LA NOCHE DE LAS WALPURGIS

300402

30 de abril…………………………..y entonces sucedió que……………………………..

……………no ha habido sociedad a lo largo de la historia a la que no le haya llamado poderosamente la atención todo lo relacionado con lo sobrenatural, lo misterioso y esotérico, con las fuerzas del más allá, la magia, los hechizos y la brujería. Esta invocación de las fuerzas sobrenaturales, ha tenido lugar desde tiempos inmemoriales, desde la misma época prehistórica, en donde ya era frecuente la existencia de la figura de un intermediario, llamado chamán o bruja, que llevaba a cabo rituales de caza, veneraba a la lluvia o imploraba a las distintas fuerzas de la naturaleza.

Para los griegos la bruja, venía representada por una mujer bellísima capaz de hechizar a los hombres con su sola presencia, con su hermosura natural. Brujas como Medea, Circe o Hécate (la reina de las brujas), son un claro ejemplo de ello.

Fueron los romanos quienes cambiaron este estereotipo que se tenía hasta entonces sobre el aspecto de la bruja, transformándola en una mujer algo perniciosa y malvada, llena de verrugas incipientes y de risa maliciosa, con un poder sobrenatural y una imagen mucho más terrorífica y oscura.

Roma acabaría persiguiendo e incluso condenando con la pena de muerte, en tiempos del dictador Lucio Cornelio Sila, mediante la aprobación de la Lex Cornelia de Sicarii et Veneficii (Ley Cornelia sobre asesinos a sueldo y envenenadores) a aquellos, que con sus brebajes y pócimas atentasen contra la vida de los demás.

Y aunque la magia y la brujería eran asunto más propio por aquel entonces de mujeres que de hombres, hubo casos en los que estos se verían también involucrados, como el sucedido en el año 158, en Sabratha, situada en la provincia romana de la Tripolitania (localidad ubicada en la actual Libia, a unos sesenta kilómetros de Trípoli, su capital) cuando tuvo lugar un curioso juicio contra un hombre, Lucio Apuleyo, acusado de cometer un “crimen de magia” (crimen magiae), y al que asistiría como juez, Claudio Máximo, el mismísimo gobernador de la provincia, dada la gravedad de aquel asunto.

Apuleyo había sido acusado de haber enamorado, con encantamientos y maleficios mágicos, a su actual esposa, una bella mujer, llamada Pudentila, de cuarenta años, madre de dos hijos, y dueña de una inmensa fortuna, que tras permanecer trece años en estado de viudedad, había caído rendida a los pies del procesado. El denunciante, Sicinio Emiliano, ex cuñado de aquella mujer (hermano de su anterior marido ya fallecido), no dando crédito a lo acontecido, no veía otra explicación más plausible que las malas artes del aludido personaje. Huelga decir que Apuleyo acabaría siendo absuelto de todos los cargos.

Las acusaciones de brujería desde entonces a lo largo de la historia han constituido una constante, de forma que decenas de miles de personas, a principios de la edad moderna fueron perseguidas acusadas de realizar actos de brujería, y sobre todo, a raíz de la llamada “locura persecutoria”, una verdadera “caza de brujas” que tiene su punto de partida en la bula papal en 1486 de Inocencio VIII, el denominado “Martillo de las brujas” (Malleus Malleficarum), escrita por dos monjes inquisidores dominicos, Heinrich Kramer y Jakob Sprenger a los que se les requería combatir la brujería en el norte de Alemania. La Iglesia hasta entonces consideraba como una herejía la creencia en brujas. Estos dos monjes argumentaban que el poder de las “brujas” no era propio sino que procedía del acto sexual que realizaban con el mismo diablo, de ahí su peligro.

A cada bruja “confesa” tras tortura previa, se le conminaba a dar el nombre de otra, de manera que se creaba, en el mismo proceso, una cadena sin fin persecutoria, en el que en numerosas ocasiones se llegaría incluso a utilizar niñas para testificar contra sus propias familias (madres, tías, hermanas…).

Geográficamente esta caza de brujas comenzó en las montañas de Alemania y del norte de Italia, y fue mucho más dura en países de religión protestante que de religión católica.

En España destacan sobre todo dos casos sobre el resto, uno, el de Blanca Berdiera, en diciembre de 1578, una mujer pobre, de origen francés y que se asienta en Sant Feliú del Llobregat en donde se dedica a diversas labores del campo y donde contrajo matrimonio. Se le atribuye la curación de una mujer que actuaría en el juicio en calidad de testigo y que afirmaría haber sido sanada por unas sopas de tomillo elaboradas por la propia acusada. Otra de las testigos personada en aquel caso, de las dieciséis presentadas en su contra, Mercedes Maciá, vecina suya, la acusaba de haber matado a su hija de diecisiete meses de edad mediante algún acto diabólico y que al ir a su casa a pedirle explicaciones dice haberla sorprendido removiendo las brasas de su chimenea con su bastón. Finalmente quedó en libertad bajo fianza, huyendo nada más salir de prisión de aquel lugar, para ir a algún otro, donde nadie la conociera.

El segundo caso, de mayor trascendencia lo constituiría uno de los procesos inquisitoriales más célebres y famosos de la brujería vasca, oficiado en España, en la localidad de Zugarramurdi (en la comarca del Batzán, en la merindad de Pamplona, Navarra) en noviembre de 1609, cuando María de Jureteguía, vecina del pueblo, confesara ser bruja desde bien niña, instruida por su tía María Chipía de Barrenetxea, iniciándose un proceso en el que se llegaría a inculpar hasta cuarenta vecinas de la aludida localidad y que acabaría condenando a morir en la hoguera a doce de ellas.

En Zugarramurdi es muy conocida la cueva de los Akelarres o también llamada de las brujas. Etimológicamente Akelarre procede de las palabras en euskera, Aker (macho cabrío o cabrón) y Larre (prado), “el prado del cabrón”, lugar próximo a las aludidas cuevas y en el que al parecer pastaba un macho cabrío de color negro (Akerbeltz) y que en sus reuniones con las brujas adoptaba forma humana, por lo que a Zugarramurdi se le conoce también como la “catedral del diablo”.

Hoy 30 de abril, en el norte de Europa y países nórdicos, se celebra la “noche de las walpurgis” (o noche de las brujas), festividad en sus comienzos de origen vikingo cuyo objetivo era dar por finalizada la temporada de invierno dando a su vez la bienvenida a la primavera encendiendo hogueras cuyo humo renovaba al pueblo. Con la llegada del cristianismo esta festividad y celebración, llamada Beltane, en honor a Belenos, dios del sol en la mitología celta, pasaría a ser considerada un asunto del mismo demonio.

Se dice que en el Brocken, el monte más alto en la Sierra del Harz, en Sajonia (Alemania) esta noche las brujas se reunirán con el mismísimo diablo y que sus gentes encenderán hogueras para así ahuyentar a los espíritus malignos. Lleva el nombre de una santa, canonizada por el Papa Adriano II, santa Walpurga, el 1 de mayo de 870, por lo que la noche previa, la de las brujas, también se le conoce como la noche de las Walpurgis (Walpurginacht en Alemania, Valborg en Suecia).

—“Entre las mujeres a las que la Iglesia consideraba «brujas» estaban las que tenían estudios, las sacerdotisas, las gitanas, las místicas, las amantes de la naturaleza, las que recogían hierbas medicinales, y…»cualquier mujer sospechosamente interesada por el mundo natural“—. [El código Da Vinci» (2003), Dan Brown].

Pues eso, va por todas vosotras, feliz noche…

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