EL ANILLO DEL REY

19FEB2021

19 de febrero……………………..y entonces sucedió que………………………………..

……………Begoña tiene miedo, mucho miedo. En el hospital en el que trabaja como enfermera, en tan solo unos días, han aumentado considerablemente los casos de pacientes ingresados con síntomas de padecer aquel mortal virus (detectado apenas un par de meses antes). Se siente absolutamente desbordada, angustiada, agotada y extenuada. A principios del mes de abril, el día 3, se registrarán sesenta y ocho fallecimientos, el mayor número de muertes producidas hasta entonces en un solo día. Sesenta y ocho muertos por un virus que, hacía apenas unos meses, algunos pensaban que era “una especie de cuento chino”.

Pero Bego no quiere dejarse atenazar por esa sensación de pánico que le rodea, y trata de mantener la calma con serenidad. Lleva más de un mes doblando turnos, día tras día, durmiendo algunas veces, apenas una hora, echada en algún lugar de algún pasillo, incluso en ocasiones, en el mismo suelo del hospital, para enseguida ponerse de nuevo en pie y hacer aquello que mejor sabe, “cuidar de los demás”. Cuando le sobreviene el miedo, o el cansancio le oprime, lee uno de los tatuajes que lleva en su brazo izquierdo, “nacida para cuidar”, y piensa en sus dos hijas que le esperan en casa, para volver a ponerse a trabajar, con mayor valentía y coraje si cabe, como si se tratara de una  enfermera en plena guerra.

Un estudio realizado con posterioridad llevado a cabo por los doctores Antonio Salas Ellacuriaga y Federico Martinón Torres pertenecientes al Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago de Compostela (IDIS), publicado recientemente en la revista Zoological Research, señalaría que el primer caso de Covid, registrado en España, se había producido en la isla de la Gomera, a finales de enero de 2020, en un turista, de origen alemán, que había sido ingresado en el Hospital Virgen de Guadalupe.

Según ambos científicos, el virus SARS-Cov-2, dos semanas más tarde, entraba en la península por la ciudad de Vitoria-Gasteiz, con un foco de expansión en torno al 11 de febrero, a través de su cepa genética B3a.

El aludido artículo científico, indica que han sido cinco linajes principales o cepas genéticas las que han cubierto la práctica totalidad (casi el 90%) de los casos de Covid-19 registrados en el territorio español. Estas cinco cepas serían la aludida B3a con un 30,1% de incidencia total, la A2a5 (38.4%), B9 (8.7%), A2a4 (7.8%) y A2a10 (2.8%).

El linaje más importante, en cuanto a su impacto en España, el A2a5, pudo tener su origen en Italia, lugar donde surge su ancestro evolutivo el A2a, el más significativo a nivel mundial. Fueron dos acontecimientos, celebrados en el norte del citado país, los que favorecerían, en gran medida, la entrada de dicha cepa en España a través de la Comunidad Valenciana.

En la ciudad de Milán (a la postre una de las zonas más críticas de contagios por coronavirus) tenía lugar del 16 al 19 de febrero (de un día como hoy, de hace un año) la octogésima novena (89ª) edición de la Feria del Calzado (MICAM) a la que acudían, entre otras, doscientas empresas españolas (de las que ochenta firmas pertenecían al calzado valenciano). El mismo día que concluía este anómalo certamen (con cerca de cien expositores menos que la edición del año anterior, la mayoría asiáticos), el 19 de febrero, tenía lugar en el estadio de San Siro de Milán, un partido de fútbol, correspondiente a la ida de los octavos de final de la Liga de Campeones entre la Atalanta y el Valencia Club de Fútbol al que acudían cuarenta mil seguidores del equipo italiano desde Bérgamo (a unos sesenta kilómetros al noreste) y unos dos mil quinientos seguidores del equipo valenciano.

Dos días más tarde, el 21 de febrero el país transalpino confirmaba veinte contagios y un fallecimiento. El lunes 24, el gobierno italiano ordenaba el confinamiento de once municipios en el norte del país. Al día siguiente, el 25, en España, Sanidad corroboraba un positivo de SARS-CoV.2 de un paciente que ingresaba en aislamiento en el hospital la Plana de Castellón, que había viajado recientemente a Milán (aunque no formaba parte de la expedición valencianista).

Cuando Begoña llega a casa se desviste en el mismo recibidor de la entrada, donde deja el calzado, la mascarilla, los guantes, y toda la ropa que lleva ese día, que automáticamente lleva a la lavadora. Antes de saludar a sus hijas y a su madre, que le ayuda y se queda con ellas, pasa por la ducha, en donde como si de un virus radioactivo se tratara, intenta eliminar cualquier rastro de su piel y su cabello. Una vez limpia y cómoda, ya puede ir a ver a sus hijas. La mayoría de los días, cuando llega, ya están dormidas, pero esa noche la pequeña no puede conciliar el sueño. Después de despedirse de su madre (de quien agradece su inestimable ayuda) hasta el día siguiente, trata de cenar algo, aunque no tiene el estómago para ningún tipo de ingesta.

Al acabar, echa un vistazo a las niñas para comprobar que están bien. La peque sigue sin dormir. Algo le inquieta. Le han dicho que el viernes 12 (de este mes de marzo) dejarán de ir al cole, al suspenderse toda actividad educativa, y ella sabe que su mamá está en primera línea de combate batallando contra ese “virus” invisible.

Bego recuerda un cuento que le contó en cierta ocasión su madre cuando estuvo una temporada preocupada y decide contárselo a la pequeña.

—Te voy a contar un cuento que la yaya María me contó cuando yo tenía tu edad, más o menos—, el cuento se llama “El anillo del rey”.

“Hace muchos años había un rey persa profundamente preocupado (-más o menos como tú lo estás ahora-) que reunió a su «consejo de ancianos», considerados los más sabios de su reino para plantearles cierta cuestión que le tenía varios días sin poder dormir. Había encargado al orfebre un anillo de oro al que quería grabar una frase que cuando las cosas fueran mal, solo con leerla, en cierta manera su preocupación pudiera mitigarse, pero también que cuando se encontrase eufórico, esa misma frase le ayudase a mantener firmes los pies en la tierra y no dejarse llevar por esa sensación exultante.

Los sabios estuvieron dándole vueltas a la petición de su rey, tratando de acertar con esa frase que en tiempos malos le ayudase a superar ese estado de ánimo alicaído y cuando las cosas fueran muy bien tratar de contener esa fase de arrojo desmedido, empresa para nada sencilla.

Tenía el rey un sirviente muy mayor, fiel y leal servidor, que ya había estado al servicio de su padre, que cierta mañana estando el monarca sumido en sus pensamientos le espetó, -“si me permitís, yo sé que frase es la que vuestra majestad anda buscando. Si me lo consiente deje que hable con el orífice para que la grabe en ese anillo que le está haciendo. Y para que esta tenga un mayor efecto, yo le aconsejaría a su majestad evitar leerla hasta llegado el momento oportuno, de pesadumbre o de gran ventura».

Y así fue. El leal sirviente encargaba al orfebre la inscripción de una frase que quedó grabada en el anillo y que al ponérselo en su dedo el rey no leyó.

Y pasaron los años…

Y llegado cierto día, siendo atacado aquel reino por un pueblo enemigo, tratando de escapar de la muerte montado en su caballo, se refugiaba el rey en las montañas junto a su fiel y leal servidor. Y sintiéndose perdido, recordó la frase inscrita en su anillo, que extrayéndolo del dedo leía para sí, [-“Esto, también pasará”-]—.

—¿Ves hija lo que el cuento trata de decirnos? —, le pregunta Bego a la pequeña, —no estés preocupada. Hagamos bien la parte que nos corresponda. Seamos responsables, cuidémonos y esto, también pasará. Todo, tanto lo bueno como lo malo, es pasajero y temporal.

Paciencia y tiempo, son los guerreros más fuertes de todos (Leòn Tolstoi)

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