REINA…DE CORAZONES

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10 de diciembre……………………y entonces sucedió que………………………………

………su segundo matrimonio con Ernest Simpson, el 28 de julio de 1928, llevaba a Wallis desde su Estados Unidos natal hasta la capital del Reino Unido, en donde sus fiestas y saraos, sobre todo para la colonia americana en Londres, se convertirían, en poco tiempo, en todo un referente y un verdadero acontecimiento social. Era asiduo a dichas fiestas el secretario de la embajada norteamericana, Benjamin Thaw, el cual acudía acompañado de su mujer Laura Consuelo, a la que  llamaban Connie, y de la hermana de esta, Thelma, amante por aquel entonces del príncipe de Gales.

Era el príncipe de Gales, Eduardo Alberto Jorge David, al que en sus círculos íntimos conocían como David, el hijo mayor del rey Jorge V y la reina María de Teck, como heredero de la corona, un joven con mucho carisma entre la población británica y gran atractivo entre la población femenina. Era David un mujeriego empedernido, dispuesto a vivir la vida hasta el último instante en el que se lo permitieran las obligaciones que conllevaban el cargo al que estaba destinado.

En la mañana del lunes 5 de enero de 1931 Wallis Simpson recibía una invitación de Connie Thaw para pasar el fin de semana siguiente en la casa rural que su hermana Thelma tenía en Leicestershire, y al que obviamente acudiría también el mismísimo heredero de la corona británica. El hecho de pasar todo un fin de semana con semejantes ilustres personajes, de tan alta alcurnia, puso a Wallis tan excitadamente nerviosa que aquel sábado día 10 de enero cuando llegaba a la casa de campo de Burrough Court, tenía tal resfriado que le dolía todo el cuerpo, sentía que la cabeza le iba a explotar y su voz sonaba ridículamente nasal.

Cuando en un momento de aquella reunión se le acercaba David, el príncipe de Gales, Wallis Simpson no quiso mostrarse, con semejante personaje, ni educada ni en modo alguno cortés, contestándole hasta de malas maneras cuando aquel, educadamente, tratando de romper el hielo intentaba iniciar una conversación. No sería aquel primer encuentro recordado por el príncipe como algo agradable, acostumbrado a recibir otro tipo de trato, sin duda, en sus relaciones personales.

Según quienes estuvieron presentes en aquella estancia, aquel tratando de ser cortés con la norteamericana le hacía cierta observación sobre lo que todos sus compatriotas al parecer echaban de menos nada más trasladarse a las islas, que no era más que una buena calefacción central, algo inusual para los ingleses de aquella época, a lo que, con un tono desagradable, esta le espetaba, -“¡Vaya!. Todo el mundo me hace el mismo comentario. Me esperaba, sinceramente, algo más original de todo un príncipe de Gales”-, dejando a aquel con una medio sonrisa, sin saber cómo salir airoso ante tanta incorrección, grosería y ordinariez.

No volverían a cruzar palabra alguna durante el resto del fin de semana, ni tampoco los Simpson volverían a ser invitados a las posteriores reuniones organizadas por el príncipe.

Wallis Simpson pensó que quizás debería ofrecer disculpas a través de la persona que la invitó por su irreverente comportamiento, pero no le nacía hacerlo. Y ante su sorpresa, cuatro meses más tarde recibía una invitación para pasar unos días en la residencia que el príncipe tenía en Fort Belvedere, al sur de la ciudad de Windsor, en Surrey y a la que acudía, acompañada de su marido, en mayo de 1931.

Y aunque en esta ocasión intentó ser más comedida, algo en su interior no le permitía adular a tan peculiar personaje, tan acostumbrado a ese tipo de comportamiento, mostrándose por el contrario algo “arisca”, “contestona” y “mandona”, algo que lejos de contrariar, al heredero, parecía despertar su beneplácito y admiración por aquella mujer, que ciertamente se comportaba de manera insolente y deslenguada, dejándole muchas veces sin saber que decir.

Y él, tan caprichoso y consentido, sintiéndose atraído por semejante trato comenzó a llamarla, más a menudo, hasta que todo Londres supo que el príncipe tenía una «nueva amiga», aunque oficialmente seguía viéndose con Thelma Furness. En enero de 1934 Thelma partía de viaje a Estados Unidos dejándole “el encargo” a su amiga Wallis de “cuidar del muchacho”, algo que cumpliría sobradamente, tanto, que cuando en el mes de marzo aquella regresaba, David y Wallis oficialmente ya eran amantes.

Para entonces la casa real británica ya disponía de un informe exhaustivo y completo sobre las vicisitudes de aquella singular dama, divorciada en una ocasión y casada en segundas nupcias, algo que atentaba contra la rigurosa moralidad de la iglesia anglicana, que no permitía éticamente a una persona divorciada volver a casarse estando su ex cónyuge vivo, siendo además el monarca británico, líder de la iglesia de Inglaterra, al ostentar el cargo de gobernador supremo de aquella.

El 20 de enero de 1936 fallecía Jorge V, subiendo al trono el príncipe de Gales con el título de Eduardo VIII. Por aquel entonces el foco mediático recayó más sobre aquella mujer norteamericana, el comportamiento del recién nombrado rey y sus intenciones, convirtiendo aquel asunto en una cuestión de Estado, con la férrea oposición que desató el tema en el seno del Partido Conservador de Stanley Baldwin.

Pero el monarca firmemente decidido a casarse con aquella mujer que daba el primer paso divorciándose de su segundo marido, frente a la oposición de todo el Establishment que desaprobaba firmemente la idea de un posible matrimonio, incluso del llamado “morganático” (en el que ella y sus posibles descendientes quedarían excluidos de heredar título alguno).

Ante la disyuntiva de tener que elegir, seguir siendo el rey, o casarse con ella, el 10 de diciembre de un día como hoy de 1936, después de 325 días de reinado, Eduardo VIII firmaba un documento en el que, ante la sorpresa de todos, renunciaba al trono en beneficio de su hermano, el duque de York, que era nombrado rey con el título de Jorge VI.

En su abdicación, Eduardo VIII señalaba;

-“Todos vosotros conocéis las razones que me han inducido a renunciar al trono. Pero podéis creerme si os digo que me ha resultado imposible soportar la pesada carga de la responsabilidad y desempeñar mis funciones como rey, en la forma en que desearía hacerlo, sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo. La decisión ha sido mía y sólo mía. La otra persona afectada de modo directo ha intentado, hasta el último momento, persuadirme en el sentido contrario”-.

-“Dicen que Wallis Simpson, al enterarse que nunca sería reina, gritó furiosa, ¡Maldito imbécil!”-.

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