2 de octubre……y entonces sucedió que………………………………………….
………………toda aquella elocuencia y verborrea que le habían caracterizado como estudiante de derecho en el Inner Temple de Londres, parecía haberse volatilizado, con su regreso a su Porbandar natal, en el estado de Guyarat, ciudad costera de la India bajo dominio directo del Gobierno británico. Era su primer juicio tras haber logrado su certificado en el colegio de abogados de Londres, enmudeciendo, sin poder articular palabra alguna, cuando tuvo que dirigirse a aquel tribunal.
Es cierto que Mohandas siempre se había mostrado bastante retraído, pero quedarse sin saber qué decir, no le había pasado jamás en su vida, si acaso, cuando a sus dieciocho años se embarcaba en el vapor Clyde, en el puerto de Bombay, rumbo a Londres y durante las siete semanas que duró aquel viaje, por timidez, apenas saliera de su camarote, salvo en aquellos momentos que acudía al comedor, regresando inmediatamente, no hablando prácticamente con nadie. Pero aquel silencio era más bien fruto de un «no querer molestar» que de un «no saber qué decir». Así era Mohandas Karamchand Gandhi.
En Londres, como estudiante en la Inner Temple, aunque parco en palabras acabaría exhibiendo un ingenio deslumbrante, sobre todo en los debates dialécticos que tuvo, tanto dentro, como fuera de clase, con uno de sus profesores, el señor Peters, que acabarían popularizando a aquel enjuto y simpático estudiante de origen indio.
Pero aquel humillante suceso, durante su primera intervención profesional, de vuelta a la India, parecía ser el principio y al mismo tiempo el final de su carrera como abogado en ejercicio.
Fue entonces cuando recibía el encargo del dueño de la Dada Abdullah&Co, una de las primeras empresas comerciales de la India que operaba en suelo sudafricano, inmerso al parecer en una disputa legal con su socio y primo Tayob Mahomed, requiriendo de sus servicios como asesor jurídico, principalmente también por sus conocimientos del idioma gujarati en el que estaban redactados la mayoría de los documentos de aquel caso. Un Viaje que iba a cambiar su futuro y el de millones de personas, para siempre.
Sudáfrica por aquel entonces estaba constituida por cuatro colonias, dos dominadas por los británicos, Natal y el Cabo y otras dos, Transvaal y el estado de Orange por los Boers, los descendientes de los colonizadores holandeses.
Dada Abdullah le proporciona a Mohandas Gandhi los pasajes del barco hasta Durban y desde allí, billetes en primera clase en el ferrocarril, para recorrer los casi setecientos kilómetros hasta llegar a Pretoria, una de las tres actuales capitales de Sudáfrica.
Al llegar a la estación de tren de la avenida Masabalala Yengwa, se ubica en su compartimento, en el sitio que corresponde en su billete de primera clase, junto a la ventanilla. Apenas llevan recorridos setenta kilómetros cuando un pasajero, al verlo sentado en aquella cabina, llama la atención del revisor del tren instándole a desalojarlo de aquel habitáculo para ocupar el lugar que le correspondería, por el color oscuro de su piel, en tercera clase, donde viajan los sirvientes, los llamados despectivamente “culíes” (aquellos trabajadores con escasa calificación procedentes la mayoría de India, China y otros países asiáticos).
El revisor, de muy malas maneras, siguiendo las indicaciones del pasajero requirente de piel blanca, le indica que debe abandonar aquel lugar, en el que está sentado, porque no le corresponde. Gandhi no entiende nada. Va elegantemente vestido, viaja con su billete de primera clase en calidad de asesor jurídico de una gran empresa que opera en varios países europeos y que posee distribuidas por toda Sudáfrica quince sucursales.
La tensión crece en aquel vagón cuando, asistiéndole la razón, se niega a ceder ante las pretensiones de algunos pasajeros que comienzan a proferirle insultos por no querer abandonar “su localidad», pasando de aquellos improperios a las malas maneras que le llevan a ser expulsado a empujones de aquel tren en la estación de Pietermaritzburg, por un agente de la policía, que avisado por el revisor ponía, de aquella manera, fin a aquel asunto.
Gandhi expulsado del tren, sin saber dónde está su equipaje, en la sala de espera de aquella estación tiene frío, pero no se atreve a preguntar nada, a nadie, ante el temor de volver a ser insultado y agredido. Y fue allí, durante unos instantes cuando le asaltó la idea de regresar a la India, aunque fuera nadando, idea que iría abandonando con el paso de las horas que tuvo que pasar esperando hasta la apertura de la oficina de telégrafos para enviar un telegrama a la empresa del señor Abdullah y otro al director general del ferrocarril exponiéndole los hechos acaecidos, en una noche que años más tarde definiría como una de las más “creativas de su vida”.
Mientras esperaba se dio cuenta que su destino era llegar a Pretoria, sin importarle las amenazas o los insultos. Cuando por fin pudo poner ambos telegramas las respuestas no tardaron en llegar. Abdullah envió a su vez telegramas a comerciantes indios que vivían por la zona que rápidamente se desplazaron hasta la estación para atenderle, contándole de primera mano las amargas experiencias que la comunidad india vivía en Sudáfrica, día a día, entre prohibiciones, limitaciones, insultos e incluso agresiones físicas.
Conforme escuchaba los relatos de aquellos comerciantes resignados a su suerte, lo tuvo más claro, si cabe, que durante la noche. Iba a quedarse y resistir, sin importarle las consecuencias, dispuesto a ofrecer contra aquella opresión e intolerancia un arma definitiva, el uso de la “no violencia”, de una andadura que se iniciaba durante aquel mes de junio de 1893 en Durban, cuestionando su lugar en la sociedad y la situación de su pueblo ante el todo poderoso Imperio Británico, fundando al año siguiente el Congreso Indio en Natal.
Fue a Sudáfrica a pasar unos meses y acabó quedándose veintidós años, regresando a la India el 9 de junio de 1915, luchando hasta conseguir su independencia el 15 de agosto de 1947.
El 2 de octubre de un día como hoy, de 2007 (en conmemoración con el nacimiento de Gandhi en 1869), la ONU lo declaraba Día Internacional de la No Violencia.
-“Un pequeño cuerpo con espíritu determinado, encendido por una fe inquebrantable en su misión, puede alterar el curso de la historia”-.[Mahatma Gandhi].