EL DUELO DE CARABANCHEL (TONTO ESTE Y TONTO AQUEL)

DDC

12 de marzo ………………………………..y entonces sucedió que………………………

…………….hubo una época en la que los llamados lances de honor, obligaban a todo aquel que se preciara de ser un caballero íntegro a estar dispuesto a defender su honra y el buen nombre de su familia. Durante siglos enteros, estos asuntos fueron la forma habitual elegida para dirimir aquellas ofensas recibidas, bien mediante el empleo de la espada o el uso de arma de fuego, como medio o manera de reparar el honor del ofendido, símbolo a su vez de nobleza u honradez.

Ya en tiempos de los Reyes Católicos proliferaron tanto estas cuestiones de honor que los monarcas se vieron obligados a prohibirlas mediante una ley dada en 1480 en las Cortes de Toledo tipificando como delito estos desafíos o duelos privados, al considerarlos una forma extrajurídica de venganza personal, práctica, que a lo largo de los siglos, en mayor o menor medida, continuaría estando prohibida, llegándose durante el reinado de Felipe V a castigar incluso, con la pena de muerte y la confiscación de los bienes, tanto del retador como del retado que hubiese aceptado el duelo.

Aún así, clandestinamente, se seguiría, a lo largo de los años, realizando estas prácticas que llegarían a realizar, no solo los llamados caballeros de alta alcurnia, sino los pertenecientes a todas las esferas de la sociedad, como aristócratas, políticos, abogados, comerciantes y sobre todo, periodistas, objetivos principales de las quejas de los presuntos ofendidos que enviaban a sus redacciones a los llamados “padrinos” para acordar el lugar, la hora e incluso el modo de dirimir aquello que consideraban una afrenta.

Contaba el periodista sevillano Rafael Cansinos Assens que estos duelos eran tan frecuentes que las redacciones de muchos de los periódicos, sobre todo los de Madrid, disponían de un pequeño cuarto habilitado a tal efecto en el que los cronistas recibían clases, la mayoría, impartidas por profesores franceses expertos en el noble arte de la esgrima.

Algunos periódicos llegaron incluso a tener dos directores en nómina, uno, el de verdad, que asumía tanto la dirección política como la literaria de las publicaciones del rotativo, otro, el que daba la cara, el presunto titular al frente del diario, un hombre diestro en el manejo de la espada y el uso de armas de fuego para salir airoso en los posibles envites solucionando los desagravios requeridos.

Las aludidas ofensas se saldaban en los aledaños de los jardines de Vista Alegre o Carabanchel, algunos incluso en el parque del Retiro, lugares solitarios, escenarios a primera hora de la mañana de estos, más que encuentros, de los que deberíamos quizás llamar, desencuentros.

Sin duda uno de los duelos con mayor repercusión política y personal en España, durante el siglo XIX, fue el llevado a cabo el 12 de marzo, de un día como hoy, de 1870, en la escuela de tiro de la Dehesa de Carabanchel entre dos de los llamados “grandes de España”, uno Antonio de Orleans, cuñado de Isabel II, la reina derrocada, tras la revolución de 1868, el otro, Enrique de Borbón, hermano del rey consorte Francisco de Asís, nieto de Carlos IV (como Isabel II) ambos duques, y todos ellos primos hermanos.

Antonio de Orleans, duque de Montpensier, casado con Luisa Fernanda, la hermana de la reina expulsada del trono hacía casi dos años, anhelaba el trono español desde hacía más de veinticuatro años. Enrique de Borbón, duque de Sevilla, sabedor de las malas artes de aquel, y deseando lo mismo, escribía a principios del mes de marzo unas líneas en las que acusaba al de Orleans y sus seguidores de ser unos traidores, llamándole, entre otras lindezas, “cobarde”, “truhán” y “pastelero”, unas palabras insultantes para la época que desatarían la ira de aquel, solicitándole, para la salvaguarda de su honor, una rectificación pública o bien negar la autoría de aquel escrito que circulaba ya por toda Madrid. Pero Enrique de Borbón se ratificaba en aquellas palabras siendo retado a un duelo a muerte, acordado mediante el uso de arma de fuego al que acudirían ambos, custodiados por sus padrinos correspondientes.

Acompañan al Borbón tres diputados, Andrés Ortiz, Federico Rubio y el ilicitano Emigdio Santamaría. A Antonio Orleans, en su calidad de capitán general, le asisten como padrinos dos generales, Fernando Fernández de Córdova y Juan Alaminos y un coronel, Felipe Solís Campuzano.

Y así, separados a diez metros de distancia, se colocan ambos gentiles hombres que mediante sorteo previo han establecido realizar disparos por turnos alternativos, correspondiendo el primero en efectuar su disparo al duque de Montpensier que falla el mismo. No le iría mejor al Borbón que también erraba el suyo.

El segundo realizado por Antonio de Orleans dio la sensación de alcanzar al duque de Sevilla que parecía encogerse de dolor en un hombro, pero que realizaba su segundo tiro volviendo a errar. Fue en el tercero cuando el de Orleans alcanzaba en la cabeza a Enrique de Borbón que se desplomaba al suelo al instante.

La noticia de la muerte de aquel conmocionaba a España y a toda Europa. Al duque de Montpensier se le formaría un Consejo de Guerra. Sin duda alguna ambos perdieron. Uno perdía la vida, el otro la posibilidad de ser alguna vez rey de España. Cuando ocho meses más tarde se realizaba la votación para elegir en cortes constituyentes al nuevo monarca, era proclamado por 191 votos a favor el italiano Amadeo de Saboya, frente a los 27 obtenidos por el duque de Montpensier, al que este hecho le pasaba factura.

No sería este, a pesar del escándalo provocado, el último duelo de honor realizado en España (que dataría de 1906). Por aquellas mismas fechas, otro lance tendría lugar, esta vez en el parque del Retiro, a los pies de la fuente del Ángel caído, llevado a cabo por dos mujeres, Paz Villavicencio y Lolitala de las canas”, clientas habituales del café Fornos, ubicado en la calle de Alcalá esquina con la de la Virgen de los Peligros, esta vez utilizando como armas un par de floretes y tal como exigía el protocolo, cuando el duelo era entre dos féminas, ataviadas tan solo con unos pantalones, ya que por aquel entonces se pensaba que un corte realizado sobre la ropa podría dar lugar a una grave infección.

Ambas acabarían siendo sorprendidas por un alguacil que ponía fin a la trifulca.

Afortunadamente este tipo de retos y desafíos, escudándose en el honor pasarían a una mejor vida. Y es que en el fondo,

—“Palabras tales como «cuestión de honor» todo el mundo sabe que no son más que excusas, que algunos se sacan de la manga, para poder matarse entre ellos sin tener cargo de conciencia alguna”—. [de «Una sensación extraña» (2014), Orhan Pamuk]

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