LUIS CANDELAS, «EL BANDOLERO DE MADRID».

LUIGICANDELIYELOW

6 de noviembre…………………….y entonces sucedió que…………………………….

……….el jueves 9 de febrero de 1804, fruto del matrimonio entre Esteban Candelas y María Cagigal, nacía en su domicilio de la calle del Calvario, en el actual barrio madrileño de Lavapiés, el tercero de sus hijos, un varón, al que de nombre ponían Luis Ignacio Polonio Candelas Cagigal, mayormente conocido como «Luis Candelas», que por sus fechorías y su peculiar manera de proceder, acabaría siendo toda una celebridad, en la Villa de Madrid de por aquel entonces, uno de los bandoleros más famosos de toda España, que con el transcurso de los años llegaría a despertar el cariño y admiración de aquellos que tuvieron noticias de él, convirtiéndolo en toda una leyenda.

Regentaba su padre una carpintería de la que vivían desahogadamente los cinco miembros de aquella familia, por lo que no puede decirse que fuese la penuria, la escasez o el hambre quienes lanzasen al joven Luis hacia aquella azarosa vida de pillaje y latrocinio, convirtiéndole, con el devenir de los años, en un atípico ladronzuelo que mediante actos muy bien estudiados, sin hacer uso de violencia alguna y sin derramar una sola gota de sangre operaba por la ciudad de Madrid y sus alrededores.

Fue estudiando en el Colegio Imperial, llamado tiempo después de los Reales estudios de San Isidro, ubicado en la calle Toledo, donde encontraría dos de sus pasatiempos favoritos; el primero, su pasión por la lectura, que durante toda su vida le otorgaría un aire distinguido, culto y refinado; el segundo, su inevitable deseo de verse involucrado en todos los líos, marañas y broncas posibles, formando ya en aquella etapa escolar, una pandilla de la que era miembro integrante Francisco Villena, apodado Pacoel Sastre”, que le acompañaría, en sus innumerables tropelías y actos de pillaje, a lo largo de su vida.

Y fue precisamente consecuencia de uno de esos enredos cuando uno de los padres jesuitas poniendo orden “por la gracia de Dios”, dio un tremendo bofetón en el rostro del joven Luis, que llevado por un acto reflejo le devolvía aquel por partida doble, siendo automáticamente expulsado del aludido centro escolar.

Sin la posibilidad de poder continuar con sus estudios le puso su padre a trabajar en la carpintería familiar para aprender el oficio, sin descuidar el buen hábito de la lectura, que sin necesidad de recordárselo, cada vez que tenía ocasión, voluntariamente, lo hacía.

Pero a pesar de los esfuerzos del padre, al chico aquel trabajo no le acababa de convencer. Lo que le gustaba, además de leer, era poder sentirse libre y callejear por el barrio, sumándose a las “pedreas” que se dieran (esto es, lanzándose piedras con los chavales vecinos de otros barrios).

A los quince años cometió su primer delito serio, un robo a mano armada, del que no se pudo demostrar su participación. Meses más tarde acabaría siendo detenido por deambular, a altas horas de la madrugada, por la plaza de Santa Ana, siendo encarcelado en la Real Cárcel de Corte, de la plaza de Santa Cruz (edificio que alberga el Ministerio de Asuntos Exteriores), un lúgubre lugar con capacidad para doscientos cincuenta reclusos donde tuvo que valerse a tan corta edad y por sí mismo para poder sobrevivir, en donde conocería a otros delincuentes y bandoleros ilustres.

Una vez puesto en libertad diseñó una estrategia para poder vivir sin tener que volver a trabajar en la carpintería familiar, haciendo uso de su buena planta y su labia con la que a sus diecisiete años lograba engatusar a una peluquera, llamada Consuelo a la que acabaría dejando sin los ahorros de toda su vida. A esta le seguiría Margarita, una viuda necesitada de cariño, luego vendría una tal Paquita y la amiga íntima de esta, Lola, del mismo barrio de Lavapiés, y a la que al dedicarse a la venta de naranjas conocían como “la naranjera” y que era además la amante también del mismísimo Fernando VII.

Con la muerte de su padre en 1823, Luis Candelas, a sus diecinueve años, con la herencia obtenida se compraba una casa muy próxima a la Gran Vía, en el número 5 de la calle Tudescos, intentando asimismo reconducir su vida dedicándose durante un tiempo a la venta de libros. Desempeño que poco duraría. Movido por la necesidad de realizar lo que a su juicio consideraba un mal reparto de la riqueza, -“y que mientras unos arrastran coches, los demás tengan que ir por el lodo”-, tratando de nivelar las fortunas de unos y de otros, ejerciéndolo, de manera pacífica, sin matar ni hacer daño a nadie, y según sus propias palabras, -“además de satisfacer una serie de necesidades propias, que uno no ha nacido para trabajar en oficios mecánicos”-, formaba una cuadrilla con Paco “el sastre”, Mariano Balseiro, Pablo Santos, Juan Mérida y los hermanos Antonio y Ramón Cusó.

Con verdadera precisión y haciendo uso del arte del engaño preparaban los golpes, reuniéndose para ello en la taberna del Tío Macaco de la calle de Lavapiés, o en la de Traganiños entonces en la misma calle Tudescos, lugar donde existía en la trastienda una escuela de carteristas que hacían sus prácticas con un maniquí.

Por la mañana se hacía pasar por Luis Álvarez de Cobos rico hacendado peruano, natural de Lima, del que llegaba a imitar el acento limeño a la perfección, luciendo unos modales exquisitos, y codeándose con las altas esferas de la ciudad de la Villa. Por la tarde, al anochecer, por el callejón situado en la parte posterior a su vivienda salía Luis Candelas para reunirse con su cuadrilla, y sin ningún rastro de acento peruano, desde la Puerta de Fuencarral asaltar las diligencias que recorrían aquellos caminos hasta la misma provincia de Segovia, o desvalijando correos y caminantes.

Con el transcurso del tiempo, los atracos fueron realizándose más en suelo urbano, por las casas de Madrid que por los caminos de sus alrededores, haciendo uso, cada vez más, de un grandioso ingenio y creatividad.

Como el hábilmente perpetrado contra el magistrado de la Real Audiencia, Pedro Alcántara Villancico, que sentado en el Café Lorenzini de la Puerta del Sol le solicitaba sentarse a su lado con el pretexto de serle familiar su rostro. Con su desparpajo habitual consigue que su víctima le cuente varios aspectos de su vida, entre otros, el nombre de su mujer, y la calle en la que vive, Carretas. Mostrando su reloj Luis Candelas exclama que se le ha hecho muy tarde, señalando una hora que no corresponde con la real, obligando a aquel a mostrar su reloj del que habla maravillas, hecho en Londres, aunque el que mejor que tiene es uno de oro que lo guarda en casa. Tras marcharse de allí, acude al domicilio del magistrado, preguntando al mayordomo por la señora de la casa, a la que solicita le entregue el reloj de oro de parte de su marido, que se lo ha pedido, algo que la señora al verlo tan elegante y ofreciendo tantos detalles y no sospechando del engaño le hace entrega.

O aquel el de los ocho mil duros que logró en la espartería ubicada en el número 10 de la calle Segovia. O el perpetrado también en el 10 de la calle Preciados, la casa del sacerdote Juan Bautista donde guardaba cuarenta mil duros de la venta de una finca.

Dos asaltos sin embargo acabarían siendo su perdición. El primero realizado contra la diligencia del embajador de Francia, en Torrelodones, en el que además de dinero y joyas había documentos reservados y confidenciales. El segundo cometido en casa de Vicenta Mormín, modista de la reina regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, madre de la futura reina de España Isabel II, de un botín que ascendía a los quince mil duros.

Sitiado Madrid por la policía, Luis Candelas huía junto a su amante Clara a Gijón, con la idea de marchar hacia Portugal. En Valladolid fue reconocido por un miembro de la Milicia Nacional, Félix Martín, que lo detiene y lo traslada a Madrid.

El 6 de noviembre, de un día como hoy, de 1837, a los treinta y tres años de edad, moría ejecutado mediante garrote vil en la plaza de la Cebada, Luis Candelas, “el bandolero de Madrid”, sin haber recibido el indulto solicitado a la reina regente.

Decidle al señor Alcaide, decidle al Corregidor,
que yo por Luis Candelas, me estoy muriendo de amor…
Decidle que es un canalla, decidle que es un ladrón,
y que he dejado que robe con gusto mi corazón.
Que corra de boca en boca, esta co
pla que yo canto, como si estuviera loca  [Rafael de León]

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