LOS ESCLAVOS DE TROMELIN

20NOVMBR

20 de noviembre……………………………y entonces sucedió que……………………..

…………el “Utile”, construido y equipado en Bayona, estaba listo para zarpar aquella mañana del 17 de noviembre de 1760 hacia la isla de Madagascar con destino final a la isla de Francia (la actual isla Mauricio). Según el libro de a bordo del capitán Jean de Lafargue, aquel barco, perteneciente a la Compañía francesa de las Indias Orientales, a primera hora de la mañana levaba anclas desde el puerto de Baiona la capital de Lapurdi (País Vasco francés) haciendo escala en Pasajes a escasos cinco kilómetros de Donosti (San Sebastián), en donde completaba su aprovisionamiento y acababa de configurar su tripulación, la mayoría originarios de Bayona, pero también conformada por muchos vascos procedentes de Bilbo, Baigorri, Hondarribia, Ezpeleta, Ondárroa o Lekeitio, así como holandeses y bretones, que en total ascendían a ciento cuarenta y dos hombres, que aquel 20 de noviembre, de un día como hoy, de hace doscientos sesenta años, partía definitivamente hacia aquella isla  del océano índico a la que arribaba tras ciento cuarenta y tres días de navegación, el 12 de abril de 1761.

A pesar de tener taxativamente prohibido el comercio de esclavos como mercancía a bordo, el capitán, una vez atracado el Utile en el puerto de Fulepointe en Madagascar y contando probablemente con la complicidad de los administradores coloniales franceses, embarcaba ilícitamente a ciento sesenta esclavos malgaches, con la intención de venderlos en isla Rodrigues, antes de arribar a su destino final, la Isla de Francia, encerrándolos en la bodega del navío.

Temeroso de ser descubierto con semejante cargamento Lafargue trazaba una derrota junto a su primer oficial Barthélémy Duvernet, por aguas poco frecuentadas, hacia el norte, navegando primordialmente de noche más que de día y aunque ambos poseían una amplia experiencia, aquella ruta proyectada no estaba exenta de ciertos riesgos y peligros, de la que partían el sábado 27 de junio de 1761.

Tras un mes de travesía el Utile se veía sorprendido por un fuerte temporal que lo desviaba de su trayectoria arrojándolo contra los arrecifes de coral que rodean una diminuta isla, llamada Île des Sables (de arena), de poco más de un kilómetro y medio de longitud y escasos setecientos metros de ancho, destrozando su casco, que queda encallado en aquellas circunstancias. Los esclavos malgaches encerrados en la bodega gritan con desesperación para ser liberados, pero la mayoría de la tripulación lucha por salvar su propia vida, obviando los lamentos de aquellos, que en su gran mayoría morirían ahogados. En uno de los envites que la embarcación sufre contra aquel atolón se fractura la madera de la tapa escotilla que cubre aquella bodega liberando a los que todavía luchan por sobrevivir, que en número serían unos setenta.

Al amanecer, refugiados sobre la arena de tan minúscula isla se contabilizan las bajas. Por parte de la tripulación se computan diecinueve fallecidos. Por la de los esclavos suman noventa, estableciéndose dos asentamientos, uno para los ciento veintitrés miembros blancos de la tripulación y otro para los setenta negros esclavos malgaches, que durante los siguientes días se fueron encargando de recuperar alimentos, madera, herramientas y todos aquellos restos útiles que encontrasen, en un esfuerzo en conjunto.

Liderados  por el primer oficial Duvernet, con los restos recuperados del naufragio y ayudados voluntariamente por los esclavos lograron construir una embarcación precaria, de tamaño mucho más reducida, terminada a los cincuenta y seis días, a la que llamaron “La Providence”, con capacidad, a duras penas y únicamente, para los miembros de la tripulación, que con la promesa de regresar a por aquellos hombres y mujeres que se quedaban en la isla, dándoles su palabra el propio Duvernet, partían el domingo 27 de septiembre de 1761, rumbo hacia el puerto de Fulepointe en Madagascar.

Antes de partir, el propio Duvernet dejaba una carta de su puño y letra certificando la buena conducta de aquellos esclavos, a los que además proporcionaba provisiones para unos tres meses aproximadamente, un tiempo que calculaba conveniente para volver a por ellos.

Las duras condiciones de vida en aquel remoto lugar, situado al este de Madagascar, con escasa diversidad de paisaje, como consecuencia del pequeño tamaño de la isla, donde su punto más alto alcanza unos escasos ocho metros, se encuentra sometida a vientos huracanados procedentes de los ciclones tropicales, que devastan la isla frecuentemente. Ciertamente un lugar inhóspito para subsistir.

Durante la espera, los nuevos habitantes del atolón recogen los restos del naufragio que el mar arroja a su costa. La escasez de alimentos y de agua empieza a hacer mella entre quienes logran sobrevivir, lo cual les obliga a explorar los escasos recursos de los que pueden valerse. Cavan un pozo del que lograrán extraer agua y encuentran muchos nidos en los que las aves depositan sus huevos así como una gran cantidad de tortugas, aunque para la comunidad malgache estas ocupan un lugar primordial entre sus ritos y creencias, por lo que verse obligados a comer su carne supone, además de un acto de profanación, quebrar parte de sus ideales ancestrales.

Y pasaron los tres meses previstos, y otros dos más de demora, sin tener noticias de aquellos hombres blancos que habiéndoles apartado de sus familias los habían dejado en medio de la nada. Luego fueron seis meses y después ocho y así hasta llegar al año, con la duda de saber siquiera si habrían logrado sobrevivir y llegar a buen puerto.

En realidad “La Providence” había llegado a Madagascar tras cuatro días de travesía. Durante la semana siguiente lo hacían a Port Louis, en la isla de Francia, donde el gobernador encargado de la Administración Colonial Antoine Desforges Boucher se oponía al  envío de un barco hasta la isla de arena para rescatar a aquellos hombres y mujeres abandonados a su suerte que seguían confiando en que alguien regresaría a por ellos.

La inestabilidad en aquella zona a raíz del inicio de la Guerra de los Siete años y la quiebra de la Compañía francesa de las Indias Orientales que perdería el monopolio de la administración de aquellas islas dejaría aún más en el olvido a aquellos hombres. Duvernet atormentado por su promesa de regresar y sin medios para poder realizarlo fue solicitando a todo hombre de mar que se cruzase en su camino la realización de dicha empresa, que por la guerra aludida ninguno acabaría aceptando.

En septiembre de 1772, once años después de aquel naufragio, Duvernet escribía una carta al secretario de Estado de la Marina francesa, Monsieur De Boynes en la que le suplicaba el envío de algún barco para comprobar “si todavía quedase vivo alguno de aquellos seres abandonados”, petición que acabaría siendo aceptada, y que tras varios intentos de llegar a la isla, se vería finalmente cumplida por una corbeta comandada por Bernard Boudin de Tromelin, que a bordo de «La Dauphine» lograba hacer frente a las fuertes corrientes del arrecife y llegar hasta la isla (conocida desde entonces como la “isla de Tromelin”), quince años después de aquel siniestro, el viernes 29 de noviembre de 1776.

 De los setenta esclavos allí abandonados permanecían vivos siete mujeres y un bebé, fruto de una relación entre la joven Tsimiavo y Tolotra, un joven que buscando la felicidad de los suyos se había echado al mar buscando la ayuda que nunca había llegado.

Tsimiavo fue la única de todo aquel grupo que confió en la palabra dada por aquel hombre blanco. Hasta su madre llegó a creer que había perdido la razón.

-“A mi madre le salvó el instinto de protegerme; a mí, la esperanza”- (Tsimiavo). Una esperanza que años más tarde resaltaba el naturalista Charles Darwin como fundamental para subsistir;

-“Se puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sin esperanza tan solo un segundo”- [Charles Darwin].

No perdamos la esperanza pues…

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