LA FUGA DE VARENNES.-

03122021

3 de diciembre…………………………y entonces sucedió que………………………..

……………….atrás quedaban los majestuosos jardines y el esplendor de aquel Palacio de Versalles, que le había visto nacer, hacía treinta y seis años, y que desde octubre, de hacía dos, poco después del asalto y la toma de la Bastilla, junto a toda la familia real al completo, se había visto obligado a abandonar y trasladarse al “pequeño y modesto” palacio de las Tullerías, donde todos ellos se sentían recluidos en unas estancias lúgubres y mucho más reducidas, rodeados por el tumultuoso ruido constante que ocasionaba el centro de la ciudad de París.

Luis XVI no solo había visto mermado su poder como monarca absoluto, en detrimento de la autodenominada Asamblea Nacional, sino que de igual modo sentía hasta limitada su libertad de movimientos, debiendo aceptar con cierta resignación la constante presencia de la Guardia Nacional, y en especial de su comandante Gilbert du Motier, Marqués de La Fayette que parecía, a veces, estar allí más vigilándoles que asegurando su protección.

El suceso que marcaría los acontecimientos posteriores tuvo lugar durante la mañana del martes, 19 de abril, cuando Luis XVI y María Antonieta quisieron dirigirse a su residencia estival de Saint-Cloud a pasar unos días, viéndose, en la misma salida de Palacio, rodeados por una enfervorizada multitud que lanzándoles toda clase de amenazas e improperios, les impedía iniciar el trayecto previsto.

Y a pesar de la habitual inacción del monarca, de carácter vacilante e inseguro, en esta ocasión, aún prefiriendo continuar observando el devenir de los acontecimientos, se dejaba llevar por la reina que urdía un plan de escape para toda la familia, ayudada por el conde Von Fersen, Mariscal del Reino de Suecia, al que había conocido, de incógnito, en el baile de la Ópera de Paris ataviada con una máscara, siendo por aquellos días la delfina de la corona y con el que mantenía, desde entonces, una muy buena y estrecha relación de amistad.

El plan consistía en viajar por la noche, fingiendo ser los sirvientes de una aristócrata rusa, hasta llegar a la ciudad fronteriza más próxima, Montmédy, a unos doscientos sesenta kilómetros al este de París, entonces territorio perteneciente a Austria y cuyo emperador, Leopoldo II era el hermano de María Antonieta y para cuyo trayecto calculaban poder cubrirlo en veinte horas sin efectuar parada alguna. Una vez allí, el rey de Francia lanzaría una proclama, a todas las monarquías, denunciando los abusos sufridos por la Revolución.

A las diez de la noche del 20 de junio de 1791, la reina excusándose, con sigilo lleva a los niños bajo custodia del conde sueco, regresando al salón en el que se encontraba como si nada hubiera sucedido, para retirarse poco después a sus aposentos, dando las oportunas instrucciones, como solía acostumbrar hacer antes de irse a dormir, a sus doncellas. Una vez en su dormitorio, se viste con un sencillo traje de color gris, se ajusta un discreto velo y sale por una de las puertas secretas de Palacio para reunirse con Fersen y los niños.

El rey hace lo propio, sobre las once y media, vistiéndose con las ropas que simulan ser las de un criado, llamado Durand, al servicio de una baronesa rusa.

Con dos horas de retraso sobre el horario inicialmente  previsto sale aquella lujosa berlina que lleva a bordo al rey, como mayordomo de la institutriz de sus dos hijos, que simula ser la baronesa de Korff, una rica viuda que regresa a la Rusia natal de su marido fallecido, acompañada de sus dos doncellas, la reina María Antonieta y Madame Isabel, hermana pequeña de Luis XVI. Junto a ellos además, viajan dos camareras, Jean-François Autié, peluquero de la reina, así como varios ayudantes de la familia real.

No se trata de una comitiva discreta, pero logran abandonar París sin apenas levantar sospechas. Tras recorrer doce kilómetros, en Bondy, bajo insistencia del monarca el conde Fersen deja de escoltar a la familia real, quedando en reunirse con ellos en el mismo Montmédy.

De Bondy a  Chalons y de ahí hasta Pont-de-Somme-Vesle y en Saint-Menehould, a unos doscientos diez kilómetros de París hacen un alto en el camino para cambiar los caballos, momento en el que se descubre la huida del monarca y de toda la familia real. La noticia de la fuga del rey se difunde rápidamente entre la población que indignada no sale de su asombro.

El Maestro de postas de Saint-Menehould Jean-Baptiste Drouet antiguo militar que conocía de vista a la reina descubre, al observar en el interior de la calesa, a quien le parece ser la reina y al fondo de la misma al propio rey, disfrazado de sirviente, hecho que constata observando un billete de curso legal de diez céntimos, en el que aparece el busto del monarca.

Drouet, parte a toda velocidad para llegar antes que aquella comitiva a la próxima parada, la de Varennes-en-Argonne, a escasos cincuenta kilómetros de Montmédy, solicitando la presencia del procurador Jean-Baptiste Sauce, como máxima autoridad del lugar, reclamándole el arresto de los miembros de aquel carruaje. En un principio el procurador duda de la versión dada por Drouet, conminando llamar a un vecino de la localidad, antiguo Juez de paz, que había estado en Versalles y conocía de vista al rey y a María Antonieta y que encontrándose ante ellos, corroboraba aquella noticia, -«el criado y la doncella eran los mismísimos reyes de Francia»-.

Obligados a regresar, custodiados por cerca de seis mil ciudadanos armados y miembros de la Guardia Nacional, hacían su aparición en París tres días más tarde, el 25 de junio de 1792, ante una multitud que en el más absoluto de los silencios recibían a los fugitivos considerados enemigos de Francia.

El 10 de agosto el palacio de las Tullerías era asaltado, siendo llevada, la familia real, a la prisión del Temple. Un mes más tarde quedaba abolida la Monarquía en Francia instaurándose la República, con la consiguiente incertidumbre de qué hacer con el ciudadano Luis Capeto, el monarca depuesto.

Tras intensos debates con duros enfrentamientos entre los Jacobinos (más radicales) y los Girondinos, en el que el líder de los Jacobinos, Maximilien de Robespierre llegaría a afirmar que -“Luis debe morir para que Francia pueda vivir”-,  el 3 de diciembre de un día como hoy, de 1792, la Convención acordaba juzgar al ciudadano Luis Capeto por un delito de alta traición, siendo declarado culpable por ello y condenado a morir en la guillotina.

A las 10 horas y 20 minutos del 21 de enero de 1793 en la plaza de la Revolución (actual Concordia) moría guillotinado. Sus últimas palabras fueron;

-“Pueblo, soy inocente de todo lo que se me acusa. Ojalá mi sangre sirva para cimentar la felicidad de los franceses”-

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