hasta golpearse con el pretil y acabar precipitándose al vacío por un desnivel de más de veinte metros, golpeándose con las rocas que le fracturan la vértebra novena dorsal y la primera lumbar de su columna, quedando en silencio, en lo más profundo de aquel abismo, sin poder mover ninguna parte de su magullado cuerpo.

Su fiel compañero Louis Rostollan volvería a por él. Fueron necesarias más de nueve personas para poder sacar a Roger de aquel lugar, empleando más de veinte minutos, en localizar su cuerpo, un tiempo en el que Roger Rivière fue consciente de la tragedia que se le venía encima. Siendo trasladado en helicóptero al hospital de Montpellier.

Roger Rivière quedaría postrado en una silla de ruedas con el 80% de minusvalía en sus extremidades. Abrió un restaurante en su localidad natal de Saint-Etienne, al que llamó “Le Vigorelli” que no tuvo el éxito esperado y que acabaría quebrando poco después, como tampoco le funcionaría los distintos negocios a los que intentó dedicarse, entre otros, un concesionario de coches, un centro de vacaciones en el Valle del Ródano, o una discoteca.

El 1 de abril de 1976, Roger Rivière fallecía a los cuarenta años, víctima de un cáncer de laringe, posiblemente como consecuencia de su adicción al tabaco.

Eran tantas las prisas que tenía que la vida acabó frenándole…

Ya lo decía Khalil Gibrán, – “Puede hablar más del camino la tortuga que la liebre” –, y es que su paciencia la hizo más sabia.

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