CABRERA, EL SEPULCRO DE «LES PRISONNIERS»…

 

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7 de mayo……………………y entonces sucedió que…………………………………….

…………..el levantamiento del pueblo de Madrid contra la ocupación francesa el 2 de mayo de 1808 significaría, de hecho, el comienzo de la Guerra de la Independencia. El máximo responsable de las tropas francesas desplegadas por Napoleón en la península, el mariscal Joachim Murat, mientras reprimía duramente aquel levantamiento popular, enviaba al general Dupont hacia el sur, con el objetivo de ocupar Sevilla donde se acababa de crear una Junta Suprema de Resistencia.

Dupont al frente de la “Armée du Midi” (ejército de la región de Midi) con cerca de dieciocho mil efectivos, más los dos mil Dragones de la Guardia Imperial, el 7 de junio tomaba con relativa facilidad el puente de Alcolea y con este la ciudad de Córdoba. Un disparo de un francotirador hiriendo el caballo del general les serviría de pretexto para saquear, durante cuatro días seguidos, “La Docta”.

Ante las noticias que le llegaban sobre la aproximación por el norte de un ejército al mando del general Castaños y otro procedente desde el sur, a cuyo frente se había situado Teodoro Reding, intentando cortar su salida, Dupont decidía solicitar refuerzos a los generales Vedel y Dufour, mientras partía hacia la localidad de Andújar, camino de Madrid.

El 19 de julio de 1808, bajo un sol abrasador y un asfixiante e intenso calor, la localidad jienense de Bailén acabaría siendo testigo de la primera derrota, en campo abierto, de los ejércitos de Napoleón, en toda su historia, a manos de los generales Reding y Francisco Javier Castaños. No cabe duda que la colaboración inestimable de los bailenenses, ofreciendo agua a los soldados españoles, contribuiría en gran medida a mantener el ánimo de sus tropas, ante un ejército rival que, bajo un sol de justicia, veía mermada su capacidad de acción y maniobra en el combate.

Tres días más tarde, el 22, en Andújar se firmaban las capitulaciones que desarrollaban las condiciones de paz impuestas a los franceses que pasaban por el desarme absoluto de todas sus tropas, de un contingente conformado por veinte generales, seiscientos oficiales y cerca de dieciocho mil trescientos soldados, con la promesa a todos ellos de ser trasladados hacia Francia en barcos, con tripulación española, que partirían desde Sanlúcar o Rota hasta el puerto de Rochefort (en la región de la Nueva Aquitania). Sin embargo para ello habría que solicitar autorización de los ingleses que bloqueaban la bahía de Cádiz, y que nunca concederían.

Siguiendo el acuerdo alcanzado, nada más firmar la paz, Dupont hacía entrega de su espada al general Castaños afirmando «haber salido victoriosa en más de cien combates”, contestando el general español que la suya “era testigo del primero que ganaba”.

Sin embargo el traslado de las divisiones Fressia y Barbou pertenecientes al cuerpo de Dupont hasta Sanlúcar de Barrameda, al mando del coronel Juan Creagh de Lacy no resultaría tarea sencilla de realizar. Se decidió efectuar este en once etapas, preferiblemente viajando de noche para mitigar el sofocante calor que hacía por el día y evitar el paso por poblaciones en las que las ansias de venganza hacía muy difícil evitar el ataque de paisanos a aquellos prisioneros.

En un primer momento los militares presos permanecieron hacinados en pontones (barcos pertenecientes a la escuadra franco española derrotada en Trafalgar, destinados como cárceles), para albergar, cada uno de estos, entre mil y mil seiscientos cautivos, distribuidos en un total de diez barcazas.

De Sanlúcar serían trasladados a la bahía de Cádiz, donde el contingente tras varios meses quedaría reducido a unos trece mil supervivientes. El ministro de Marina de la Junta Central, Antonio de Escaño y García de Cáceres mediante escrito ordenaba el traslado de aquellos prisioneros hacia las Islas Baleares, nombrando responsable de la preparación de aquel viaje al jefe de escuadra José Ramón Vargas Varáez.

Una parte de aquel contingente, en torno a unos cuatro mil, serían llevados a las Islas Canarias, el resto partía desde Cádiz el 3 de abril de 1809 (lunes de Pascua) hacia las Baleares, siendo escoltados por cinco barcos y la fragata Cornelia como nave capitana, en una travesía no exenta de dificultades provocadas por las continuas tempestades y el hacinamiento prolongado de los presos, que acabarían extendiendo la disentería entre sus ocupantes, y ante la negativa de la Junta de Palma a dejarles desembarcar en Mallorca o en el puerto de Mahón en Menorca, acabarían siendo llevados a la isla de Cabrera el 5 de mayo, abandonados a su suerte.

Al desembarcar los militares franceses encontrarían algunas tiendas de campaña que la tripulación de las lanchas cañoneras habían dispuesto los días anteriores, y que son ocupadas por los oficiales de mayor graduación y por los enfermos más graves. El resto se distribuye por los alrededores de la bahía, bien construyendo pequeños cobertizos con ramas y arbustos para evitar las horas de mayor sol, u ocupando las cuevas naturales de las montañas.

 El 7 de mayo, de un día como hoy, de hace doscientos doce años, llegaba a la isla, enviado por la Junta Jerónimo Balle, ayudante de la plaza para emitir informe sobre las circunstancias del desembarco y el asentamiento de estos.

Se acuerda por la Junta de igual forma que un barco lleve aprovisionamiento y víveres a Cabrera cada cuatro días. Dado que aquellos todavía se encuentran en cuarentena se les prohíbe, bajo pena de muerte, aproximarse a la orilla, y mucho menos acercarse a las embarcaciones que transportan los víveres, seleccionándose a aquellos que podrán ir a por las provisiones.

Pero estos envíos no fueron lo regulares que deberían haber sido y la escasez de agua y las hambrunas fueron una constante durante casi todo el tiempo que duraría aquel cautiverio y que darían paso a numerosos disturbios, amotinamientos, peleas, reyertas y altercados. El primero de estos, bien temprano, a finales de ese mismo mes de mayo cuando dos mil soldados se amotinaron asaltando una de aquellas barcazas.

Para castigar a los culpables de aquellos delitos, principalmente del robo de alimentos, se les ataba desnudos a un poste o tronco de un árbol, donde los mantenían así durante varias horas, a pleno sol. Los sorprendidos en pleno acto de pillaje no quedaban exentos de sufrir la ira del resto que a veces se tomaban la justicia por su mano.

El 24 de agosto de 1813, el “Diario de Palma” publicaba un artículo en el que denunciaba la grave situación en la que se encontraban estos presos, denominando a Cabrera, “el sepulcro de los prisioneros”.

El encierro de aquellos hombres se prolongaría durante cinco largos años, de un cautiverio que terminaría en 1814 al firmarse la paz con Francia. Sobrevivieron uno de cada cuatro presos (unas tres mil seiscientas personas de los nueve mil aproximadamente que llegaron).

El 15 de mayo de 1814, atracaba en el puerto de Palma la goleta francesa “la Rose”, al mando del comandante Riouffe, portador de los documentos que acreditaban el acuerdo para la liberación de aquellos.

En 1847 se erigiría un monumento a los prisioneros franceses en la isla tras la visita de una escuadra de navíos franceses al mando de Francisco de Orleans, príncipe de Joinville (el futuro rey Luis Felipe).

Una vez al año, un buque de la Armada francesa fondea la isla y les rinde homenaje con una ofrenda de flores.

—“La misma bajeza comete quien anima a su huésped a que se vaya, cuando éste no quiere hacerlo, que quien se lo impide cuando lo desea. Hay que agasajar al huésped cuando está en tu casa, pero también despedirlo si lo desea”— (La Odisea [Homero]).

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