RATAUTUN…

15OCT21

15 de octubre…………………….y entonces sucedió que……………………………….

……………………este rocambolesco suceso tuvo lugar en la localidad francesa de Autun, a unos ciento sesenta kilómetros al norte de Lyon, en la región de la Borgoña y del Franco Condado, que si no hubiera estado fehacientemente documentado, uno podría pensar que el aludido acontecimiento no hubiera sido posible que transcurriera así,  tal cual, ciertamente por lo inverosímil, irracional y hasta algo absurdo del mismo.

Los aldeanos de la mencionada localidad, molestos por la pérdida de sus cosechas de trigo y de cebada, acudían a finales del mes de agosto de 1522 a la Corte Eclesiástica, exigiendo al vicario que impartiera justicia, acusando a los roedores de la zona de ser los responsables directos de causar dichos estragos.

El párroco de la Diócesis de Autun, cursaba la referida reclamación interpuesta por los labriegos locales a la máxima autoridad competente en aquellos menesteres, Jean de Lorraine, arzobispo de Lyon que, un mes más tarde, ordenaba la apertura de un juicio oral contra los referidos roedores, acusándolos formalmente de dichos cargos, emplazándoles a comparecer ante la gran sala de la chancillería, en el plazo de quince días, nombrando a tal efecto a un jovencísimo e inexperto letrado Bartolomée Chassenée como abogado de oficio de los demandados, esto es, de los ratones supuestamente malhechores.

Un funcionario judicial siguiendo el protocolo sumarial establecido para estos asuntos acudía a los campos donde supuestamente habitaban estos “presuntos delincuentes” para leerles en voz alta la solemne citación por la que les conminaba a presentarse al correspondiente procedimiento judicial abierto contra ellos.

El mismo día que el rey de España, Carlos I nombraba, mediante Real Cédula, el 15 de octubre, de un día como hoy, de 1522, en Valladolid, a Hernán Cortés de Monroy gobernador y capitán general de los territorios norteamericanos de la Nueva España, a 1000 km de allí, se iniciaba el tan ansiado juicio ante una sala abarrotada y expectante, y a la que, ante la sorpresa e indignación de la población local, las demandadas ratas no hacían acto de presencia.

El abogado de estas, visiblemente nervioso alegaba ante el tribunal que aquellas debían ser exculpadas por su no comparecencia porque, en realidad, no se les había requerido mediante la lectura, de la obligada citación, a todas las ratas de la población, sino a una parte de las mismas, logrando de aquel tribunal la subsanación del citado punto, que decretaría enviar de nuevo a varios funcionarios que procederían a recorrer no solo los campos donde se entiende que habitaban los roedores en cuestión, sino extendiendo aquel aviso a los labrantíos que rodeaban la zona. Y para dejar constancia de la misma los sacerdotes de las distintas parroquias de la comarca fueron dando el correspondiente aviso a todos los roedores de su área de influencia.

Realizada una segunda sesión ante el tribunal, las demandadas vuelven, otra vez, a no presentarse. El abogado Chassenée, mucho mejor preparado en esta segunda vista oral, defiende a sus representadas alegando que al estar aquellas tan dispersas, las unas de las otras, necesitarían algo más de tiempo, solicitando una demora que acabaría siéndole concedida.

En la tercera sesión, dándole el defensor de nuevo una explicación al asunto de la no comparecencia de sus representadas, alegaba el temor de aquellas de venir sin contar, durante el trayecto, de la debida protección adecuada, solicitando del tribunal ofrecerles todas las garantías que la ley les pudiera brindar, custodiándolas si fuera menester, para así poder desplazarse con absoluta seguridad sin ser por ello atacadas por los gatos hostiles y salvajes que habitaban la zona, y no poner en peligro sus vidas.

Huelga señalar que aquellas tampoco se presentarían aún logrando tener vigilados a los gatos de la zona durante días antes de la fecha finalmente señalada. En su alegato final, Bartolomée Chassenée apelando al espíritu compasivo de la sala argumentaba la enorme injusticia que suponía generalizar de aquellos actos «a todas las ratas de la zona», sabiendo que, entre aquellas, también las habría inocentes.

El alto tribunal, agotado de tantas objeciones o ciertamente conmovido por la labia de aquel joven letrado aplazaba “sine die” la celebración del referido proceso judicial. El gran triunfador de todo aquello fue, sin lugar a dudas, Bartolomée Chassenée que años más tarde acabaría siendo nombrado presidente del Parlamento de Provenza.

Los juicios contra animales fueron, durante la Edad Media, una práctica muy habitual. Edward Payson Evans, defensor de los derechos de los animales, llegó a documentar en su libro “The Criminal Prosecution and Capital Punishment of Animals” (El enjuiciamiento criminal y la pena capital para los animales) publicado en 1906, más de doscientos expedientes procesales abiertos contra aquellos, en su gran mayoría cerdos, pero también contra asnos, gallos, gatos, perros y hasta incluso toros.

Para los griegos la culpa y el castigo debían ser atribuidos a alguna persona, animal o cosa, evitando así que “Las Furias” (los espíritus vengadores del agraviado) trajeran infortunios a la comunidad entera. Herodoto cuenta en “la flagelación del Helesponto”, como el rey persa Jerjes I daba la orden de azotar con trescientos latigazos a una parte de las aguas del estrecho de los Dardanelos, a la que acusaba de haber destruido el puente de barcas que había construido sobre el Bósforo, impidiendo así, el paso de su ejército.

En Alemania, en el siglo XIV, el acusado de ayudar a escapar a un ladrón acabaría siendo un bosque entero, al permitir a aquel huir de árbol en árbol, siendo talado y quemado por ello.

¿De locos?…

“Vamos a plantearnos que estamos todos locos, eso explicaría realmente como somos y resolvería muchos misterios”—. [Mark Twain, escritor estadounidense].

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