LA MALDICIÓN DE LA TUMBA KV62.-

26november

26 de noviembre…………………………..y entonces sucedió que……………………

………………………..Howard Carter y todo su equipo llegaban a Luxor, a orillas del río Nilo, a finales de octubre de 1922. Antes de partir la expedición desde Londres, Lord Carnavon, que financiaba todas aquellas excavaciones desde hacía más de siete años, ante la falta de resultados plausibles, le daba un ultimátum, asegurándole que aquella bien podría tratarse de su última aventura juntos, ya que si perduraba la escasez de hallazgos estaba más que dispuesto a retirarle su mecenazgo, siendo además la opinión de la mayoría de los arqueólogos a los que había consultado que allí, en el llamado Valle de los Reyes de Egipto, ya no había nada de interés.

El 4 de noviembre decidieron comenzar las excavaciones partiendo hacia el sur desde la tumba de Ramsés VI, sobre los restos de lo que parecían ser las viviendas que debieron ser usadas por los obreros que participaron en la construcción de la que fuera la tumba del quinto faraón de la XX dinastía de Egipto, comenzando a cavar a unos noventa centímetros de profundidad.

Un miembro del equipo, encargado de llevar el agua, tropezaba con lo que se asemejaba a un escalón tallado sobre la misma roca que, horas más tarde, vislumbraba lo que constituía toda una escalinata completa, de dieciséis peldaños, que daba a la entrada de una tumba mucho más estrecha que otras que se habían encontrado hasta la fecha, a la que calificaron con el número KV62 (King Valley Nº 62).

La primera impresión, que daba por su aspecto, es que parecía tratarse de la tumba de un noble, enterrado por algún motivo de manera precipitada. Al final de aquella escalinata se encontraba una puerta con sus sellos intactos, motivo de verdadero entusiasmo y júbilo entre todos los miembros de aquel equipo.

Ese mismo día Carter enviaba un telegrama a Lord Carnavon, que se encontraba en Inglaterra, anunciándole el maravilloso hallazgo. Ya habían acordado que en el caso de encontrar algo verdaderamente interesante la entrada a la cripta la harían los dos juntos. Dos semanas más tarde llegaba al Valle acompañado de su hija Lady Evelyn Herbert.

El 26 de noviembre, de un día como hoy, de hace noventa y nueve años, Howard Carter, Lord Carnavon y su hija, se disponían a entrar en aquella cripta en la que sus sellos, una vez traducidos por el profesor Alan Gardiner, indicaban que pertenecía al faraón Tutankamón. Harry Burton, fotógrafo del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, realizaba una instantánea de los sellos de la puerta antes de proceder a romperlos.

Nada más abrir la puerta se encuentran un pequeño corredor de unos diez metros de largo, por tres metros y medio de alto, con una ligera pendiente descendente, absolutamente llena de escombros, principalmente compuesta por rocas grandes, tras las cuales se distingue otra puerta perfectamente sellada. Tras limpiar la zona, Carter realizaba una pequeña abertura sobre el vértice izquierdo de la puerta, introduciendo una pequeña vela para poder vislumbrar lo que allí había. El silencio se hizo ensordecedor, nadie se atrevía a articular palabra alguna, hasta que Lord Carnavon se decidió a preguntar, casi susurrándolo, como no queriendo despertar al faraón que lleva tres mil años dormido, -“¿Ve usted algo?”-, siendo su respuesta, -“¡Sí, veo cosas maravillosas!”-.

En palabras posteriores de Howard Carter, estaban ante lo que parecía “un auténtico museo, amueblado con los objetos más diversos, algunos de ellos familiares, otros jamás vistos, amontonados los unos sobre los otros en una profusión aparentemente infinita”, y con el transcurso de los meses, siendo considerado el descubrimiento más grande registrado en toda la historia de la arqueología.

Vaciar las setecientas piezas de aquella cámara le llevaría al equipo cerca de tres meses, hasta febrero de 1923 momento en el que por fin entraban en la cámara mortuoria del faraón, cuyo cuerpo de un metro y sesenta y siete centímetros, envuelto en vendas de lino, había sido depositado en el interior de un sarcófago de oro macizo que descansaba, a su vez, dentro de otros dos, tallados de madera, recubiertos con pan de oro.

La cabeza de la momia se encontraba cubierta con una máscara, que reproducía con exactitud el rostro del joven faraón, fallecido a los dieciocho años y realizada también de oro macizo, y colgado de su cuello veintiún amuletos, representando a Osiris, Isis, Anubis, Horus y Thot entre otros.

La autopsia realizada sobre el cuerpo del pequeño faraón revelaría, años más tarde, contra la teoría generalizada que defendía una muerte repentina por alguna enfermedad, posiblemente tuberculosis, que la verdadera causa de su muerte había sido consecuencia de un fuerte golpe recibido en la parte lateral del cráneo con su consiguiente fractura y hemorragia, provocado seguramente por un instrumento romo, o lo que es lo mismo, Tutankamón, quizás incluso antes de cumplir los dieciocho años, había sido asesinado.

Poco después de la apertura de la cámara, el 28 de febrero, Lord Carnavon sufría la picadura de un mosquito que se le infectaba, falleciendo treinta y seis días más tarde, el 5 de abril. El mismo día que fallecía Lord Carnavon, su perrita Susie lo hacía en el castillo de Highclere, su domicilio en Hampshire, desatando todo tipo de suspicacias sobre una supuesta maldición sobre la tumba de Tutankamón.

Una venganza quizás por haber alterado el descanso del faraón que se vería alimentada al fallecer, poco tiempo después, el hermano menor de Lord Carnavon, Aubrey a los cuarenta y ocho años de edad, y la enfermera que en Egipto había cuidado del noble inglés hasta su muerte. En 1929 el secretario personal del Lord y una serie de fallecimientos, todos ellos relacionados con Carnavon y aparentemente sin explicación alguna.

Sin embargo para rebatir esta aparente confabulación y leyenda negra hay quienes presentan el caso de la hija del Lord, que fallecía cincuenta y siete años después de haber estado presente el día de la apertura de la tumba, o de Richard Adamson que vigilaba la tumba durmiendo en su interior y lo haría a los ochenta y un años de edad, igualmente cincuenta y siete años después de aquel 26 de noviembre.

Algunos autores señalaron que a la entrada de la tumba Carter encontraba una inscripción que rezaba;

-“La muerte golpeará con su miedo a aquel que turbe el reposo del faraón”-.

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