LA BELLA DURMIENTE

110621

11 de junio………………………….y entonces sucedió que……………………………

………..no hace más que observarse en el espejo. No lo está en absoluto, pero ella cada vez que se mira se ve gruesa y se siente hinchada. Apenas pesa 52 kilos pero quiere, para la fiesta que tiene el martes que viene, ponerse aquel vestido que se ha comprado y que tanto le gusta y hará todo lo posible para poder llevarlo. Alguien le ha dicho que comiendo un poco de pan y bebiendo mucha agua el estómago se siente saciado eliminando la sensación de tener hambre, así que desde el domingo solo hace que beber agua y comer, cuanto apenas, algo de pan. Dirán lo que quieran, piensa ella, pero a base de “pan y agua” se sigue teniendo un apetito voraz, y lo peor de todo, es que continúa viéndose igual de “gorda”.

Karen Ann es la mayor de los Quinlan, una familia que vive en Landing, muy próxima al lago Hopatcong en el estado de New Jersey. El matrimonio formado por Joseph y Julia Quinlan tras varios abortos espontáneos había decidido, en 1954, adoptar una niña, que había nacido apenas diecisiete días antes, el 29 de marzo. Lo curioso del asunto es que después de aquella adopción, cuando creían que no podrían tener hijos de forma natural, nacía, dos años más tarde, Mary Ellen y al año siguiente, en el 57, John el pequeño de la casa.

Han pasado los años, y aquella niña, ha cumplido ya los veintiuno. Tiene una fiesta de cumpleaños, su primera como mayor de edad, el próximo martes, día 15 de abril, que celebrará en su casa, en el municipio de Roxbury, donde vive desde hace poco con unas compañeras, fecha que coincide además con la de su adopción. Está muy nerviosa, quiere sentirse guapa para la ocasión y le preocupa no poder lucir bien aquel vestido que se compró.

El martes pese a haber perdido ya dos kilos sigue con aquella dieta extraña. Tiene hambre pero hasta que termine la fiesta no piensa variar ni un ápice el objetivo que se ha marcado. La excitación y el nerviosismo que siente, al llegar los primeros invitados, se transforma en un entusiasmo comedido que, con el primer gin tonic, se convierte en un estado de euforia casi desbocada. De ahí piensan acudir, un poco más tarde, al Falconer’s Lakawanna Inn, en Stanhope, muy cerca de allí.

Alguien le ha dicho que si mezcla alcohol con un diazepan es como si se tomase una metacualona y así lo hace.

Pronto se siente mareada e indispuesta y decide echarse un rato para ver si se le pasa el efecto del mareo que le ha producido la combinación del alcohol que corre por sus venas con la benzodiacepina. Uno de sus amigos al verla echada se acerca para ver como se encuentra dándose cuenta de que Karen no respira, dando la voz de alarma al resto que piden una ambulancia que la lleva urgentemente al Newton Memorial Hospital, en el 175 de High street en donde ingresa diagnosticándosele «anoxia cerebral» (falta de oxígeno al cerebro) detectándose daños cerebrales que a la postre serán irreversibles, siendo asistida, desde aquel instante, mediante respiración artificial.

Tras nueve días en coma es trasladada al Hospital de Saint Claire en el 25 de la calle Pocono en Denville, New Jersey, en la que los siguientes nueve meses recibirá alimentación nasográstrica y ventilación mecánica asistida. En los próximos cinco meses Karen perderá casi dieciséis kilos de peso corporal. Durante esos primeros cinco meses además los gastos hospitalarios habrán ascendido a los doscientos mil dólares.

Para sus padres y hermanos tratar de llevar una vida “normal” en tales circunstancias es algo muy difícil de procurar. Trabajar y compaginar una vida familiar, visitando a Karen a veces hasta cuatro veces al día, viéndola en aquella situación de indefensión absoluta, sufriendo, desestabilizaría la existencia de cualquier mortal.

 Viéndola en aquel estado los padres solicitaron al hospital la desconexión de la ventilación asistida, pero la dirección del centro se negaba a aceptar dicha petición ya que se sentían obligados a agotar todas las vías posibles para mantener con vida a su paciente.

Los Quinlan, a través de su representante legal, el abogado Paul Amstrong decidían dar un paso más allá y acudir a la vía judicial, a la Corte Superior del estado, a la que solicitaban permiso para realizar la aludida desconexión artificial, que el juez Paul Muir Jr, con fecha del 10 de noviembre de 1976 desestimaba, argumentando que “encontrarse a las puertas de la muerte no justificaría por sí mismo un homicidio”.

La prensa pronto se haría eco de este caso a la que llegaron a bautizar como la bella durmiente

El debate estaba servido. Movidos por razones humanitarias (viéndola en ese estado vegetativo persistente del que los médicos señalaban que no veían ninguna posibilidad razonable de recuperación) unos, defendían dejar de recibir la asistencia mecanizada, frente a quienes mantenían, basándose en criterios éticos y morales, mantenerla conectada a aquel respirador artificial.

Contra aquella sentencia, la familia recurriría a la Corte Suprema del estado de New Jersey que fallaba a favor de los Quinlan, alegando “que el Estado no debería obligar a una paciente a soportar lo humanamente insoportable”, aceptando la desconexión de aquellos medios extraordinarios.

A raíz de la señalada sentencia judicial se constituyeron por primera vez en la historia los “comités de ética hospitalaria” para proteger los derechos de los pacientes y de los profesionales sanitarios, realizando asesoramiento, sobre todo, en aquellos casos más conflictivos.

La interrupción mecánica asistida sin embargo y para sorpresa de todos no acabaría con la vida de Karen Ann Quinlan que seguiría aferrándose a la vida durante nueve años más, hasta las siete de la tarde del 11 de junio, de un día como hoy, de 1985, que fallecería por una neumonía. Tenía en aquellos momentos treinta y un años de edad, de los que tan solo había vivido veintiuno.

El 15 de abril de 1980 la familia fundaba el hospicio de Karen Ann Quinlan para brindar atención domiciliaria a los enfermos terminales. https://www.karenannquinlanhospice.org/

“La muerte es para algunos un castigo, para otros un regalo, y para muchos un favor.” —[Séneca]

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