SERENDIPIA…

280106

28 de enero………………………y entonces sucedió que…………………………………

……contaba el romano Marco Vitrubio, una vieja anécdota acaecida en Siracusa, un par de siglos antes (por aquel entonces centro cultural de la Antigua Grecia), en la que el rey Hierón II, había solicitado al matemático e inventor Arquímedes la solución a un asunto del que recelaba bastante, hasta el punto, de tenerlo varias semanas en vilo.

Había realizado el rey un encargo a un orfebre local para que con el oro puro proporcionado fabricara una corona, símbolo demostrativo de su soberana autoridad, que tras varias semanas, aquel le había hecho entrega. Estando Hierón contemplando la pieza confeccionada le asaltaron ciertas dudas sobre la honestidad de aquel joyero llegándose a cuestionar si habría hecho uso de todo el oro facilitado, o si por el contrario, guardando una parte del mismo para sí, habría utilizado otro, u otros elementos, combinándolos con aquel para su confección.

De esta forma, sin poder alterar, ni dañar la forma, ni la estructura de la corona, debía Arquímedes ser capaz de ofrecer una solución eficaz y fiable al dilema que el rey le había presentado.

Dio vueltas al asunto suscitado hasta el punto de tenerlo tan ensimismado que apenas podía dedicar sus pensamientos para otros menesteres que no fueran encaminados a la solución de aquel enigma.

Cierta mañana estando Arquímedes en los baños del templo de Artemisa dispuesto a sumergirse en una de aquellas tinas, totalmente ensimismado en sus pensamientos, al introducir uno de sus pies en el agua, en aquella especie de pila, repentinamente era consciente de algo que, habiéndolo realizado instintivamente cientos de veces, le había pasado desapercibido hasta aquel momento, al darse cuenta de como a medida que su cuerpo iba ocupando un lugar en aquella bañera, cierta cantidad de agua se desbordaba por fuera de la misma.

Preso al instante de la emoción, súbitamente sentida, salía corriendo de aquellos baños sin detenerse siquiera a ponerse su toga, mientras gritaba, -“Eureka!, Eureka!”- (-«¡Lo encontré!»-), pudiendo de esa forma, fruto de la casualidad, poder extraer la manera de averiguar una solución con la que finiquitar válidamente el problema del rey.

El volumen del agua derramada debería ser exactamente igual al del cuerpo sumergido, por lo que el volumen del agua desplazada, al introducir una pieza de oro con las mismas características y peso que el entregado al orífice para su fabricación y el de la corona, debería ser el mismo.

Y así, fruto de una casualidad, acababa de desarrollar el que terminaría siendo conocido como el “principio de Arquímedes” en virtud del cual; -“Todo cuerpo sumergido dentro de un fluido experimenta una fuerza ascendente, llamada empuje, equivalente al peso del fluido desalojado por el cuerpo”-.

Realizadas ambas operaciones en un recipiente lleno de agua, introduciendo primero la pieza de oro y después la corona, ante la atenta mirada del rey, pudo constatarse que el volumen del agua desplazado por la corona era menor que el producido por la pieza entregada, demostrando de esta forma que se había destinado menor cantidad de oro añadiendo otro metal en su aleación.

Hace doscientos sesenta y ocho años, el 28 de enero, de un día como hoy, de 1754, el escritor inglés Horace Walpole (primo del marino Horatio Nelson) en una carta dirigida a su amigo, el también escritor Horace Mann, le informaba de una “palabra nueva” que acababa de inventarse, “Serendipity” (Serendipia), como sinónimo de un hallazgo valioso fruto de una casualidad.

Walpole tras haber leído “Los tres príncipes de Serendip” (nombre persa de la isla del Índico con el que se conocía a Ceilán, actual Sri Lanka) en el que sus protagonistas, los hijos de un poderoso rey llamado Giaffar, iban resolviendo una serie de problemas a través de increíbles casualidades, acuñaba dicha expresión, para referirse a aquello que se encuentra sin ser buscado.

El término abarca más que el simple concepto de “chiripa” (que únicamente se basa en una mera cuestión de “suerte”), al precisar además de un ingenio adicional (como Arquímedes y su principio), que aún siendo fruto de la casualidad, a partir de aquella, necesitó de ciertas conclusiones científicas.

Por todo ello, se considera Serendipia, todo descubrimiento afortunado, valioso e inesperado de algo que no se está buscando pero que es, en sí mismo, la solución a un problema que se tenía.

Muchos inventos que han visto la luz lo han hecho sin haberse investigado previamente sobre ellos, por casualidad, como la ley de la gravitación universal con la famosa manzana de Newton en 1687, las patatas fritas del chef neoyorquino George Crum en 1853, la sacarina descubierta en 1789 por Ira Remsen y Constantine Falhberg, la penicilina de Fleming en 1928, los post-it de Spencer Silver en 1980, así como el velcro, la coca cola, y hasta las clases del colombiano Beto Pérez, cuando en 1986 habiéndose dejado olvidada en casa la cinta musical, de Michael Jackson y Madonna con las que amenizaba sus clases de gimnasia aeróbica, en el gimnasio en el que trabajaba en Cali, se veía obligado a improvisar utilizando la cinta que escuchaba en el coche, de ritmos latinos (salsa y merengue), inventándose una serie de pasos que gustaron y distrajeron mucho más a sus alumnos, llamándola desde entonces, como un derivado del término rumba, clases de “Zumba”.

De la misma forma no solo se utiliza para los descubrimientos en el campo científico, pues también es empleado para designar aquellos hallazgos y encuentros sociales inesperados, con personas positivas que sin anunciarse, sin ser esperadas, logran dar un giro a las vidas de los demás. Se habla entonces de la serendipia del amor, cuando este llega en el momento más inesperado. En 2001, Kate Beckinsale y John Cusack protagonizaban la película Serendipity como ejemplo de esto último.

En el siguiente enlace el cuento aludido de los tres príncipes de Serendip por si alguien tiene curiosidad de leerlo; (https://www.textos.info/anonimo/los-tres-principes-de-serendip/ebook).

Ya daba Napoleón Bonaparte la fórmula secreta de la Serendipia mucho antes de su descubrimiento en sí misma acompañando al elemento de la casualidad, el esencial de la razón, afirmando que;

-“En las cosas que emprendamos hay que conceder dos terceras partes a la razón y una tercera a la casualidad: aumentad la primera y seréis pusilánimes; aumentad la segunda y seréis temerarios”-. [Napoleón Bonaparte]

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